Ahora eres más sabia
Unos años antes hubiese aprovechado la ocasión para realizar mi deseo de ser madre, pero con él quería hacerlo como todo lo demás, sin miedo pero sin prisa, con honestidad y cuidado.
Recuerdo que lo primero que pensé al ver las rayitas azules en el predictor fue, esto sí que no me ha pasado nunca, estoy embarazada. Hace años que siento el deseo de ser madre y que me siento lista emocional y físicamente para ello. Había barajado realizar ese deseo por vías diversas, aprovechando una relación fugaz, por inseminación artificial o incluso “adoptando” los hijos de alguien que ya fuese padre. Sin embargo, cuando por primera vez supe que estaba embarazada todo fue mucho más confuso.
Esta vez sí había encontrado a alguien especial que sentía que podría ser el padre de mis hijos, aunque solo hacía cuatro meses y acababa de viajar por tres meses a visitar a su familia. Las dos últimas semanas juntos habían sido muy intensas, hermosas, y yo había decidido viajar a encontrarle en ese viaje, para no separarnos tanto tiempo.
Concretamente era domingo por la mañana y yo viajaba a su encuentro la madrugada del jueves al viernes, en una semana con dos días festivos, martes y jueves. Así que, de repente, en esa confusión, lo que estaba totalmente claro es que tenía muy poco tiempo para tomar decisiones. Por suerte estaba conmigo una amiga que me pudo facilitar información precisa sobre a dónde acudir en caso de querer interrumpir el embarazo y cómo iba un poco todo.
A pesar de la diferencia horaria en la tarde pude hablar con mi chico. Hablamos casi tres horas, con extrema dulzura, y descubriéndonos el uno al otro nuestras ideas sobre la maternidad y la paternidad, nuestra visión del otro como posible compañero para formar una familia, nuestros deseos íntimos alrededor de todo eso. Los dos estábamos confusos y sobre todo no conseguíamos tomar una decisión con un océano de distancia, así que hablamos de que yo viajase y decidir cuando estuviésemos por fin juntos.
Me fui a cenar con mi hermana. Ella se quedó embarazada a los 17 años, en su primera relación y abortó, así que sabía que podría tomar mayor perspectiva respecto a mi situación. Charlamos mucho. Ella me dijo que pensaba que decidiéramos lo que decidiéramos podría salirnos bien, pero me preguntó si no creía que merecíamos un poco más de tiempo para conocernos, para construir nuestra relación, para crecer juntos sin tener como preocupación prioritaria los pañales o los biberones.
Entonces me di cuenta de que si esa relación estaba siendo tan hermosa era porque se había construído sin miedo pero sin prisa, con mucha honestidad y con mucho cuidado. Unos años antes hubiese aprovechado la ocasión para realizar mi deseo de ser madre, pero con él quería hacerlo como todo lo demás, sin miedo pero sin prisa, con honestidad y cuidado. Conversamos sobre esto con mi chico y estuvimos de acuerdo en interrumpir el embarazo y en el país donde nos íbamos a encontrar no era legal, así que solo podía resolverlo con garantías sanitarias aquí.
El lunes a primera hora llamé a la única clínica privada, no tenía tiempo para hacerlo por la sanidad pública, que me exigía dos días de reflexión, que por culpa de los festivos no podía cumplir. Me dieron cita para el miércoles a primera hora y mi hermana me dijo que me acompañaba. Ahí empezaron unos días intensos donde me sorprendieron muchas más cosas de las que esperaba.
Por lo precipitado de la intervención y lo poquísimo después que iba a viajar decidí no contárselo a mis padres, para no preocuparlos, pero me resultaba natural contárselo abiertamente a los amigos que me fui cruzando en esos días. Sin embargo mi hermana no se lo contó a mi cuñado hasta asegurarse que a mí no me importaba y encontré algunas caras contrariadas, aunque básicamente pude vivir el proceso muy acompañada.
Cuando llegamos con mi hermana a la clínica lo primero que me sorprendió fue la diversidad social de la sala de espera. Había una chica muy jovencita de nivel social alto con una amiga que la apoyaba y un amigo o novio que estaba muy en desacuerdo con su decisión, que tenía tanto miedo que se desmayó con el primer análisis de sangre. Había una mujer hindú con su pareja y su hijo pequeño, que no podía entender por qué se tenía que quedar con el padre cuando llamaban a la madre. Había una chica jovencita de clase popular con un chico que charlaban como si estuviesen ligando en una discoteca. Había una chica oriental con un chico anglosajon que no hablaba castellano y desbordaba miedo. Y estaba yo, con mi hermana, y otras mujeres, de diferentes edades y con diferentes compañías. Pensé en que hay pocos lugares donde las procedencias geográficas y sociales se mezclen tanto y en todas las mujeres de todos los tiempos y rincones que habían pasado por experiencias similares.
Antes de la evaluación psicológica rellené un test junto a mi hermana en el que siempre había una de las tres opciones que venía a reflejar la posibilidad de que el embarazo o la interrupción del embarazo te pudiera generar un colapso psicológico o emocional. No marqué ninguna de esas, pero mi hermana me dijo que cuando ella abortó le dijeron que tenía que marcar siempre esa, para que la evaluación fuese favorable a la interrupción. La psicóloga que me atendió después fue muy amable y entendió como conscientes y coherentes mi decisión de interrumpir el embarazo así como de no compartirlo con mis padres. Como me iba a tocar hacerme la revisión de que todo había ido bien en el extranjero me aconsejó que no mencionase el aborto asistido sino que dijese que había sido natural, para ahorrarme problemas.
La intervención fue rápida y dolorosa pero me acompañaron con mucha dulzura. Cuando esperaba en una camilla de un box a recuperarme un poco para salir por mi propio pie oí como la chica que solo hablaba inglés preguntaba cosas a las enfermeras antes de intervención y estas se comunicaban con un inglés muy básico con ella, que seguía asustada. Pensé en todas las mujeres que históricamente habían viajado a Londres o París a abortar, pensé cuánto más miedo debes sentir en otro país, solo, haciendo algo que es ilegal en el tuyo.
Y me recuperé muy rápido, no tenía más remedio, creo, porque necesitaba reunirme con mi chico. Solo tuve tiempo a una cenita con algunos amigos unas horas antes de salir hacia el aeropuerto. Recuerdo que llegué, tranquila, con la conciencia muy tranquila y físicamente bien, y expliqué que el domingo había descubierto que estaba embarazada y el miércoles por la mañana había abortado. Y una de mis mejores amigas dijo algo que no esperaba: “Ahora eres aun más sabia”. Ella tuvo que abortar ilegalmente en el país de su pareja unos años antes y tuvo complicaciones durante meses, estuvo a punto de perder la beca de estudios que tenía y tiene un recuerdo terrible de esa experiencia.
Hoy creo que no volvería por segunda vez, si hoy me quedase embarazada, seguiría adelante, pero me sigo protegiendo de los embarazos porque sé que mi chico necesita un poco más de tiempo y él, como yo, tiene derecho a decidir cuándo asumir la responsabilidad y el placer de criar, educar y amar, a un nuevo ser humano. Tampoco yo, ni la iglesia, ni mucho menos los políticos, tienen derecho a decidir sobre algo tan esencial y trascendente en la vida de nadie. Por el contrario, deberían garantizar la libre decisión de cada persona y las condiciones más humanitarias posibles tanto para llevar a cabo un embarazo como para interrumpirlo.