“Muchos piensan que las personas trans somos enfermas; por eso me hice activista”

“Muchos piensan que las personas trans somos enfermas; por eso me hice activista”

Sakris Kupila protagoniza una campaña de Amnistía Internacional que denuncia que la ley de transexualidad de Finlandia impone la esterilización como requisito reconocer la identidad de género.

26/06/2018
Sakris Kupila, durante la charla que ofreció en Madrid/ Foto cedida por Amnistía Internacional

Sakris Kupila, durante la charla que ofreció en Madrid/ Foto cedida por Amnistía Internacional

En Finlandia, para poder cambiar de género legalmente y recibir atención médica especializada, las personas trans tienen que pasar durante un año por un reconocimiento psiquiátrico con el fin de obtener el diagnóstico de “trastorno de transexualidad”. Si bien ese requisito es similar al que establece la ley española, que también exige dos años de hormonación, que puede afectar a la fertilidad. Pero la ley finlandesa explicita que la persona trans tendrá que someterse a un tratamiento de esterilización, es decir, que la ley impone un tratamiento médico invasivo para obtener reconocimiento legal.

Sakris Kupila está acostumbrado a que le pregunten cómo puede ocurrir esto en un país escandinavo que se destaca por sus iniciativas punteras en educación o derechos sociales. Este estudiante de medicina de 21 años está recorriendo medio mundo en defensa de los derechos humanos, que incluyen el de la libre expresión de la identidad. El pasado marzo recaló en Madrid, donde expuso su reivindicación en una charla en la sede de Amnistía Internacional. La organización está impulsando la campaña de reconocimiento de la transexualidad que protagoniza Kupila. Atendió a Pikara antes de la conferencia, en un corto espacio de tiempo entre su aterrizaje y la noche en la capital.

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De modales exquisitos y actitud cortés, este finlandés muestra aplomo y experiencia a la hora de explicar la discriminación transfóbica que ha sentido en su piel en forma de exclusión, intimidación y la sensación de ser relegado a “una categoría inferior al ser humano”. Descubrió que era transexual a los 16 años: “Antes no sabía lo que era ser trans, porque nadie me había contado qué significaba. Ni en la escuela ni en ningún lado; sólo te contaban que hay homosexuales, lesbianas y bisexuales. Después, en ese momento y tras buscar mucho por internet, por fin me di cuenta. Tenía una visión muy anticuada de la transexualidad. Creía que eran las ‘drag queen’ de discotecas estadounidenses”, sonríe. Con esa tormenta emocional y más dudas que certezas, Kupila pasó una adolescencia complicada. Antes de transitar, se sentía fuera de lugar. Separado del resto. En cuanto empezó el proceso, empezó a ser repudiado hasta por los más allegados.

“Vengo de un pueblo muy pequeño, donde el vecindario es extremadamente cerrado de mente, y ha sido muy duro. He pasado por amenazas, acoso y un montón de problemas que me hicieron mella psicológicamente”, adelanta. Y continúa: “Por eso me mudé a Helsinki, la capital. Allí la gente me acepta y no tengo que dar explicaciones. Pero si vuelvo al pueblo se nota que soy ‘el transexual’. Cuando empecé a hablar de ello era casi el único. Ahora ya se oyen más voces. Pero entonces lo pasé muy mal. Sabía a quién evitar. La gente me silbaba, me escupía, decían cosas a mis padres. Incluso amigos cercanos dejaron de hablarme. Perdí mi sensación de seguridad”, recuerda con pesar.

Acude Kupila a menudo a ese pasado reciente que todavía escuece. “A mis padres les costó. Ahora, sin embargo, mi madre –que es profesora- habla de transexualidad en sus clases y cada vez que aparezco en algún lado lo enseña”, comenta. Sentir esa falta de empatía en su entorno le acercó a la militancia social. “En Finlandia éramos invisibles. Muchos dicen que somos enfermos. Por eso me hice activista”, espeta.

No fue solo la necesidad de una pedagogía sobre la transfobia social la que le llevó a la lucha. El golpe definitivo fue pasar por las evaluaciones de psicólogos, médicos y personal de servicios sociales para obtener el certificado de disforia de género con el que poder cambiar la casilla del sexo en el DNI. “Las entrevistas incluyen preguntas muy íntimas sobre sexualidad. Es muy duro e injusto”, suspira Kupila.

El protocolo establecido por ley incluye la exigencia de pasar por un programa de esterilización forzosa o confirmar que “por alguna razón” eres estéril. El Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas ha denunciado ese requisito, pero el Gobierno finlandés se ha negado modificar la ley conocida como ‘Trans Act’, aprobada en 2003, para eliminarlo. El activista se declara “muy decepcionado”.

Una letra en un papel. Poder intercambiar la M de masculino por la F de femenino o a la inversa. Ese pequeño detalle condiciona la vida y se lleva a muchas personas por delante. “Para las personas transexuales, la identidad no es ni más ni menos que tener una vida normal”, explica. “Te piden el carné de identidad en el colegio, buscando trabajo, viajando, comprando alcohol. En todos esos lugares pueden ver que no se corresponde contigo. Y no sabes cómo va a reaccionar el que tiene tu DNI, lo que te pone en una situación muy mala”, detalla. “Yo he tenido suerte de que no me parasen en las fronteras, pero siempre estás viviendo al límite y en una incertidumbre muy estresante. Imagínate vivir así 10 años: es una locura”, añade.

Esta entrevista tiene lugar semanas después de que Ekai, un joven trans de Bizkaia de 16 años, se quiase la vida mientras esperaba el tratamiento hormonal y el reconocimiento a su identidad de género. “Yo era un adolescente desesperado, podía haber sido un caso más de suicidio”, reconoce Kupila. Con todo, el activista celebra que los medios de comunicación se hagan eco de su llamado a que se respeten los derechos humanos y confía que, en cuanta más gente se visibilice como trans, más conciencia social se creará en torno a sus demandas. Menciona referentes positivos, como Noruega –que en 2016 permitió el cambio de género a partir de los seis años con un simple trámite– o Argentina –que facilita la inscripción al registro con cualquier identidad deseada y ordena a los servicios de salud que todos los tratamientos estén incluidos. “Creo que las cosas cambiarán mucho, pero que hay mucha gente que no cambiará jamás”, apostilla como conclusión final.

 

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