No usaré más tiempo para limpiar una escalera

No usaré más tiempo para limpiar una escalera

¿Qué pasa cuando a nuestros cuerpos cansados les sostiene alguien más? ¿Quién nos cuida a nosotras las precarias y a quién precarizamos? Ante estas preguntas, la autora busca en las amigas sus respuestas.

Imagen: Núria Frago
18/09/2019

Primer escalón

Cada hora que utilizo para limpiar mi casa, el mercado lo cotiza a diez euros la hora. No recibo ninguna paga, no la pido tampoco porque parece que tengo interiorizado que es parte de mi autocuidado pues me gusta vivir en un lugar limpio, ordenado y confortable dentro de la medida de mis posibilidades. Sin embargo, si me pongo a hacer un cálculo serio de cuánto es lo que cuesta mi trabajo doméstico y de cuidados, constato que -tirando muy a lo bajo- podría percibir un salario estimado de 1.600 euros al mes si se me remunerara por lo que hago. No suelo hacer este tipo de estimaciones a menudo porque cuando las hago, las hago enojada, ya sea porque estoy cansada por hacer dobles o triples jornadas de trabajo con mi familia, el trabajo formal y las colaboraciones autónomas, o, cuando tengo desacuerdos con la distribución de los deberes y el dinero dentro de mi hogar o con las personas que convivo. Lo puedo decir de otro modo: decliné estar peleada con el mundo así que no hago más estimaciones que me llevan a la frustración.

Pero no hacer estimaciones no significa que esté ciega ante lo que pasa a mi alrededor o que me haya conformado a que el mundo tiene que ser así. Al contrario, en la medida de lo posible trato de problematizar lo que vivo junto a mis redes sociales (las que tengo en línea y las que no) y nos gusta cuestionarnos cosas y encontrar soluciones que nos haga sentir esperanza. El cuidarnos entre nosotras, escucharnos y escuchar a otras personas puede ser reparador sí, y además incentiva la creatividad.

Segundo escalón

Subirse al segundo escalón de problematizar los trabajos de cuidados, el trabajo doméstico y los autocuidados implica crearse constantemente a través de las experiencias de las demás. En España, por ejemplo, contamos con diversas mujeres que teorizan-cuestionan-increpan a partir de esto como Carolina Del Olmo y su libro ¿Dónde está mi tribu? (2013) o Amaia Pérez Orozco y su afamado libro Subversión feminista de la economía (2014), o Cristina Carrasco y sus múltiples estudios sobre economía feminista y la necesidad de poner la vida en el centro y sostenerla, o Yayo Herrero y los ecofeminismos y esta urgencia de mirar al planeta como el lugar que habitamos y no como un sin fin de recursos ilimitados a nuestro servicio.

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En el lado de América Latina pienso en Rita Segato y este repensarnos dentro de las estructuras violentas que le declaran la guerra a las mujeres o en Silvia Rivera Cusicanqui y la búsqueda de soluciones desde la colonialidad, y en María Galindo y sus cuestionamientos al Estado español. Cada una de ellas se preguntan constantemente de qué manera y cuál es la forma que nos hará que las mujeres, -todas- dejemos de sostener al mundo.

Tercer escalón

Escribo este texto con mi hija de cuatro años pidiendo constantemente mi atención: quiere comer, jugar, llorar, quejarse del verano. Ella no quiso venir al mundo así que es mi obligación atenderla antes que a mis propios proyectos, me dirán algunos y yo en vez de responderle que anteponerla a ella es un trabajo que ya hace el Estado y la sociedad, me callaré y sonreiré de manera irónica, justo porque la amo y la respeto como persona es que he aprendido a cuidarme a mí misma primero que a nadie, porque sin mí, no hay ella y sin ella no hay historia. Esto es como las instrucciones que dan en los aviones como medidas de seguridad: tiene que ponerse la máscara de oxígeno antes que ponerla a alguien más. Tiene que aprender a respirar, a sentir su cuerpo, a cuidarlo, a mantenerlo con vida antes que al de otra persona.

Poner el cuerpo sobre mi propio eje implica dos reflexiones: ¿quién pone su cuerpo y quién lo puso antes para que yo pueda estar aquí, ahora, escribiendo un texto? Y, por supuesto: ¿para quién voy a poner el cuerpo, pero especialmente para qué? Ya sabemos que nuestros cuerpos mueven al capital, Silvia Federici nos lo ha explicado. ¿Qué pasa, entonces, cuando a nuestros cuerpos cansados les sostiene alguien más? ¿Cómo lidiamos con esto?

Cuarto escalón

Si se habla mucho o poco de quién lava nuestros baños o nos hace la comida o asea nuestras casas mientras nosotras trabajamos para tener comida y vestido y techo no es lo relevante. No aquí, no ahora, porque está presente siempre, no somos tontas, no estamos ciegas. Yo lo pondría desde otra óptica: ¿cuánto hablo yo de estas cosas conmigo misma y como reconcilio esto con mis actos diariamente? ¿A quién y de qué manera traspaso todo aquello de lo que no quiero hacerme cargo y de qué manera permito que sea el Estado y el mercado quien decida esto por mí? Si el hecho de que existan, por lo menos, -al menos de manera oficial- 630.000 trabajadoras domésticas en España no me dice lo importante que es que yo me levante todos los días por las mañanas a tender la cama, hacerme el desayuno, ir al supermercado, comprar y alquilar servicios, entre otras cosas, ¿que sí lo hará? Si soy yo la que lava mi propio baño, si soy yo la que se hace de comer, ¿cuánto tiempo me mantendré así, hasta cuando seré autosuficiente y qué haré cuando esto ya no sea posible?

Los cuidados y todo el trabajo que implican son LO relevante en un Estado que está desmantelando su ya de por sí raquítico Estado de Bienestar. Si no hay una madre, una hermana, una tía, una abuela o una mujer a la que se le pague por sus servicios, -y que ni remotamente se le remunera con 1.600 euros al mes- entonces, tarde o temprano, nos veremos frente al hecho de una soledad irreparable. Como cuando el Estado jurista explica que ante una violación de derechos humanos hay que responder con la reparación del daño. ¿Quién nos va a reparar el daño que nos hemos estado haciendo y que se hacen otras mujeres para sostenernos? ¿Cuál sería una reparación del daño adecuada, de qué manera podremos llegar a decir que pudimos morir dignamente?

Quinto escalón

Diversas organizaciones, sociedad civil y activistas, han denunciado la forma en que muchos de los movimientos feministas se ven fragmentados cuando el análisis interseccional de los cuidados pasa de la teoría a la realidad: ¿quién nos cuida a nosotras las precarias y a quién precarizamos? Si muchos de los cuidados domésticos y de cuidados recaen sobre otras mujeres (¿por qué no en los cuerpos de los hombres, cuándo en ellos, dónde #notallmen pero sí esos pocos?) y la cadena se vuelve internacional -migrantes cuidando lo que el Estado ha dejado en el olvido-. ¿A dónde nos enviará cuando ya no seamos útiles para el mercado, qué destino nos está tejiendo y de qué manera nosotras nos preparamos para detener esto? ¿De qué manera nos estamos visualizando nosotras frente a ese espejo? ¿Quién estará a nuestro lado en la cama de hospital, quién se hará cargo de nuestros cuerpos muertos y hará los trámites cuando ya no estemos?

Aquí me bajo de esta escalera

Cuidarnos a nosotras mismas implica subir diversos escalones: desde casa, en el trabajo (sexismo, acoso laboral, salarios precarios, etc.), con nuestras parejas (igualdad, oportunidades, relaciones sin violencia, autonomía económica, etc.), con nuestra apariencia (belleza, ejercicio, estatus social, modas, exigencias sociales, sexualidad, etc.). El tiempo y la experiencia me han llevado directamente, una y otra vez, y otra vez y otra vez, a mis amigas. Es la amistad y todo lo que deriva de ella -confianza, ternura, alegría y placer- lo que nos ha salvado de todo: conversar, escucharnos, abrazarnos, bailar juntas, llorar la una con la otra, invitarnos/hacernos de comer, imaginar proyectos, llevarlos a cabo, responder el teléfono por la madrugada, comunicarnos con la amiga de la amiga que tiene las respuestas que nosotras no tenemos, es lo que ha logrado que sigamos vivas.

El imaginar nuevos mundos posibles, el repasar los dolores pasados, el buscar “repararnos” es lo que nos permite vivir la justicia. Nuestras amigas nos vuelven más justas y logran que nuestras circunstancias sean más vivibles. Sostenemos la vida, la ponemos en el centro, en ambas esferas, la pública, la privada. Somos híbridas.

Podría resultar demasiado simple decir que la amistad es la solución a nuestros problemas, pero no es cosa menor; ante las diversas soluciones que proponen los gobiernos y las diversas medidas de conciliación que siguen sin funcionar, es la amistad (la red afectiva con menos carga de posesión) uno de los actos más subversivos que podemos tener: nos fortalece porque no se trata de sororidad o de querernos por ser mujeres frente a otras mujeres. Se trata de intimar, de compartir espacios, de ser creativas entre nosotras, de proponer y acompañarnos. Es nuestra amiga, y la amiga de la amiga que a su vez tiene más amigas, la que tiene otras respuestas y nos complementa el panorama. Ya hay amigas haciendo cambios en su entorno, no necesitan saber teoría de nada, porque ya saben mucho en la práctica. Esto nos ha funcionado en lugares y espacios donde no hay Estado de Bienestar: las amigas se unen pare defender territorios, detener multinacionales, cuidar a la amiga violentada, buscar personas desaparecidas, ofrecer techo, comida. Esto es lo que hay que re-pensar: no queremos estar arriba de nadie, ni limpiar escaleras, en la amistad no hay jerarquías.

 

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