Elizabeth Siddal y Ophelia. Los “juguetes rotos” del Prerrafaelismo

Elizabeth Siddal y Ophelia. Los “juguetes rotos” del Prerrafaelismo

Pese a su potencial como pintora, sólo fue reconocida como modelo, a la sombra de su marido, Gabriel Rossetti

Texto: Mar Gallego
15/11/2012
Parte de Ophelia, cuadro de John Everett Millais (1852) conservado en la Tate Gallery

Parte de Ophelia, cuadro de John Everett Millais (1852) conservado en la Tate Gallery

Lizzie, como la llamaban las personas más cercanas, se introdujo en la bañera que Millais había ambientado para retratarla, en el número 83 de Gower Street. Esta vez, iba a interpretar a Ophelia en el momento de su ahogamiento, en un intento más por encarnar aquellos personajes femeninos cargados de languidez y dolor a los que la Hermandad de los Prerrafaelistas volvían una y otra vez en busca de un pasado romántico. Todos ellos encontraban en Lizzie la apariencia perfecta para dicha representación, lo que la convirtió en modelo predilecta del movimiento.

De clase baja y de espíritu elegante y sensible a las artes, Elizabeth Eleanor Siddal (Londres, 1829-1862) entra en el mundo de la superficial y cruel Inglaterra victoriana de dominio masculino. Lo hace de la mano de Deverell que ve en una costurera de sombrerería -oficio al que se dedicaba- una belleza que la Hermandad Prerrafaelista no pudo dejar de explotar.

La inquietante vida de Siddal, caracterizada por un potencial artístico “sin instrucción” y una sensibilidad infinita, se escribe como la de las historias de mujeres con inquietudes artísticas en la época: a la sombra de su marido

En ese intento por rescatar valores del pasado y conmovidos por el imaginario de las leyendas medievales, esta asociación de pintores, poetas y críticos ingleses fundada en 1848 en Londres,  quiso desafiar el academicismo imperante en la Inglaterra de entonces rescatando el arte italiano y flamenco anterior a Rafael. Todo ello, acompañado de una vida llevada del romanticismo marcada por la ausencia de límites y la exaltación de la tragedia. Precisamente John Everett Millais (autor de Ophelia) fue uno de los fundadores, junto con William Holman Hunt y Gabriel Rossetti (primero amante y luego marido de Siddall).

Para conseguir esa misma tragedia y éxtasis en sus cuadros, los prerrafaelistas no tenían límites a la hora de someter a las modelos a todo tipo de poses y situaciones para conseguir los resultados esperados. Elizabeth tuvo que permanecer en el agua de aquella bañera durante sesiones interminables en pleno invierno (1852). Todo ante la impaciencia de un Millais que no pudo esperar al verano para emprender su nuevo proyecto artístico.

Su mecanismo para detener el frío era bien rudimentario: unas velas que depositaba debajo de la bañera con el fin de que no se enfriara y de que su Ophelia, por tanto, no muriera congelada  en vez de ahogada. Otras versiones, en cambio, apuntan a que el pintor creó una fuente con un extraño mecanismo que impedía que el agua disminuyera su temperatura. Fuera como fuere, las velas se apagaron o el mecanismo falló en una de esas sesiones, lo que tuvo como consecuencia que el agua se enfriara cada vez más sumiendo a Elizabeth en un resfriado o neumonía del que, según recoge su ignorada historia, jamás llegó a recuperarse del todo. Algunas teorías apuntan incluso a que aquella fue la causa de la débil salud que la caracterizó durante toda su vida.

Fue a través de esa obra cuando por primera vez vi a Elizabeth Eleanor (en la Tate Gallery de Londres). Con Ophelia tuve la extraña experiencia de estar teniendo un encuentro con alguien a quien no me estaban presentando y cuya identidad no conocía. Años después, supe que aquella persona que se presentaba ante mí era una de las modelos británicas más reclamadas por los artistas prerrafaelitas del XIX y uno de los cabellos cobrizos que más veces había visto en arte. Además de todo eso, supe que había sido una de las poetas más “elegantemente ignoradas” de la época.

Clerk Saunders, cuadro de Elizabeth Eleanor Siddal (1857).

Clerk Saunders, cuadro de Elizabeth Eleanor Siddal (1857).

La inquietante vida de Siddal, caracterizada por un potencial artístico “sin instrucción” y una sensibilidad infinita, se escribe no de forma muy diferente a la de todas las historias de mujeres con inquietudes artísticas en la época: a la sombra de su marido, en este caso del reconocido Dante Gabriel Rossetti que, durante muchos años, acaparó la imagen de la modelo únicamente para sus obras. Elizabeth nos abre, además, un puñado de intrahistorias que se deshacen detrás de cada obra que vemos: ¿Cómo eran las vidas de esas mujeres modelos? ¿Qué consecuencias tenía encarnar el ideario estético de la época? ¿A qué aspiraban más allá de ser amantes de? ¿Cuáles eran sus inquietudes artísticas?

Fuera de Gran Bretaña, la historia de Elizabeth como poeta y como artista es apenas perceptible. Su rastro ha sido borrado visibilizando únicamente la “tormentosa” relación con Rossetti, la belleza inalcanzable que encarnaba y su muerte repentina (suicidio o no) por una sobredosis de láudano a sus 33 años de edad. Las versiones oficiales apuntan a dos motivos: las constantes infidelidades de su marido y el haber dado a luz una hija que nació sin vida. Cuestión ésta que pareció sumirla más aún en la depresión que siempre pareció acompañarla.

Las causas reales y las elecciones que marcaron su historia nunca las sabremos.  Pero sí podemos saber qué se esperaba de una mujer en ese entonces y qué consecuencias tuvo para ella el verse inmersa en un círculo alternativo que, más allá de sus concepciones, nunca supo verla ni reconocerla como compañera. Un círculo que, aunque apostó por romper leyes establecidas, no supo romper la concepción que tenía sobre las mujeres.

A pesar de reconocer estos el inmenso potencial que Elizabeth tenía para la pintura, los reconocimientos solo le fueron reservados como belleza etérea y modelo. Sus auto-representaciones pictóricas curiosamente muestran lo contrario a la ideal belleza que veían en ella sus contemporáneos. Siddal se representaba a sí misma como un ser opaco, triste y oscuro como si existiera una especie de contradicción entre cómo era representada y quién era realmente. Como si su experiencia la hubiera llevado a ser el juguete roto de los pre-rafaelistas o como si el mundo diferente que empezó a rodearle tuviera para ella el triste final del de todas las mujeres de la época: la in-diferencia y un casamiento con un inmenso ego que la adoraba tanto a ella como a otras, también modelos, cuyas vidas sería fascinante rescatar.

A pesar de su inmenso potencial como pintora, sólo fue reconocida como belleza etérea y modelo. En sus autorretratos aparece como un ser opaco, triste y oscuro, como si existiera una especie de contradicción entre cómo era representada y quién era realmente

Rossetti explotó la belleza y la esencia de Lizzie hasta donde pudo. Eso sí, de forma “sagrada” bajo la excusa del “bautizo artístico”. En todo momento guardó con recelo el talento de la que era su esposa reacio a que ejerciera de modelo para otros artistas. Como consecuencia, su etapa más fructífera en pintura vino con la presencia de Elizabeth en sus obras. Asimismo, su poesía conoce su mejor momento cuando la escritora entra en su vida. Tales versos desaparecen con la muerte de la misma por lo que no existen demasiadas dudas sobre si la intervención de Siddal en la obra del prerrafaelista se limitó o no a su trabajo como modelo.

Elizabeth se refugió en las letras a falta de otro desahogo con poemas con títulos tan “visionarios” como Agotada, Al final , Amor Muerto o Muerte Prematura. Actualmente existen libros con sus versos publicados. Asimismo, John Ruskin (de quien muchos prerrafaelistas fueron alumnos) compró todos sus dibujos. Existen además muchas imágenes de su etapa de musa-modelo donde contemplarla pero, a mi parecer,  muy pocas donde podemos “verla”.

La muerte, que tan bien encarnó en aquel cuadro que me conmovió en Londres, era la muerte que, seguramente, experimentaba diariamente en su interior por tener que ser siempre protagonista de las tragedias que coronaban de éxito a otros: “alternativos” de la época por elección. Su representación impuesta acabó imponiéndose en su propia identidad. Creo que Lizzie la asumió a falta de otra cosa. Probablemente en un intento por encarnar, al menos, la tragedia en su vida y que ésta fuera más real que la obra (que nunca le pertenecía).

Aquella fría mañana en Londres, vi a Elizabeth Eleanor Siddal. Sé que la vi de verdad. Y que, tras salir de “la Tate” comenzó a nevar. Y que esa fue la primera vez también que vi la nieve caer del cielo a suelo, a las puertas de un edificio que guarda muchas historias como la de Lizzie. Donde “los expertos”, como aquel día, únicamente se detendrán a explicar el cuadro y las destrezas y las extrañas puestas en escena de John Everett Millais.

Autorretrato de Elizabeth Eleanor Siddal

Autorretrato de Elizabeth Eleanor Siddal

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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