La dificultad de decir ‘no’
"No me apetece tener sexo siempre que me lo ofrecen, ¿Soy raro?" Al hilo de esa pregunta, Mónica Quesada Juan habla de las dificultades de los hombres para decir "no".
“Llevo un tiempo observando y sufriendo la opinión de mis amigos con respecto a cómo vivo mi sexualidad. Siempre he tenido éxito en el terreno amoroso y sexual en el sentido de que llamo la atención y no tengo que esforzarme mucho para ligar. Pero mis amigos siempre me dicen que soy tonto por no aprovechar todas las oportunidades que se me presentan. Y estoy empezando a dudar de si tengo algún problema porque es cierto que no me apetece siempre que me lo ofrecen. ¿Soy raro?. MB”
Hola MB. ¿Que si eres raro? Te contesto en la línea del título del artículo: No. En este terreno existen tantas sexualidades como personas haya. Por tanto, no hay una norma de cómo deberían ser las cosas (en realidad las hay, pero basadas en supuestos erróneos).
No sería el primer ni el último chico que viene a terapia con alguna problemática sexual donde el primer episodio se produjo por mantener una relación genital que no le apetecía
La dificultad de decir que ‘no’ tiene que ver con los límites existentes en sexualidad de los que hablamos anteriormente. Esta dificultad se achaca sobre todo a las mujeres; sin embargo, si nos fijamos un poco veremos que va más allá del género que se aprenda. Hoy nos centraremos en las dificultades del género masculino, puesto que se suele hablar muy poco sobre ello.
Desde nuestra infancia, la educación va encaminada a que nos atengamos a las reglas sociales establecidas; esto se traduce en mujeres recatadas y que han de tener siempre cuidado en lo que emprenden porque existen peligros acechándolas, es decir, poco deseantes. Y hombres valientes y con iniciativa que desean todo aquello que se les ponga delante. A medida que se va creciendo, las mujeres se niegan a sí mismas cosas que tal vez les apetecería pero que han aprendido que no deben. Y por otro lado, los hombres empiezan a no plantearse lo que se les presenta, y acaban haciendo aquello que no les apetece porque si no hacen corren el riesgo de que su entorno se lo recrimine. Viven en la lucha de hacer lo que no desean aunque supuestamente deberían desear. Así pues, llegamos a un desnivel en la escala de deseo. Es decir, del uno al diez, lo que DEBERÍA desear una mujer es un cero o un uno, mientras que lo que debería desear un hombre es un diez. Estos extremismos conllevan una insatisfacción de no estar en la supuesta meta todo el tiempo.
Nos encontramos con dos situaciones: hombres que no tienen claro lo que desean y se dejan llevar por la situación, y hombre que se esconden tras su deseo para eludir su responsabilidad sobre sus actos, como si su deseo tuviera vida propia y obnubilase su razón
No sería el primer ni el último chico que viene a terapia con alguna problemática sexual donde el primer episodio se produjo por mantener una relación genital que no le apetecía, por miedo a que la gente pensase que le pasaba algo “raro” al negarse y no desear una relación que se le presentaba en bandeja. Ni será el primero ni el último que venga preocupado porque su erección no aparece cada vez que ve un retazo de carne, pensando que tiene un problema con su libido. Y bajo estas problemáticas se encuentra el hecho de que les cuesta reconocer que las creencias sociales que tenemos no sólo son perjudiciales para las mujeres, sino también para los hombres.
Como consecuencia de ello nos encontramos con dos situaciones:
La primera, hombres que no tienen claro lo que desean y se dejan llevar por la situación y, una vez en ella, se dan cuenta de que no quieren estar ahí. Por ejemplo: chico que sale por la noche, se encuentra a alguna persona que tiene ganas de mantener relaciones sexuales con él y comparte la situación aún sin tener ganas. En muchos casos es su cuerpo el que pone el límite.
La segunda, aquellos que se esconden tras su deseo, eludiendo su responsabilidad sobre la conducta. Aquí entraría la manida frase “se dejó llevar por el deseo”: el deseo le exime de la culpa ante los daños a provocados a terceras personas. Por ejemplo, el chico que se salta el pacto de no tener relaciones genitales fuera de la pareja y alega: “Se me lanzó y no pude hacer nada”. O aquél que se siente en la necesidad de incomodar a cualquier mujer que, según él, vista de una manera provocativa porque “es lo que estaba buscando”. Se le otorga al deseo una vida propia que obnubila la mente del poseedor. Por supuesto, toda persona es dueña de qué hacer con sus deseos; éstos, hoy por hoy, no tienen capacidad de decisión.
El problema viene cuando el aprendizaje social se utiliza como excusa para no trabajarse los propios límites
En ambos casos, los límites personales se han borrado con el aprendizaje social. El problema viene cuando este aprendizaje social se utiliza como excusa para no trabajarse los propios límites. El aprendizaje social es una causa, nunca el responsable de la acción.
Con este tema me viene a la mente la imagen de un caballo desbocado agarrado con cuerdas. En el caso de la educación de la mujer, la mujer estaría continuamente intentando parar al caballo. Poniéndole el límite demasiado pronto y, por tanto, el caballo lucha por establecer el suyo. En el caso del hombre, el caballo corre arrastrando al hombre sin que éste pueda pararle ni ponerle un límite.
En realidad, ese caballo no está desbocado, sino que está luchando para poder vivir en libertad sin ataduras que le marquen qué tiene que hacer y hacia dónde tiene que ir. Ese caballo es nuestro Yo real, el que quiere salir a la luz, pero las imposiciones sociales se lo dificultan. Así pues, sólo me queda preguntarte: ¿Te atreves a trotar en libertad?