La violencia de la igualdad y la tolerancia

La violencia de la igualdad y la tolerancia

 

Enrique Anarte Lazo

El colectivo LGBTI es la víctima más frecuente en España de los llamados “delitos de odio”. Lo dicen dos informes policiales que recogen los incidentes de este tipo ocurridos entre los meses de enero y junio de 2014. De entre […]

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29/07/2014

 

Enrique Anarte Lazo

El colectivo LGBTI es la víctima más frecuente en España de los llamados “delitos de odio”. Lo dicen dos informes policiales que recogen los incidentes de este tipo ocurridos entre los meses de enero y junio de 2014. De entre las diferentes motivaciones que incitan a estos delitos de odio, la orientación o identidad sexual presenta el mayor número de casos, casi doblando a los otros dos motivos principales: la discapacidad y el racismo y la xenofobia.

 

Como señala la Cadena Ser, medio que se ha apresurado a sacar la exclusiva, estas acciones suelen acabar en infracciones administrativas o faltas, a pesar de que “se traducen en abusos y agresiones sexuales, lesiones, amenazas, hurtos y violaciones”. Para más inri, según la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea se estima que entre el 60 y el 90% de las víctimas de estos delitos de odio jamás denuncia su caso.

 

¿Qué nos dicen estas cifras? Esta podría ser una prueba empírica que satisfaga el cinismo de todos aquellos incrédulos que todavía insisten en la falta de necesidad de celebrar un Orgullo LGBTIQ+ en nuestro país. Quizás así podríamos demostrarles que las estadísticas que señalan que España es el país con mayor aceptación de la homosexualidad distan mucho de reflejar la sociedad LGBTIQ+friendly en la que a muchos nos gustaría vivir.

 

Por muy positivas que resulten, estas estadísticas ignoran a un amplio grupo de personas incluidas en la categoría socioestadística colectivo LGBTI. La aprobación del matrimonio homosexual allá por 2005 ha servido para sedar las reivindicaciones de la lucha por la igualdad, cuando desde un principio estas deberían haber sido planteados como una lucha por la diversidad, entendida esta como el refuerzo y el blindaje de los derechos y libertades de las personas independientemente de su identidad y/u orientación sexual. Así, la lucha por la igualdad matrimonial no solo sirvió para dejar de lado la lucha por los derechos de transexuales e intersexuales, sino que además sirvió como catalizador de un nuevo (o quizás no tan nuevo) tipo de actitud gay-friendly que con los años ha ido creciendo: la tolerancia de la homosexualidad dentro de los cánones del heteropatriarcado, dejando fuera, y por tanto desprotegidos social y legalmente, a todo un abanico de identidades sexuales y, no lo olvidemos, personas que se niegan a vivir su vida dentro de tal o cual categoría. Pero bueno, sobre eso hay mucho escrito y no creo que pueda decir nada nuevo.

 

Lo preocupante, sin embargo, es que estos delitos de odio LGBTIfóbicos sean capaces de perpetuarse en una sociedad que, teóricamente, es cada vez más tolerante, al menos en cuanto a la libertad sexual se refiere. No vale aquí ya la excusa del chivo expiatorio de la crisis, que podría (o no) explicar el auge del racismo, la xenofobia o la islamofobia. Las explicaciones, que deberían buscarse urgentemente, así como las soluciones, responden a una cuestión sociopolítica.

 

Es indudable que los asuntos del género y de la diversidad sexual se han consolidado en la agenda de los grupos políticos mayoritarios, a veces incluso en algunos de aquellos considerados más conservadores. Ejemplos hay muchos: Gallardón, el paladín de sexismo del Opus Dei, y su memorable “cuando hay amor está plenamente justificada la unión entre dos personas” en defensa el matrimonio homosexual; o un PSOE que defiende el como una conquista casi exclusivamente propia pero poco hizo (o ha hecho) para evitar los recortes que han tenido consecuencias más graves para las mujeres (de clase no privilegiada, claro está) que dice defender.

 

Estos y otros casos similares ponen de manifiesto es la peligrosa retórica que ha adoptado el discurso político mainstream respecto a la tolerancia y la igualdad. Un discurso que, una vez más, está supeditado a la cuestión económica y que huye de la comprensión multidimensional del fenómeno sexual humano. Una construcción sociológica y politológica que ha aupado a la igualdad como panacea, cuando en realidad la equidad siempre probó ser más efectiva.

 

Me atrevería a decir que, en su mayoría, las víctimas de estos delitos de odio tenían aspecto de maricas o bolleras. Pocos, creo, pertenecían a una clase alta o privilegiada.  Es más que probable que muchos, entre los que no se identificaban ni como hombre ni como mujer, lidiaban con entornos incapaces (o faltos de voluntad) de comprender la valentía que exige hacer frente a la “naturaleza” y decidir ser lo contrario de lo que dice tu partida de nacimiento, o algo que la gran mayoría de la población ni siquiera saben lo que es.

 

En definitiva, si tanto les gustan las estadísticas, busquen alguna promovida desde las instituciones sobre el nivel de conocimiento de la población española sobre el colectivo LGBTI, sobre su situación o sobre la integración de este colectivo y sus necesidades en el sistema educativo. Cuando no las encuentre, quizás coincidan conmigo en que la LGBTIfobia todavía sobrevive, disfrazada de tolerancia, igualdad o como diablos quieran llamarlo ellos, los normales, los que jamás han querido ser diferentes.

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