No todas las indias quieren casarse
Concertado o no, el matrimonio sigue determinando el destino de la juventud de India. Pero la democracia más grande del mundo evoluciona, en cuestión económica más rápido que en materia social, y las nuevas generaciones comienzan a reflexionar sobre el papel de madre y esposa que tradicionalmente ha correspondido a la mujer
Cristina E. Lozano (@CristinaELozano) / Delhi – Rishikesh
India se despierta temprano. Tan temprano que frecuentemente lo hace antes de salir el sol. En este vasto país lleno de contradicciones muchas veces no parece haber prisa para nada y, al mismo tiempo, ni un segundo que perder. Es esta una tierra inmensa, seis veces y media más grande que España, en la que conviven más de 1200 millones de personas con religiones, castas y costumbres diferentes a los que bien haría falta una vida entera para empezar con suerte a comprender.
Durante el revuelo que se arma cuando explicamos que no tenemos marido, una joven de 16 años responde muy seria que ella no quiere casarse
De madrugada la estación de Nizamuddin es un enorme dormitorio que acoge decenas de cuerpos que descansan ajenos a la densa atmósfera de Delhi. Son viajeros con billete que esperan el tren de las cinco y media. Con las primeras luces del alba unos se asean modestamente, otras colocan sus vistosos saris. Y todo ocurre en el andén, el mismo andén en el que nosotras, dos españolas mochila al hombro, esperamos la locomotora que nos conduzca a Haridwar, una ciudad sagrada bañada por el curso alto del Ganges.
Mirándola con buenos ojos, la sleeper class de un ferrocarril indio vendría a parecerse a la tercera clase de uno europeo. Igual no se puede dormir a pierna suelta sobre sus tristes sofás de eskay azul, pero sin duda es el lugar perfecto para acercarse a los locales y a sus historias. Historias como la de Deeksha Pareta, una joven de Nueva Delhi que peregrina a la ciudad por motivos religiosos con su familia, 17 personas de todas las edades que se arremolinan curiosas sobre nosotras para saber si nuestros maridos “nos han dado permiso para viajar tan lejos”.
“No debe ser cosa fácil esto de ser mujer en India”, pienso al ver el revuelo que se arma cuando explicamos que a nuestros veintitantos no tenemos marido. Pero ellos no son los únicos en sorprenderse en ese vagón. Yo lo hago también cuando, tras preguntar, la pizpireta joven de 16 años me responde muy seria que ella no quiere casarse.
Lo hace rápido, en inglés e inmediatamente cambia de tema. Ningún miembro de su familia la ha entendido. Ellos solo hablan hindi y están demasiado ocupados observando divertidos a las dos occidentales -nosotras- que se han colado esa mañana en su tren. Hombres y mujeres viajan juntos pero cada uno a lo suyo. Y separados los encontraremos después en la puja de la ciudad a la que acudirán ellos por un lado y ellas por otro.
Esposa que viene con dote
“Criar a una hija es como regar el jardín del vecino”, reza un antiguo proverbio hindú que encierra el sentimiento fuertemente arraigado de que una niña en la familia significa, entre otras cosas, que un día pasará a dejar de depender de su padre para hacerlo de su marido a quien, para garantizar su cuidado, se le concederá una dote económica más o menos cuantiosa.
Tradicionalmente, la mujer casada se dedica al cuidado de la casa y de los hijos, pero eso ya no es siempre así. Algunas comienzan a tener trabajos fuera del hogar e incluso rompen el techo de cristal, como Chandra Kochhar, cabeza del ICICI Bank
Eso nos contará con más detalle Shivam, un indio de 23 años fuertemente occidentalizado que nos acompañó durante tres días de travesía por el Himalaya y que, casualidades de la vida, por aquel entonces acaba de celebrar la boda de su hermana. “La familia del marido puede pedir tierras, casas, coches. Cualquier cosa. Y eso cuesta mucho dinero. A veces puede pasar un año y vuelve para pedir más cosas”, nos cuenta este joven que insiste a cada paso en que “quiere protegernos y cuidarnos” y que junto a el no tenemos “nada que temer”.
Por lo visto Shivam salió escaldado de una relación con una joven judía a la que prometió su amor con palabras y regalos. Pero este fracaso amoroso no ha hecho que pierda las ganas por casarse. De hecho no parece que en su cabeza quepa la posibilidad de no hacerlo y, aunque ahora está soltero, tiene una idea bastante clara de cómo podría ser su futuro sentimental: una adivina le dijo que se casará dos veces, con una occidental primero primero y con una india después.
Reconocer a una mujer casada en India es bastante sencillo. Sonam Jain, una chica de 23 años con estudios de economía y trabajo fuera del hogar, nos explicó todos los distintivos que una esposa debe llevar. Estos son el bindi, ese punto rojo entre las cejas que no debe confundirse con la tika, una señal religiosa que también se pinta en la frente pero que pueden lucir tanto hombres como mujeres; el sindoor rojo, una línea entre rojo y granate que se traza desde el centro de la frente, casi en el nacimiento del pelo, varios centímetros hacia la coronilla; el mangalsutra o collar; varios churris o pulseras, que mejor si son de cristal; y uno o varios bichhia o anillos en los pies.
“Pero todo esto varía según de qué parte del país sea la mujer”, concreta la simpática viajera que pacientemente responde las infinitas preguntas que tenemos sobre sus tradiciones. Nada tienen que ver con el matrimonio las pinturas con las que las mujeres impregnan sus pies, generalmente a juego con su sari, ni el pendiente que muchas llevan en la nariz. “Casi todas las mujeres indias se lo hacen antes de casarse. Es muy importante”, nos cuenta Sonam que, curiosamente, no lleva piercing porque no le gusta. Ella, como Deeksha Pareta, viaja en tren junto a su familia, en total casi veinte personas. Van a Agra, donde volveremos a encontrarnos para una improvisada sesión fotográfica, porque los indios gustan mucho de fotografiarse con occidentales.
Madre, ama de casa y trabajadora
Tradicionalmente, como en muchas otras culturas, la mujer casada en India se dedica al cuidado de la casa y de los hijos pero eso ya no es siempre necesariamente así. Algunas comienzan a tener trabajos fuera del hogar. Algunas, de grupos económicos más favorecidos, incluso rompen el techo de cristal y consiguen ponerse al frente de importantes corporaciones, como es el caso de Chandra Kochhar, cabeza del ICICI Bank, a cuyo abrigo se ha consolidado toda una generación de mujeres empoderadas que trabajan en banca. Según los datos del Instituto del Banco Mundial, la tasa de población activa de mujeres se situaba en el 29 por ciento en 2010 (según la misma clasificación la española es del 52 por ciento).
Sospecho que para las clases menos adineradas las cosas no son tan ‘fáciles’, pero poco a poco las féminas comienzan a abrirse camino y los hombres empiezan muy lentamente a aceptarlo. “A mí no me importaría que mi mujer trabajara”, nos explica Puneet, un ingeniero soltero de 26 años con el que compartimos asiento en el Taj Express. A él no le importa que su mujer trabaje “siempre y cuando cumpla con su deber de esposa”.
“A mí no me importaría que mi mujer trabajara”, dice Puneet, un ingeniero soltero de 26 años, “siempre y cuando cumpla con su deber de esposa”
“Quiero una mujer que me espere cuando llego a casa. Si trabaja o no es cosa suya. Pero claro, la responsabilidad del marido es ganar dinero. Ella tiene que limpiar, cocinar. Si además de eso trabaja va a estar muy cansada cuando yo vuelva, los dos estaríamos muy cansados y eso sería una depresión”, nos explica un joven que se ríe y da la callada por respuesta cuando le sugerimos que, si los dos trabajan, lo lógico será que compartan las tareas del hogar. “No, no, no. Yo ya he cumplido con mi obligación”, defiende.
Según Puneet la edad común para casarse en India está entre los 25 y los 30 años -aunque nosotras hemos visto muchas mujeres luciendo bindi que nos han parecido menores- y que el no empezará a preocuparse de verdad por seguir soltero hasta que no sobrepase la treintena.
También nos cuenta que ha conocido a una chica que le gusta. Ella trabaja en Londres y está también interesada en él. “Pero es muy lista” dice preocupado, como si eso no fuera algo positivo. Por la cabeza se le ha pasado ir a verla a Londres pero la idea no le seduce en absoluto. El y toda su familia comparten casa en una ciudad a pocos kilómetros de Delhi. Para él, la familia, su familia, es lo primero.
Un país con más hombres que mujeres
Un dato que a pocos pasa desapercibido cuando lo conocen es que en este enorme subcontinente hay más hombres que mujeres. Según datos de la Oficina de Registro General y del Comisionado del Censo indio en 2011 el país contaba con unos 623 millones de indios y 586 millones de indias. La violencia contra la mujer antes y después de su nacimiento es, entre otros factores, causa de que ellas sean menos que ellos.
Por eso, desgraciadamente, no podemos hablar de la situación de la mujer en India sin decir que un millón de niñas ‘desaparecen’ allí cada año sin dejar rastro y que alrededor de 50.000 más son abortadas antes de nacer a pesar de la prohibición por ley de conocer el sexo del feto antes de su nacimiento. Algunos han denunciado ya este ‘generocidio’, una triste realidad que se repite en otros países como por ejemplo China.
No es casualidad que los indios prefieran tener hijos a hijas. Claire Brisset intenta explicar esta realidad en el artículo Mother India: “Una niña es una invitada temporal en la casa de sus padres que un día se marchará de su familia con una dote para servir a la de su marido. La idea de tener que entregar esta dote ensombrece cualquier perspectiva de alegría, incluso antes del nacimiento de la pequeña”.
Pero la periodista y luchadora por los derechos de la infancia en UNICEF no solo alega razones económicas a esta ‘falta de alegría’ y a las terribles consecuencias que en algunos ambientes supone. También encuentra motivos culturales para ella y es que, como esboza en el artículo publicado por Le Monde Diplomatique (1995), “los padres que no engendren varón están condenados a vagar en la tierra para siempre al ser el chico primogénito a quien corresponde encender su pira funeraria llegado el momento”.
Shivam ya nos había dejado claro que incluso a la hora de morir hombres y mujeres tienen derechos diferentes. Hacia unos meses el mismo había participado en la cremación de su abuelo. “A la ceremonia solo pueden ir los hombres casados y los que tienen una relación muy directa con el difunto. Todos ellos se rapan la cabeza en señal de duelo y la familia directa, la que vivía en casa con el, no puede comprar nada ni hacer nada durante un año entero”, nos explicó mientras cenábamos en la remota aldea de Chopta, a 3000 metros sobre el nivel del mar. No me atrevo a preguntar por la sati, una antigua tradición que consiste en quemar en la pira al difunto y a la viuda que deja (viva) y que, aun prohibida por ley, algunos artículos denuncian que sigue practicándose en algunas regiones del país.
El panorama es poco alentador pero no por ello hay que perder toda esperanza. Mientras la población aumenta imparable -estudios estiman que la India superará en número de persona a China para el año 2050- crece también el nivel de alfabetización de niños y niñas, así como el número de ONGs y organizaciones que ponen en marcha acciones sobre el terreno para fomentar la mejora de las condiciones de vida de ellos y, muy especialmente, de ellas. Sin embargo, situada en el puesto 134 del Índice de Desarrollo Humano ajustado por la Desigualdad, la igualdad de género en la India es una quimera que la gran mayoría de indias ni siquiera puede imaginar.