Videoarte para desmontar la alambrada del sexismo

Videoarte para desmontar la alambrada del sexismo

Una niña respira al ritmo que le marca una instructora implacable situada en un segundo plano. The breathing lesson, de Dora García, condensa el objetivo de la muestra Está en mi cabeza, detrás de los ojos: identificar los mandatos sexistas que condicionan nuestra forma de sentir y de actuar. Instrucciones difíciles de desobedecer porque se han convertido en algo tan mecánico y propio como la acción de respirar. Las órdenes no vienen de fuera: esa instructora forma parte de lo que somos.

18/12/2010
Dora García

The breathing lesson. Dora García

Una niña respira al ritmo que le marca una instructora implacable situada en un segundo plano. The breathing lesson, de Dora García, condensa el objetivo de la muestra Está en mi cabeza, detrás de los ojos. Ocho piezas de videoarte llaman a identificar los mandatos sexistas que condicionan nuestra forma de sentir y de actuar. Instrucciones difíciles de desobedecer porque se han convertido en algo tan mecánico y propio como la acción de respirar. Las órdenes no vienen de fuera: esa instructora forma parte de lo que somo

Está en mi cabeza, detrás de los ojos es una idea de la comisaria y crítica de arte Haizea Barcenilla y la artista Saioa Olmo. Se puede visitar hasta el 6 de febrero en el Centro Montehermoso de Vitoria, dentro del ciclo sobre nuevas representaciones de la feminidad Contraseñas, cuya estructura siempre es de ocho piezas de videoarte. El título de la muestra alude a una escena de Alien Resurrección, en la que Sigourney Weaver le dice a Winona Rider que siente al bicho que le ha hecho resucitar en su cabeza. “Hay mensajes que se nos hacen extraños y que sabemos que nos hacen daño, pero ya son parte de nosotras. Tenemos los mandatos de género tan interiorizados que ya no sabemos diferenciar qué es nuestro y qué impuesto”, explica Olmo. “Se naturalizan hasta cumplirlos de forma tan mecánica como el hábito de respirar, pero cuando los analizas ves que son construidos”, apostilla Barcenilla.

Una mujer baila desnuda en la playa un doloroso hula-hoop: se trata de un aro de alambre de espino que va abriéndole heridas. Sin embargo, ella sigue haciéndolo girar. Para Olmo, esta propuesta de Sigalit Landau ilustra las dinámicas dañinas que nosotras mismas mantenemos en movimiento. Frente a las reivindicaciones feministas centradas en el espacio público, a las comisarias les interesaba profundizar en los mecanismos psicológicos que perpetúan los roles de género. El control ya no viene de fuera: lo termina ejerciendo una misma de forma aparentemente espontánea o incluso elegida, y eso es lo que lo convierte en más perverso que el dominio más explícito. “No se identifica como una imposición, porque se va interiorizando a través de la educación e incluso en las relaciones afectivas”, explica Barcenilla. “Ese aprendizaje se convierte en algo primigenio”, abunda, “en lo que está en tu cabeza y te empuja a comportarte de una forma determinada en todos los ámbitos: el trabajo, el amor, la percepción de una misma…”

Una de las caras más crudas de ese proceso es la anorexia, que actúa “colonizando a la persona”. La exposición aborda esta lacra social a través del testimonio de una pareja que ha perdido a su hija debido a esta enfermedad, recogido por Martha Rosler en 1977. Los padres hacen una crítica lúcida de la sociedad, de la presión que ejerce ésta sobre las jóvenes. Su discurso no llamaría demasiado la atención de ser emitido en televisión. Pero el contexto de una exposición feminista invita a hilar fino y descubrir cómo la familia normalizó que su hija quisiera adelgazar pese a no tener sobrepeso, alegando que toda chica quiere perder algún kilo, que está bien marcarse objetivos o que ella aspiraba a ser modelo. Más aún, en la propia pareja se intuye una relación desigual en la que la esposa -pese a su aguda capacidad de análisis- se guarda mucho de no eclipsar a su marido. “Lo mismo ocurre con la violencia de género: todo el mundo se posiciona en contra, pero eso no les lleva a cuestionarse cómo construimos nuestras relaciones, incluida la relación con una misma”, reflexiona Olmo.

En la base de esas expresiones dramáticas de la desigualdad se encuentra un sistema social sexista, estructurado en esquemas binarios que nos limitan, y que -frente a quienes piensan que las cosas siempre han sido así y no pueden ser de otra manera- en la exposición se revelan artificiales. María Llopis transita entre la bestia que jadea y gruñe desnuda, encaramada a un árbol, y la mujer recatada que se cubre con pudor al despertar de tal arrebato salvaje. “Ambas actitudes son igualmente estereotipadas”, comentan Olmo y Barcenilla. Señora Polaroiska también muestra a dos mujeres opuestas: una, en la cocina, limpiando una jibia, bien vestida y peinada; la otra, desnuda, con el pelo suelto, en el campo. Diego del Pozo transmite en su vídeo de animación la presión extenuante que supone tener que decantarse ante los binomios rígidos que estructuran nuestra forma de pensar y actuar. Incluyendo a un varón entre las creadoras, las comisarias quisieron dar voz a los hombres que “tampoco se sienten cómodos con sus roles, que los perciben como estrechos e impuestos”.

Pero no todas las piezas transmiten angustia, como la niña que inspira y expira, el martirio en forma de hula-hoop o los recuerdos de la joven muerta por anorexia. Otras propuestas denuncian el machismo arrancando carcajadas. El montaje de O.R.G.I.A. viaja al cine de los últimos años de la España franquista para recordar a ritmo de Manolo Escobar las representaciones de la feminidad y la masculinidad con las que hemos crecido: la mujer es ángel del hogar o florero con minifalda; el hombre, el machito baboso supuestamente graciosete de las películas de Pajares y Esteso.

La última obra de la que se disfruta si se recorre la sala de forma lineal, es la delirante Allegoria de Soytomboi. Suena música clásica y el paisaje es el de un bosque, pero las protagonistas no posan con la gracia de las ninfas que pueblan desnudas los cuadros de Rubens. Estas criaturas del bosque calzan incómodos tacones que se hunden torpemente en la tierra, se enfundan pitillos horteras, se envuelven en celofán y posan en posturas grotescas. Se ríen así del papel de objeto de deseo, dispuesto en un escenario idílico para ser contemplado y animado, que el arte ha reservado a las mujeres. “Queríamos terminar con optimismo, proponiendo no sólo críticas sino acciones de subversión a las instrucciones de género. Mostrar que el problema existe pero hay formas de contrarrestarlo”, resume Barcenilla.

La muestra se caracteriza por la diversidad de sus autoras: artistas reconocidas a nivel internacional como García y Landau conviven con colectivos locales -O.R.G.I.A., Señora Polaroiska- y con otros que vienen de otros campos: la postpornógrafa Llopis o las organizadoras de fiestas Soytomboi. No es casual que en la mayor parte de creaciones los firmen colectivos: Olmo y Barcenilla son las impulsoras de Wiki-historias, una web creada para revisar de forma colectiva la historia del arte con perspectiva de género. Hacer hincapié en el valor del trabajo colaborativo es por tanto una constante en sus propuestas.

Para interpretar los vídeos, resulta altamente recomendable leer el texto del libreto, en el que las propias organizadoras resumen los objetivos de la exposición. Párrafos en los que explican cómo se transmiten los mandatos de género se intercalan con frases metafóricas inspiradas en los vídeos. “Sabes que sólo quiero lo mejor para ti porque eres mi corderita. Sí, y las corderitas se quedan dentro de la alambrada”, comienza el texto en alusión al vídeo de Señora Polaroiska. Pero Olmo y Barcenilla están convencidas de que se puede desmontar la alambrada: “No podemos erradicar los mandatos de género porque son parte de nosotras, pero se pueden transformar, utilizarlos de otra forma”. Para exponerlo, invitaron a Dora García a Montehermoso para disertar sobre cómo desarticular desde el arte los mensajes y hábitos tan asimilados. Al igual que la propia muestra, el texto termina animando a dar la vuelta a las imposiciones sexistas con una imagen inspirada en la loca alegoría de Soytomboi:

– ¿Te dejarás seducir?

– No, me iré a roturar el campo. Por fin he descubierto para qué sirven estos tacones.


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