Reflexión sobre lo ocurrido el 26-A
Xara Sachhi
Ya pasados los días, habiendo repercusiones en diferentes medios periodísticos y en las redes sociales de las agresiones físicas llevadas a cabo por un individuo hacia tres de las participantes de la besada bollera y las agresiones verbales discriminatorias y gestos lesbófobos y violentos hacia las 30 que estábamos allí convocadas el pasado jueves […]
Xara Sachhi
Ya pasados los días, habiendo repercusiones en diferentes medios periodísticos y en las redes sociales de las agresiones físicas llevadas a cabo por un individuo hacia tres de las participantes de la besada bollera y las agresiones verbales discriminatorias y gestos lesbófobos y violentos hacia las 30 que estábamos allí convocadas el pasado jueves 26 de Abril en la Plaza de la Catedral de Santiago, quisiera hacer una memoria del acontecimiento desde un punto de vista que no sea el de la retórica “necrológica” donde lo único que queda es la historia de una agresión más, cómo si ésta fuera un acontecimiento único, cómo si no perteneciera a un entramado social de violencia, discriminación y silencio cómplice que se ejerce constantemente sobre nuestros cuerpos y sobre nuestras vidas como lesbianas.
Estos días he escuchado una y otra vez como se intentaba “lavar” la cara de lo ocurrido con ideas como: “quizás es un hecho único”, “esto en Bilbo no pasa debe haber sido ese lugar o lo que estabais haciendo”, “quizás este hombre estaba mal”, “porque os mostráis así tan provocadoramente, ¿todo el mundo tiene que saber que sois lesbianas?”, o “no hace falta hacer actos tan superfluos como una besada, la lucha está en otro lado” entre otros, que me recordaban insistentemente la larga data de desprecio misógino que acarrean estas frases y como se vuelven una forma de desacreditar no sólo la verdad de la agresión sino la fuerza y el valor del acontecimiento previo a la agresión. Ponen en entre dicho la validez de la elección de personas libres de expresarse política y socialmente (y en este caso festivamente) en un espacio público, ponen en entredicho las elecciones subjetivas de esas personas dejándolas al borde de lo que se considera humanamente aceptable, e incluso de lo que se considera pasible de respeto y cuidado.
Ya se han dado suficientes detalles sobre lo ocurrido, incluso las que sufrieron las peores lesiones han hablado en primera persona y contado los hechos. ¿qué más que escuchar la palabra de ellas hace falta para entender que es un hecho muy grave y que no es azaroso?, ¡Es azaroso acaso el número de mujeres asesinadas! No. ¿Es azaroso que exista la frase “salir del armario”? ¿No deberíamos hablar en vez de visibilización lésbica de como resistir y responder a los intentos continuos de dejarnos al borde de lo humano, de quitarnos la vida, de hacernos desaparecer bajo una u otra norma ya sea esta médica, psiquiátrica, legal o heterosexual de nuestra indudable VISIBILIDAD en esta sociedad?
La besada se convoco gracias a una propuesta, Andrea Momoitio de Pikara me propuso si quería hacer algo para el día de la visibilidad lésbica que organizarían una fiesta, como siempre ando pensando en las posibilidades que hay de trabajar en la inter- determinación de los campos artísticos y políticos, propuse la besada como la articulación colectiva y política entre la fiesta y la intervención plástica que realizaría en el lugar de la fiesta. La fiesta es una creación colectiva, crear es una fiesta, crear es la fiesta del concepto y del artista, citando a G. Deleuze: “¿Qué es tener una buena idea en cine? O ¿Qué es tener una idea cinematográfica? Resistencia. Acto de resistencia(…) ¿Contra qué? No es el acto de resistencia abstracto, es acto de resistencia y de lucha activa contra la repartición de lo sagrado y lo profano. Y este acto de resistencia en la música culmina con un grito (…) Eso es el acto de resistencia. A partir de esto me parece que el acto de resistencia tiene dos caras: es humano y es también acto de arte.” Eso es lo que propuse y eso es lo que hicimos todas juntas allí en la plaza, un acto de resistencia y un acto de arte. Y el grito con el que culminó, no fue el de un lesbófobo exigiéndonos que desalojáramos Bilbo. El grito en el que terminó es el que se reproduce en cada una de nosotras desde que salimos a la plaza: Aquí estamos, no somos amigas, nos comemos el coño.
Los silbatos tuvieron que sonar una vez más, y seguramente no será la última, pero ese acto colectivo de silbar todas juntas al agresor, de sabernos allí, de encontrarnos es un acto que no fue un reflejo, tuvimos miedo claro que sí, pero el miedo es una alerta, y el miedo se pasa cuando nos acompañamos, cuando decidimos defendernos, cuando decidimos salir, hablar, compartir. ¿que necesitamos protocolos de defensa contra las agresiones lesbófoba? Sí, claro que sí. Pero creo que el primer punto ha sido resuelto: Aquí estamos, somos muchas y estamos resistiendo.