To be or not to be… Cubano
Los dos jineteros se atragantan porque no saben hablar sin reír. Se ríen de todo. Mis preguntas han sembrado el debate. ¿Cómo parecer cubano? ¿Cómo pasar por cubana? ¿Cómo son ambos? ¿Cómo se comportan?
Los dos jineteros se atragantan porque no saben hablar sin reír. Se ríen de todo. Mis preguntas han sembrado el debate. ¿Cómo parecer cubano? ¿Cómo pasar por cubana? ¿Cómo son ambos? ¿Cómo se comportan?
“Hay que sacar el culo y enderezar la espalda a la vez”, dice uno, el más espabilado de los dos. “No, mira, para ser cubano tienes que cumplir tres reglas básicas: tienes que tomar –beber-, te tienen que gustar las mujeres y luego tienes que saber bailar bien”. Su amigo lo mira de arriba a abajo y replica: “Hay que mirar a una mujer como si fuera desnuda, pero sin perderle el respeto, ¿eh?”.
Afuera las gallinas corretean curiosas y se escucha un ruido lejano de tractor o de auto americano –los dos suenan parecido-. “No te apures, a estos pollos no los cogen los autos, están duros, comen cemento todo el día”. La ocurrencia provoca una sinfonía de carcajadas. Al lince le hacen gracia sus propios chistes y empuja a su amigo, que se deja empujar. “Y hay que saber llevar los brazos, chico, hay que saber dejarlos caer, que se tensen o se relajen por sí solos. El cubano tiene que parecer trancado, aunque luego sea un comemierda”.
[sc name=”suscribete”][/sc]Es cierto. Los brazos de los cubanos parecen tener vida propia y dibujan extrañas constelaciones para acompañar las prédicas de sus patrones, o surfean en el aire ajenos a las órdenes de sus dueños. “Luego, claro, hay que tragar lo que se traga aquí cada día”. El espabilado me señala el techo, que está descascarillado y maltrecho, poblado por extensas telarañas.
¿Y la mujer? “Bueno, eso es fácil. Yo sé si es cubana o no sólo por los andares, seguro”, dice el sosegado, pero el espabilado reacciona y redondea la idea. “La manera de caminar, sí, cómo mueven la cadera, los gestos… La cubana no anda, asere, ¡la mujer cubana desfila!”. Pasan ante nosotros tres turistas blancas como la nieve, con las pantorrillas largas y rosadas, y los ojos de los dos jineteros persiguen sus sombras como sabuesos hambrientos.
La conversación se extiende durante toda la tarde. La plática, siempre ungida de una buena dosis de guasa, es el deporte nacional en Cuba, por encima del béisbol y del boxeo. Les encanta hablar, les enciende la cháchara, el cotilleo, la bulla, les motiva jugar y soñar con la palabra. “Yo hablo por no callar, asere”, sentencia el más despierto. La cafetera avisa. El café está hirviendo, y afuera unos niños juegan a las guerritas con palos de madera.
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