Leonora Carrington, la novia del viento

Leonora Carrington, la novia del viento

Leonora Carrington no aparece en los primeros puestos del movimiento surrealista, pero merece estar. Max Ernst dijo de ella que había desarrollado un lenguaje pictórico propio. Octavio Paz la describió como "un personaje delirante, maravilloso"

02/09/2011

Sonia R. Arjonilla

‘Inn of the dawn horse’, autorretrato de Leonora Carrington.

Nada me gusta más que deambular sin rumbo por salas de museos sin otra pretensión que reparar en aquellos cuadros que despiertan mi curiosidad. Es justamente lo que hacía por las salas de la Tate Modern londinense cuando un cuadro oscuro y extraño me atrajo. La autora, la recientemente fallecida Leonora Carrington (Lancashire, Inglaterra, 1917 – Ciudad de México, 2011). El título de la obra, “Eluhim” (1960). La palabra proviene del hebreo y se traduce como Dios o dioses. Parece que a la autora le sirvieron de inspiración los cuentos populares irlandeses que su nanny le contaba en su infancia, así como el mundo imaginario que le transmitió su madre. Criaturas fantásticas salen de las sombras y parecen bailar en círculo. Es surrealista. Es poesía en movimiento.

Carrington entró en el movimiento surrealista de la mano de su tutor y amante Max Ernst en 1937. Participó en la Exposición Internacional del Surrealismo, que marcó el apogeo de este movimiento. Fue colaboradora activa del Kunstler Bund, movimiento subterráneo de intelectuales antifascistas

Puede que no aparezca en los primeros puestos del movimiento surrealista (ay, como tantas otras), pero merece estar. Era “uno más” entre todos ellos, los grandes del momento: Breton – fundador del movimiento y autor del primer Manifiesto Surrealista- Miró, Picasso, Dalí, Paul Éluard, Yves Tanguy, Tristan Tzara, Jean Arp, Matta… Juntos bebieron y alargaron las horas hasta el infinito en el Café Les Deux Magots (París).

Carrington entró de la mano de su tutor y amante Max Ernst en 1937. Tan sólo un año después participó con ellos en la Exposición Internacional del Surrealismo, celebrada primero en París y luego en Ámsterdam, y que marcó el apogeo de este movimiento. Ese mismo año publicó sus cuentos breves titulados “La casa del miedo”.

Sobra mencionar lo difíciles que fueron aquellos años de entreguerras, pero sí creo necesario recordar lo importantes que fueron muchas de las propuestas políticas y artísticas de los intelectuales de aquella época. Antes de la ocupación nazi de Francia, varios de los pintores del movimiento surrealista, incluida Leonora Carrington, se hicieron colaboradores activos del Kunstler Bund, movimiento subterráneo de intelectuales antifascistas.

Pero la situación se agravó, y Max Ernst fue apresado y encerrado en un campo de concentración. Leonora enloqueció de pena y desesperación y se vio obligada a huir a España;  fue ingresada en un sanatorio psiquiátrico en Santander. Una pesadilla que acabó con su huída y consecuente exilio en México.

Max Ernst dijo de ella que había desarrollado un lenguaje pictórico propio. Octavio Paz la describió como “un personaje delirante, maravilloso”

Comenzó una nueva etapa y restableció sus lazos con varios de sus colegas y amigos surrealistas en el exilio, que también se encontraron en ese país, como André Breton, Benjamin Péret, Alice Rahon, Wolfgang Paalen y la pintora Remedios Varo. Se casó con Imre Weisz, fotógrafo de origen húngaro, de cuya relación nacieron sus dos hijos.

Pero todo esto no son más que un montón de datos que sólo aportan una descripción superficial del personaje en cuestión. Siempre he pensado que la mejor manera de conocer a un artista es a través de su obra, y observando la de Leonora Carrington, creo adivinar a una mujer solitaria, reservada, soñadora, completa en un mundo paralelo y ficticio de difícil acceso para los demás.

Su querido Ernst, que tras la guerra emigró a Nueva York con Peggy Guggenheim, solía llamarla “la novia del viento”. Declaró que Leonora Carrington había desarrollado “un lenguaje pictórico, determinado por diversos temas como el mito céltico, el simbolismo alquímico, el gnosticismo, la cábala, la psicología junguiana y el budismo tibetano” (publicado en 2003 por ArtStudio Magazine). Octavio Paz la describió como “un personaje delirante, maravilloso”, “un poema que camina, que sonríe, que de repente abre una sombrilla que se convierte en un pájaro que se convierte después en pescado y desaparece” (Efe).

Sonrío al comparar estas aportaciones sofisticadas y místicas de la mujer artista con la propia descripción que hace Leonora de sí misma, “soy una mujer normal, que va al mercado y le preocupa el precio de los tomates y del pepino. De la carne no. No me gusta. También soy mamá”. La idea de pintar o escribir algo surge así nomás, como cocinar o coser algo. Es un momento y ya, viene de manera natural”.

Cómo decía, nada como indagar en su trabajo, porque lo fascinante del arte es que a través de la vida de los otros, adivinamos pequeños misterios de la nuestra.

 

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