Una isla de mujeres invisibles

 
 


Texto y fotos: Paula Vilella y Daniel Burgui

 
 
En la pequeña república católica de Malta sólo seis mujeres ocupan escaño en el Parlamento, sólo un 3% gestionan grandes compañías y sólo el 40% trabaja oficialmente. Pese a lucir con orgullo su bajo porcentaje de paro, es el Estado de la Unión Europea con las cifras más raquíticas de empleo femenino.

 
 

Dentro del concurrido ferry  que cruza cada poco el estrecho de Comino, para unir la isla de Malta con la vecina Gozo –también parte de la república maltesa–, junto a la puerta de salida y a la vista de todos los pasajeros cuelgan cartelones publicitarios, uno con la cara de una sonriente muchacha que dice en un texto impreso “necesitamos más mujeres en empleos a tiempo completo”. Bajo ese testimonio, un cintillo que reza así: “Malta 2007-2013, más cerca de Europa”. Es una campaña del Fondo Social Europeo que recuerda a los malteses los esfuerzos que tienen que hacer en estos años venideros sobre empleo femenino.

Tan sólo el 40% de las mujeres maltesas trabajan fuera del hogar , frente al 62% de media de la Unión Europea. Bruselas ha dado a Malta un mensaje claro: el país no puede avanzar así, la igualdad laboral entre hombres y mujeres tiene que ser real. Malta ha sido y es durante décadas el país con las tasas de empleo femenino más ridículas y escasas.


 
 

Sin embargo, el Gobierno maltés luce orgulloso sus cifras de desempleo, una de las más bajas de la eurozona en tiempos de crisis. Mientras la Europa de los 27 rebasa el 10% de paro y España alcanza cifras monstruosas del 23%, en Malta apenas el 6% de la población activa está desocupada. Pero esos porcentajes felices sobre empleo maquillan una realidad incómoda. Escondidas tras esas estadísticas, las mujeres de la isla apenas están presentes en el mercado laboral, no son población activa.

 

 
 

“Hay que trabajar en que las mujeres de Malta cambien la imagen de sí mismas y se sientan más capaces, porque lo somos, y mucho”. Quien habla se ha tomado esta lucha en serio. Maltesa de origen y alemana de nacimiento, Helga Ellul dirige desde hace 38 años la fábrica de Playmobil en Malta y es además la presidenta de la Cámara de Comercio y vicepresidenta del Consejo Nacional de las Mujeres de Malta. Apenas el 3% de los altos puestos de las empresas son ocupados por mujeres en la isla. “No tenemos que competir asumiendo roles masculinos sino sentirnos orgullosas de nuestra manera de hacer las cosas”. Sabe por dónde van los tiros y contesta varias cuestiones en una sola respuesta. Para ella, la solución pasa por cambiar los roles familiares, no tener miedo de flexibilizar las condiciones laborales sin perder seguridad e implementar un sistema social que permita compatibilizar el trabajo y la crianza.

Es fácil entender que también haya disparidad  al elaborar leyes de conciliación en una Cámara legislativa en la que aún hoy en 2012 solo seis de los 69 escaños son ocupados por mujeres. Ese número sitúa  a Malta entre los Estados del mundo con menor participación femenina en política, detrás de Emiratos Árabes Unidos, donde las mujeres copan el 22% de la representación parlamentaria (8,7% en la Cámara maltesa) .


 
 

Marlene Farrugia es una de las seis parlamentarias maltesas. Diputada del Partido Laborista y profundamente religiosa, es elegante y enérgica, habla rápido y segura. La charla, que se desarrolla durante la mañana de un soleado Domingo de Ramos en su pueblo natal, un pequeño enclave en el interior de Malta, se interrumpe por constantes saludos. Apretón de manos, sonrisa, “disculpa un minuto” .

 

En esta isla situada en mitad del Mediterráneo, una roca de piedra caliza, escasa, deforestada y urbanizada hasta la saturación,  de apenas 316 kilómetros cuadrados –la mitad que la ciudad de Madrid–, el Parlamento sólo funciona a media jornada. Farrugia escarba en bocas ajenas por la mañana y a la tarde, cuando echa el cierre en la consulta odontológica, marcha a La Valleta para atender los asuntos públicos. “Si ya es complicado compaginar un trabajo y una familia, meterse a política a partir de las seis de la tarde es prácticamente imposible”.

Recuerda que cuando sus dos hijas y su hijo eran pequeños, gastaba todo su sueldo en cuidadoras porque no quería perder su trabajo. Sin embargo, no tiene una mala palabra para la ministra de Empleo y Familia, del conservador Partido Nacionalista: “Trabaja muy duro para cambiar esta situación pero, al fin y al cabo, está prácticamente sola en un Gobierno de hombres que no entienden las necesidades específicas de las mujeres”.

 

La igualdad entre mujeres y hombres en el ámbito laboral y familiar es uno de los principales retos que enfrenta el país, pero las reivindicaciones vienen de lejos y ha sido una de las luchas históricas del feminismo. “Como en cualquier tipo de relación humana, a mayor dependencia, menor libertad. La independencia financiera es lo que de verdad brinda la igualdad y deja de exponer a la mujer a una situación de vulnerabilidad o de inferioridad”, dice Anna Borg, experta en género y trabajo de la Universidad de Malta.

Borg valora que se haya conseguido colocar el debate en la agenda política  pero, para ella, el mayor éxito es que haya calado también en la gente de la calle. “Como feminista aun sigo pensando que es mi mayor batalla”, asegura desde el otro lado de la videollamada.

CATÓLICA, APOSTÓLICA Y… ¿MACHISTA?

El debate ahora está en esas mismas calles de La Valletta, la capital del país, en las que en una esquina se cruza San Pablo con San Francisco que le saluda a Santa Úrsula desde una hornacina. Son estatuas de santos que resguardan casi todos los chaflanes de los vientos. El callejero parece un santoral y los altares urbanos son más comunes que los semáforos.

 

Cualquier día y a cualquier hora se pueden ver malteses y maltesas en los oficios. en El 95% de la población se declara católica. Primer y último bastión del cristianismo europeo, Estado confesional y el país del mundo con más iglesias por habitante. La doctrina católica, sin duda, sigue teniendo una gran influencia desde el púlpito al Gobierno y al hogar.De hecho, Malta se convirtió en 2011 en el penúltimo Estado del mundo en legalizar el divorcio. Ya sólo quedan Vaticano y Filipinas.

 

“Desde luego, la Iglesia no ha ayudado nada. Las mujeres se plantean, especialmente en pequeñas comunidades, si están haciendo lo correcto y se echan encima la culpa si sus hijos o hijas no rinden en el colegio”, explica Ellul, que lo vivió en carnes propias. Criada en una familia muy conservadora, la incomprensión de su madre cuando no dejó de trabajar ni tras casarse ni tras tener hijos le hace valorar la necesidad del apoyo familiar para poder tomar sus propias decisiones. “Si no, es un camino duro”.

 

Farrugia también cree que la concepción social de que la mujer se tiene que quedar en casa cuidando de la familia todavía existe y es muy fuerte: “Los hijos e hijas todavía pertenecen a la madre”. Borg coincide en que ha sido un flaco favor por parte de la Iglesia no señalar también la implicación del padre como responsable de la familia.

 

“En los países mediterráneos se ha sometido a la mujer a un tremendo sacrificio, sobrecargando en sus hombros la responsabilidad de la familia, sin pagar esa contribución a la sociedad ni invirtiendo en ellas, sin darse cuenta del coste de someter la maternidad a esa carga”, añade.


 
 

La puerta que lleva a la pequeña y oscura capilla de piedra, donde tres personas rezan absortas, chirría, pero éstas no levantan ni un milímetro las cabezas. El padre Joseph Mizzi espera en una pequeña sacristía que da a un pequeño jardín interior donde se abarrotan las plantas. Largo como un junco, calvo y de pobladas cejas pelirrojas, intercala palabras en italiano y español arrastrando las erres con pesadez. Mira el reloj y promete dedicarnos una hora, justa pero con toda su atención. Le espera una pareja maltesa afincada en Inglaterra que quiere prepararse para el matrimonio, una misa y una cena.

 

El 95% de la población se declara católica, el estado es confesional y desde hace apenas unos meses el divorcio es legal en la isla

 

 

 

Mizzi adora su trabajo con familias y parejas al frente del movimiento Caná, la organización de la Iglesia que tiene la última palabra en esta materia. Se ordenó en 1997 y desde entonces le ha dedicado todas las horas del día a lo que considera los dos pilares fundamentales de la sociedad:

 

“La familia y la Iglesia han mantenido al país unido. Son dos identidades para nuestro país, nuestra gente y nuestra cultura. Nosotros fomentamos la idea de la familia unida para toda la vida. Esto es bueno no solo para las familias sino también para el bien de toda la sociedad, el mejor interés del Estado. En definitiva, el bien común. Una familia fuerte hace una población fuerte y una sociedad fuerte”, sentencia. 

 

Después de años asesorando a matrimonios malteses, ve que los más jóvenes comparten las tareas, algo impensable hace unos años. Asegura que en sus cursos matrimoniales invitan a las parejas a reflexionar. “Es su decisión como pareja. Se tienen que preguntar, ¿sufrirá la familia o los hijos si la mujer vuelve al trabajo? La mujer suele quedarse los dos primeros años con los niños y después vuelve al trabajo pero es algo que se tiene que negociar dentro de la pareja”.

 

GOBIERNOS MATERNALISTAS


Más allá de los roles de género, la tradición o la religión son las estructuras , así lo entiende y defiende Anna Borg, que además de ser académica y activista, trabajó desde dentro del sistema en la Unidad de Igualdad de Género del Servicio de Empleo, y es donde más ha visto esas carencias.

 

“Hay 100.000 mujeres inactivas, muchas mayores de 35 años, y casi todas están deseando incorporarse al mercado laboral, idea que además ahora se refuerza por una realidad obvia: es muy difícil vivir de un solo sueldo y más en tiempos de crisis. Si esas mujeres tuviesen oportunidad de trabajar, lo harían”, argumenta Borg.

 

“Durante muchos años en este país no se ha invertido en guarderías, ni se han modificado los horarios de las escuelas. Pueden parecer hechos simples pero es esta falta de estructura lo que hace de verdad difícil de compaginar el empleo con la familia y, de hecho, han convertido a Malta en uno de los países con menor tasa de maternidad”, explica.

 

En esta falta de políticas sociales, ni la Iglesia, ni el catolicismo ni la tradición tienen mucho que ver.

 

 

Tras la independencia del Imperio Británico en 1964, la isla fue gobernada durante 16 años por gobiernos laboristas, que reformaron el pequeño país con rapidez.

Fue esencial la aprobación del matrimonio civil en 1975, la igualdad de salarios entre hombres y mujeres en un mismo puesto, descriminalizar el adulterio o la homosexualidad (antes perseguidas por la ley), la reforma del propio Código Civil en 1985 o hacer que no fuese el marido el único que dispusiese de los bienes de la unidad familiar.

 

Pero también fueron estos gabinetes progresistas los que forjaron medidas que han tenido más bien dudosos beneficios para las maltesas. Elaboraron unas políticas ‘maternalistas’ que empujaron a muchas mujeres a una dependencia económica aún mayor de sus maridos y familias, el empobrecimiento de las ancianas e hicieron muy vulnerables a las esposas cuyos matrimonios fracasaban.

 

 
 

En 1973 se creó una prestación que ofrecía a las familias dinero por cada hijo, de forma universal. En 1986 se aprobó una asistencia social para mujeres solteras o viudas que cuidaban de un familiar anciano o con discapacidad, en los años 90 con gobiernos conservadores también ampliaron una ‘pensión de la cuidadora’ basada en la mitad del salario mínimo en Malta, fortalecía el Estado de Bienestar pero siempre ‘maternalista’: había un amplio elenco de medidas que ofrecían dinero sin cotización a mujeres para que se quedasen en casa. Y en ningún caso se planteó que los hombres lo hiciesen, eran leyes para mujeres.

 

“En los países mediterráneos se ha sometido a la mujer a un tremendo sacrificio, sobrecargando en sus hombros la responsabilidad de la familia”

  Anna Borg
 
 

 

Ninguna de esas medidas estimulaba la incorporación de las maltesas al mercado laboral y las marginaba como ciudadanas de sus propios beneficios fiscales, y en muchos casos llegada la vejez les impediría cobrar pensiones. Fue una legislación discriminatoria.

 

De hecho, para muchas de las mujeres que tuvieron que emplearse en el pasado, la única alternativa fue hacer que su hogar fuese también su centro de trabajo: la mayoría de las casas de huéspedes en La Valletta están regentadas por ancianas, entrañables señoronas que viven y trabajan en el mismo lugar, muchos pequeños restaurantes o tiendas de comestibles también y aquellas que no pudieron sacar adelante un negocio propio se emplearon en servicios domésticos. Todas ellas a menudo en el mercado negro, sin tasas ni impuestos, ni cotización.

 

De esa generación de amas de casa y empleadas, Rose Marie, de 55 años, reconoce que para ella fue un alivio haber criado a sus hijos entre las mesas del restaurante y las habitaciones de su pequeño hotel, Le Bonheur, un establecimiento que abrió su padre en 1946 en el corazón de Valletta y ella heredó en 1973.

 

De su grupo de amigas, todas ellas hoy chicas de oro maltesas, muchas han sido madres y trabajadoras. “En empleos domésticos poco remunerados y se han jubilado muy pronto, aunque una amiga fue química y otra profesora; nunca hubo problema en que la mujer trabajase. Las maltesas somos muy fuertes, tomamos las decisiones en la familia y la economía doméstica. El problema en nuestra época no era tanto que la mujer trabajase sino que descuidase a su familia, a su marido o el cuidado de sus hijos. Eso si hubiese sido un escándalo 30 años atrás”, explica.

 

(Continúa en la página siguiente)

 

 

 
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