Camille Claudel, la escultora con “genio creativo”
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Irene Ramírez de Arellano
Camille Claudel (1864-1943) se nos presenta en los libros de Historia del Arte como la alumna y amante del famoso escultor Auguste Rodin, pero Camille fue mucho más que eso, fue una de las mejores escultoras de su época y en ocasiones superó a su maestro. Fue una mujer independiente, libre, que no siguió los convencionalismos sociales y sobre todo, no cumplió con los estereotipos de feminidad. Pasó treinta años encerrada en un manicomio por decisión de su madre y hermano, quienes la castigaron por querer vivir sola y dedicarse con pasión a su oficio de escultora.
Desde muy pequeña, había mostrado interés y aptitudes por el modelado en barro. Movilizaba a toda la familia para conseguir arcilla y utilizaba a sus hermanos pequeños como modelos. Esta inclinación artística era algo que exasperaba a su madre pero, sin embargo, era alentada por su padre, quien fue su protector durante toda su vida, ocasionando esto numerosas disputas en el matrimonio. La relación con su madre nunca fue buena, su aversión hacia Camille se remonta a la muerte del primogénito Charles-Henri, con tan solo 15 días. La madre quedó muy afectada, porque aún a finales del XIX, la idea de primogenitura seguía muy vigente así que, el error de Camille fue nacer mujer.
En 1880 la familia Claudel se mudó a París, entonces Camille pudo comenzar, gracias a la autorización paterna, su formación profesional como escultora. La madre se oponía, le horrorizaba que la joven tuviese esa vocación, consideraba que la escultura era un oficio repugnante, le escandalizaba que una señorita estuviese en ese ambiente artístico, rodeada de hombres y modelos desnudas. Ingresó en 1881 en la Académie Colarossi, una de las dos únicas academias que aceptaban mujeres como alumnas y les permitían dibujar modelos de desnudo masculino. Fue allí precisamente donde conoció a Rodin, quien fue a suplir las clases de su amigo, el escultor Alfred Boucher. Rodin se quedó impresionado con el busto que estaba realizando Camille de su hermano pequeño Paul, le impactó la similitud que tenía con su obra, se reconoció en ese lenguaje artístico tan moderno. Parecía que se hubiesen conocido con anterioridad, pero la verdad es que Camille no conocía a Rodin ni su obra hasta aquel momento, a pesar de ser ya un escultor de fama.
Al poco tiempo de conocerse, Camille comenzó a trabajar como operaria para el escultor, lo cual demuestra el reconocimiento al talento de Camille, que tenía tan solo 20 años. Enseguida se convirtió en su mano derecha, le consultaba todo, deliberaban sobre las piezas, etc. Ella colaboró activamente en algunas de las obras más conocidas de Rodin como Las Puertas del Infierno (1880-1917), o el monumento a Los Burgueses de Calais (1895). Aunque estas obras fueron firmadas por Rodin como propias, existen estudios previos realizados por Camille que demuestran su aportación. Confiaba tanto en ella, que le pidió que le hiciera un busto, que sirviera para representarle en el futuro. Su relación artística fue algo excepcional, ambos vivieron una época de desarrollo y proliferación artística, aprendiendo el uno del otro, trabajando juntos en piezas que sin embargo, luego eran firmadas únicamente por él. El trabajo de Camille como coautora y la influencia que ella ejerció en él, no ha sido nunca lo suficientemente reconocida por la Historia del Arte, que al ser un relato construido por hombres, adjudicó a Rodin la autoría numerosas obras sin firmar, las cuales seguramente pertenecen a Camille. Ella casi nunca firmaba sus creaciones.
Su relación amorosa fue complicada, Rodin era 24 años mayor que ella, pero Camille se entregó al amor libre y sin prejuicios, no buscaba un matrimonio o un ascenso social. Esa independencia, sumada a su atractivo y su talento, era lo que fascinaba al escultor. Por un tiempo lo mantuvieron en secreto, pero cuando madame Claudel supo el tipo de relación que su hija mantenía con el maestro, la echó de casa porque había elegido un modo de vida pecaminoso. Además, su hermana pequeña, Louise, estaba a punto de casarse y no quería escándalos que pudiesen perjudicar el enlace. Camille fue valiente, se marchó porque no quería vivir negándose al placer como hacían la mayoría de las mujeres de la época. Estuvieron juntos aproximadamente diez años, viviendo en un estudio privado alquilado por Rodin. Fue una relación apasionada, envenenada por los celos y las continuas las infidelidades de Rodin, quién además de tener escarceos con modelos y damas de la alta sociedad, tenía una “compañera oficial”, Rose Beuret, una costurera que había conocido de joven y con quien tuvo un hijo, Auguste. Rose le consintió absolutamente todo, le fue fiel hasta su muerte, él nunca la llegó a abandonar, siempre volvía a ella. Aunque Rodin prometió muchas veces a Camille que dejaría a Rose para irse definitivamente con ella, e incluso le pidió matrimonio, nunca lo cumplió. La obra realizada por Camille L’âge mûr (1899), representa el triángulo amoroso que vivieron. Rodin se deja llevar por su vieja amante, mientras Camille, de rodillas, parece implorar que no la abandone.
La obra de Camille es muy moderna, sigue las nuevas corrientes estilísticas, quiere romper con lo anterior, busca los efectos de luces y sombras, no tiene un acabado perfecto. Hay que señalar que Camille desarrollaba todos los procesos del trabajo escultórico, ella misma tallaba el mármol, un trabajo duro físicamente, era muy excepcional que una mujer devastase. Rodin, por ejemplo, tenía devastadores contratados. Durante los primeros años de su carrera solo realizaba bustos porque no podía acceder a modelos desnudos, así que cansada de ese veto artístico al que estaba sometida por ser mujer, comenzó a posar para sí misma. El resultado fueron unas obras antiacadémicas, llenas de sensualidad, Camille representa el cuerpo femenino de una manera erótica pero no idealizado, no cumple los cánones clásicos ni lo presenta como el objeto de deseo del hombre. Su obra, como ella misma, rompe con las reglas de la feminidad.
Expuso en salones y galerías e incluso consiguió encargos oficiales. A pesar de tener cierto reconocimiento, siempre era presentada como “la alumna de” , “la amante de”, incluso “la hermana de”. En el Salon de 1893 el crítico de arte Octave Mirbeau escribió: “Instruida por semejante maestro, compartiéndola intimidad intelectual con semejante hermano, no es extraño que la señorita Camille Claudel, que hace honor a su apellido, nos aporte dos obras que superan, por su ejecución imaginativa y poderosa, cuanto de una mujer cabía esperar.[…] poseedoras de una poesía tan profunda y de un pensamiento tan masculino, que el espectador queda sorprendido ante la belleza artística que nos llega de manos de una mujer…”. Le atribuían un genio propio de un hombre, perpetuando el mito del genio-creador. Además, la frenología afirmaba que la mujer tenía una capacidad intelectual más pequeña que el hombre y que, por tanto, estaba privada del genio creativo. El propio Rodin estaba convencido, como la mayoría de artistas hombres de su época, de que su arte y su virilidad provenían del mismo sitio. Es significativo el hecho de que, teniendo ambos un lenguaje artístico tan similar, las obras de él tenían un éxito arrollador, mientras que ella no conseguía apenas encargos y pasó verdaderos apuros económicos.
El punto de inflexión en la relación fue el verano de 1890. Camille estaba embarazada y se retiró al campo, pasó unos meses sola en el Château de l’Islette, no sabemos si por decisión propia o porque Rodin quería ocultar su estado. Estando allí sufrió un aborto, es un episodio en la vida de la escultora que se mantuvo en completo secreto. Hay que señalar, que en el siglo XIX era una idea extendida el que, aquellas mujeres que alcanzaban facultades creativas propias de los hombres, eran estériles. En 1892 Camille se instaló por su cuenta en un estudio, pero hasta 1898 no abandonó definitivamente a Rodin. Fue ella quien decidió terminar la relación, algo inconcebible en una mujer, era una decisión exclusiva de los hombres, la mujer debía estar siempre sometida y tutelada por un hombre, primero por su padre y hermanos, y después por el marido.
Se instaló sola para dedicarse plenamente a su trabajo. Recibía algún encargo pero apenas subsistía. Nunca pidió ayuda ni a Rodin ni a su familia. No le gustaba asistir a fiestas ni a eventos, se sentía fuera de lugar, no estaba cómoda en conversaciones teóricas sobre arte. Además, le avergonzaba su cojera. Ella se sentía una artesana y pensaba que con el tiempo su obra sería reconocida. No era consciente de que debía conseguir visibilidad y relacionarse con las instituciones, era una parte esencial para su carrera artística. Rodin la seguía recomendando como su alumna e intentó presentarle a gente importante: críticos de arte, mecenas, etc., pero ella siempre ponía excusas como que no tenía ropa adecuada para la ocasión. Con los años, Camille se fue encerrando cada vez más en su estudio y no permitía que nadie la visitara. Cayó en una depresión, destruyó sus obras, prácticamente no dejaba entrar la luz en su estudio, mientras que la suciedad y los gatos callejeros iban aumentando, día tras día. Rodin se convirtió en una obsesión, pensaba que él la espiaba porque quería robarle las ideas y difamarla, se convirtió en su tormento, focalizó en él todo su odio, su frustración y sus inseguridades.
Coincidiendo con este momento de vulnerabilidad, el padre fallece y su familia aprovecha para encerrarla en el manicomio. Su madre se venga cruelmente, la castiga por haber llevado ese modo de vida que ella desaprobaba. En una carta dirigida al médico del centro ella escribe: “tiene todos los vicios, no la quiero ver, nos ha hecho demasiado mal”. Ella y su hermana Louise no fueron a visitarla nunca, ni permitieron que recibiera visitas ni cartas de sus amigos. Su hermano Paul, que de joven estuvo muy unido a ella y que le profesaba gran admiración, ahora se había convertido en un fanático religioso, consideraba que Camille debía expiar sus pecados, especialmente el del aborto. Fue diagnosticada de “delirio sistemático de persecución basado principalmente en interpretaciones e imaginaciones falsas”. A finales del siglo XIX y a principios del XX, aquellas que se desviaban de su rol de hija-madre-esposa, rápidamente eran etiquetadas como histéricas (histeria del griego hystear que significa útero) o locas. Era algo asumido que la mujer, debido a sus órganos sexuales, no era un ser estable mentalmente. Los médicos usaban los cuerpos de las mujeres para legitimar su discriminación. Camille cumplía todos los requisitos: vivía sola, rechazaba la tutela de un hombre y desarrollaba un oficio reservado al ámbito masculino.
Camille Claudel murió en 1943 tras pasar 30 años de su vida confinada en un manicomio, enterrada en vida, castigada injustamente al olvido por su propia familia. No importaron las innumerables cartas que escribió en las que demostraba su lucidez mental y en las que expresaba su deseo de libertad y de volver a su casa para trabajar. Fue tratada injustamente, primero en vida y después de muerta. La Historia del Arte solo la reconoció dentro del ámbito de su relación con Rodin. Su obra parece no existir mas allá de los años que pasó con él. Debemos reivindicar a las mujeres artistas como sujeto activo, como creadoras, sin permitir que lo empañen tintes románticos o dramáticos. Hay que reescribir el relato falocéntrico de la Historia del Arte, basado en la negación de lo femenino, para crear un nuevo relato inclusivo.