Las brujas de Zugarramurdi: entre el sexismo feroz y la reivindicación
La última película de Alex de la Iglesia se caracteriza tanto por un enfoque misógino basado en los estereotipos de la guerra de sexos, como por unas brujas con discurso feminista que se libran de la hoguera
La última película del cineasta Álex de la Iglesia es fiel a su filmografía más espectacular tanto en lo que a las temáticas como a las puesta en escena se refiere. Remite a títulos como Acción mutante (1993), El día de la bestia (1995), Perdita Durango (1997) o la más reciente Balada triste de trompeta (2010). De la Iglesia gravita de los universos masculinistas de casi toda su filmografía cuya máxima expresión serían la ya citada El día de la bestia Muertos de risa (1999) u 800 balas (2002) hasta excepciones puntuales de un más que destacado protagonismo femenino como La comunidad (2004) o la cuestionable Crimen ferpecto (2004)
Las Brujas de Zugarramurdi es una buena película de acción y es una buena comedia. La gente se ríe en el cine. Se ríe mucho, porque se reconoce en muchas de las situaciones que plantea. La identificación es posible, porque de la Iglesia basa su película en algo tan básico y con una amplia tradición cinematográfica; la guerra de sexos. En la guerra de sexos cinematográfica, se presentan las feminidades y las masculinidades enfrentadas. Se acentúan las características que los estereotipos asignan a hombres y mujeres y se llevan hasta su máxima expresión. Así, los hombres son débiles, torpes, sienten miedo de las mujeres, que a su vez son malas, perversas y manipuladoras. Los hombres inspiran lástima y las mujeres rechazo. La guerra de sexos es un instrumento eficaz para mantener las relaciones en un claro marco de desigualdad. Además, la guerra de sexos siempre termina con el acercamiento inevitable y con la reconciliación de hombres y mujeres, que están destinados a entenderse y seguir perpetuando el sistema patriarcal.
Dentro la mezcla entre sexismo y feminismo que surge en la película, es destacable que De la Iglesia no condene a las brujas
La historia, con un marcado punto de vista masculino, arranca en el momento en el que Jose (Hugo Silva) y Tony (Mario Casas) cometen un robo en una de esas tiendas de compra de oro. Inician una huida hacia delante en el taxi del desdichado Manuel (Jaime Ordóñez), quien se acabará por unir a la pareja.
Si algo les une es el miedo y el rechazo a las mujeres. Con un humor que recuerda de forma inevitable a la serie Los hombres de Paco (Antena 3, 2005-2010) frases como “las mujeres han destrozado mi vida”; “son como una secta, comparten información” “tuve que taparle la cabeza con una manta”, “nunca piensan lo que parecen que piensan”, “son como arañas” son una constante que inciden en el imaginario misógino que la película fomenta.
Las secuencias que trascurren en el taxi o en el coche de los policías merecen un más que destacado lugar en el sexismo patrio. Los personajes masculinos se encuentran desorientados ante unas mujeres que son voraces y peligrosas, bien sea porque únicamente quieren follar, porque se juntan con madres y hermanas en las cafeterías para criticarles y controlar sus vidas o porque no quieran acceder a la custodia compartida. El único que muestra cierta simpatía por el personaje de Silvia (Macarena Gómez) es el policía gay (Secun de la Rosa) que la ve como una madre preocupada por el bienestar de su hijo.
Frente a este grupo de hombres desubicados que son capaces de llevar a su hijo a un atraco, el grupo de personajes femeninos se caracteriza por su histeria y su odio a los hombres fruto de un profundo resentimiento. Se presenta a las mujeres, de forma especial a las ex mujeres, como seres dañinos y ambiciosos cuyo único fin en la vida es estropear la vida de los hombres, de sus hombres. Y es una pena que en una de las películas más taquilleras y populares del año se siga representando a las mujeres como seres manipuladores, envidiosos y dañinos y el amor simbolizado en los anillos como sinónimo de dolor y desdicha y de la imposibilidad de entendimiento.
De entre los personajes femeninos, destaca el grupo de las brujas. Por un lado nos encontramos con Eva (Carolina Bang), la bruja joven. Si algo define a este personaje es su belleza y su poderío sexual que usa de forma consciente. Es capaz de traicionar a su familia y a toda la casta de las brujas por el amor que siente hacia Jose. Que ella, la esperanza de la estirpe de brujas, suelte su ira por algo tan banal y tópico como que su proyecto de novio prefiera estar con sus amigos, o que se sienta menos importante ante él, evidencia que el enfoque de Las brujas de Zugarramurdi es masculinista, sexista y misógino.
Pero no todo es negativo y sexista. Si algo destaca en la película es la representación de las brujas, de las dos Gracianas Basterretxeas, la madre (Terele Pávez) y la hija (Carmen Maura). Dos personajes gloriosos y majestuosos que pasean su poderío y su control a lo largo de todo el metraje. El mordisco de la abuela con los dientes metálicos, los paseos por el techo, la secuencia del Akelarre que reivindica una deidad femenina contraria a cualquier Virgen digna de adoración y respeto, frases como “Dios creó a la mujer a su imagen y semejanza. ¿Alguna de vosotras se traga ese historia de la costilla?”; “Dios es una mujer” “sólo hay una verdad en todo el universo una gran diosa omnipotente, madre cruel, hija despiadada”; “ellos nos arrancaron los instintos, ensuciaron con la culpa nuestras almas, escupieron sobre nuestro sexo”, o “ella va a volver y se hará justicia”, rompen con el tono general de la película y construyen un referente fílmico positivo.
Dentro de esta mezcla entre sexismo y feminismo que surge en la película, es destacable que De la Iglesia no condene a las brujas; es más, en la secuencia final, frente al orden romántico y familiar, las brujas, las Basterretxeas, acompañadas de Silvia con esa sentencia final -“Mírales, la familia feliz, tienen dinero, coche, adosado, perro, jardín, y todo eso les destruirá poco a poco…”-, representan la posibilidad de algo nuevo. Y es que, al menos esta vez, se han librado de la hoguera.