De camisetas, masculinidad y micromachismos
El desencadenante de lo que voy a escribir, lo tengo que reconocer, es algo tan superficial como un video de Youtube. El directo de un grupo de música catalán que, al principio y por una serie de motivos ajenos al tema, me hizo sonreír. Pero solo hasta que mi menté interpretó el gesto que se escondía detrás del torso desnudo del vocalista, y del del batería...
Ofelia Figueras Aragón
Yo recuerdo haber leído no sé dónde y no sé cuándo que varias pioneras del movimiento punk español, aquellas mujeres que pretendían liquidar el monopolio de las bandas íntegramente masculinas, fueron ofendidas por quitarse la ropa durante sus conciertos. Este recuerdo me vino a la cabeza poco después de darle al play, justo antes de cesar de reír.
El hecho de que ellas fueran violentadas por los asistentes, mientras que el vocalista de ese grupo alardease de barriga cervecera sin sufrir ninguna consecuencia me indigna. Esta “diminuta” diferencia -dicho con toda la ironía de la que soy capaz- manifiesta que el terreno por conquistar por el feminismo aún es vasto. Pero, ¿qué pasa cuando ese territorio no es tan visible?
En la actualidad, se ha dado por denominar micromachismos a las prácticas más sutiles del machismo, aquellas más difícilmente identificables. Sé que se ha teorizado sobre ello, en el sentido de que puedes encontrar en Internet toda una taxonomía de comportamientos masculinos que persiguen la dominación y el sometimiento de la mujer.
Podríamos suponer que se le ha dado nombre por eso de que lo que no se nombra no existe, pero con solo posar nuestros ojos sobre situaciones corrientes, habituales, podemos ver que no necesitamos una enciclopedia para identificarlos. Son situaciones tan comunes como viajar en Metro y observar cómo el hombre que viaja de pie frente a ti, para impresionarte, mantiene las piernas ligeramente abiertas y adelanta levemente su cadera en la dirección en la que te encuentras. Lo próximo, ¿qué va a ser?, ¿sacarte la polla?, te preguntas.
Muchos de estos comportamientos se conocen como caballerosidad: abrir la puerta, ceder el paso o asiento, pagar la cuenta por ti, etc. No son actitudes premiables, no responden a un interés por el bienestar de ninguna de nosotras sino que, más bien, perpetúan la idea de fragilidad femenina y necesidad de protección…como si fuéramos figuritas de Lladró.
Me atreveré a ir más allá? Seguro. Porque si nunca nos hemos preguntado qué ha motivado -y lo sigue haciendo- que ellos meen de pie y ellas lo hagan sentadas, es momento de hacerlo. El caso es que la postura varía dependiendo de la actitud que se deba mostrar: los machos dominan -de ahí que estén erguidos y separen las piernas- mientras las féminas son dominadas -así, sentadas y manteniendo las piernas pudorosamente cerradas-.
Por todo ello, me da la sensación de que la población masculina; todos y cada uno de los patriarcas que nos rodean; incluso, aquellos hombres -jóvenes o no- que dicen abogar por la igualdad total pero se comportan de este modo no es que no sean feministas, es que, realmente, no han hecho el trabajo que ser feministas les exige: revisar su concepto de masculinidad.
Desde aquí quiero que quede claro que para poder conquistar todo el terreno, hay que rechazar ese modelo de masculinidad que produce tales comportamientos. Para poder desprendernos de nuestras camisetas sin consecuencias violentas, hay que erradicarlo. Para construir sociedad feminista, hay que comenzar por los cimientos.