Repensando el Orgullo desde Johannesburgo

Repensando el Orgullo desde Johannesburgo

Las feministas sudafricanas luchan por repolitizar la celebración del 28J en un país donde las leyes reconocen los derechos de gais, lesbianas y trans, pero los crímenes de odio se extienden. De Johannesburgo a Madrid, confirmamos la necesidad de revisar el homonacionalismo, la normatividad, los privilegios y la discriminación dentro del movimiento LGTBI.

28/06/2014

 

Acción feminista durante el desfile del Orgullo en Johannesburgo, en 2012./ 1in9 campaign

Acción feminista durante el desfile del Orgullo en Johannesburgo, en 2012./ 1in9 campaign

A las 11:00 horas del sábado 6 de octubre de 2012, una veintena de mujeres de la organización feminista One in Nine Campaign interrumpieron el paso del orgullo LGTBI de Johannesburgo (Sudáfrica). Tumbadas sobre la carretera, detuvieron las 38 carrozas rebosantes de purpurina, músculos, música y patrocinadores, para desplegar un par de pancartas que rezaban “No cause for celebration” (No hay motivos para celebrar) y “Dying for justice” (Muriendo por la justicia). El objetivo de la acción consistía en pedir un minuto de silencio a los más de 20.000 asistentes al desfile, en memoria de las víctimas de la violencia homófoba, lesbófoba y tránsfoba en Sudáfrica.

El marco jurídico progresista contrasta con la realidad social, marcada por el pasado del apartheid y la desigualdad socioeconómica persistente: hombres-soldado invocan su masculinidad violenta para cebarse con las mujeres, lesbianas y negras

El Orgullo de Johannesburgo comenzó en tiempos de difícil activismo. Corría el año 1990 y Sudáfrica no terminada de desembarazarse de un sistema racista y segregador en crisis. Durante el apartheid, el deseo y amor entre personas del mismo sexo estaba perseguido por el Estado, y la homosexualidad criminalizada. Sin embargo, mujeres y hombres desafiarían al régimen para visibilizar sus cuerpos y gritar en las calles del centro de Johannesburgo que la sexualidad solo puede ser entendida en su inmensa diversidad. Fue la primera marcha que reunió a activistas, militantes y anónimos LGTBI, personas indignadas que luchaban contra el VIH/SIDA frente al silencio del gobierno del apartheid. También fue la primera marcha del país austral. Y la de todo el continente africano.

Desde aquel entonces las cosas se trasformaron a gran velocidad. La nueva Sudáfrica, bautizada por Desmond Tutu como la nación del arcoiris, sería el primer país del mundo en prohibir la discriminación por orientación sexual en su constitución (1996), además de aprobar el derecho de adopción para familias homoparentales (2002) o el matrimonio para personas del mismo sexo (2006), entre otros. Sin embargo, el progresista marco jurídico sudafricano, que venía a igualar en derechos y libertades a todos los ciudadanos independientemente de su deseo sexual e identidad, no se correspondería con la realidad social del país.

La violencia se extendió rápidamente entre aquellos individuos que desafiasen con su cuerpo e identidad el privilegio de la masculinidad y el poder de la heteronorma. En un Estado donde la violencia de género y los abusos sexuales crecieron vertiginosamente, el odio contra las personas LGTBI recorrió las aceras de los barrios desfavorecidos para robarles la vida a muchas personas. Con un pasado marcado por el apartheid y una desigualdad socioeconómica persistente, hombres-soldado invocaron su masculinidad violenta para cebarse con las mujeres, lesbianas y negras, arrebatando sus sueños y mutilando sus cuerpos.

La violencia homófoba en Sudáfrica ha empoderado y agrupado a cientos de activistas que luchan por visibilizar su identidad sin miedo a las represalias, en un Estado donde las leyes están de su parte. Precisamente, de ahí surgen las chicas de One in Nine, activistas feministas que reivindican un orgullo LGTBI que condene sin ambages los crímenes de odio y que sea sustancialmente político. En cualquier caso, esa marcha poco o nada tenía que ver con la de 1990, donde emblemáticos activistas como Bev Ditsie o Simon Nkoli reivindicaron no sólo que amar no es un delito, sino que el racismo, la segregación, el machismo y clasismo son los enemigos de un movimiento que persigue la libertad sexual y el disfrute de todos los derechos para todas las personas.

Aquel 6 de octubre de 2012, en el momento que las camaradas de One in Nine cortaron el paso, las carrozas, músculos, música y patrocinadores se enfadaron, y mucho. En uno de los videos subidos al portal Youtube, puede verse el resultado que tuvo la acción, y cómo literalmente algunos de los allí presentes arrollaron a las chicas. El orgullo es una fiesta, un show. Tal y como se dice popularmente, pase lo que pase, the show must go on…

Si bien desde entonces el Johannesburg Pride no ha vuelto a ser el mismo, y han surgido nuevas manifestaciones que evocan la esencia de las primeras marchas, vuelvo los ojos hacia casa y un mar de inquietudes asaltan mi cabeza. He escuchado más veces de las que quisiera a hombres gais referirse con desprecio a “esa bollera” o “machorra”. He asistido a conferencias donde las ponencias de mujeres feministas recibían más comentarios por el aspecto no-heteronormativo de su cuerpo que por su discurso. Otras tantas he oído la palabra “locaza” por parte de hombres gais para referirse a otros, deserotizando su cuerpo y entendiendo que se trata de personas poco o nada “normales”. Audrey Mbugua habla alto y claro sobre la transfobia que existe entre gais y lesbianas, sobre como la transgresión del género provoca nerviosismo y condena entre homosexuales; parece como si quisieran decir a los heterosexuales: “Nosotros no somos eso, somos normales”. En efecto, entre gais y lesbianas el rechazo a personas transexuales y transgénero también es una historia común, que se repite y resignifica, en una narrativa donde el oprimido oprime y subordina.

En Orgullos como el de Madrid, los asistentes se convierten en gais y lesbianas soldado, dispuestos a luchar por el sistema neoliberal que les patrocina, y en ciertos aspectos, les privilegia

Jasbir Puar provocó un terremoto construyendo el término homonacionalismo, para referirse a las identidades LGTBI racistas e islamófobas al servicio del neoliberalismo y del patriarcado. ¿Homonacionalismo? Ahí está Israel, y su fabuloso pinkwashing. ¿Racismo e islamofobia? De eso también he visto y oído bastante entre gais, lesbianas, trans y bisexuales.

Llegados a este punto, reflexiono acerca del movimiento LGTBI, y me pregunto si no habría que repensarlo, refundirlo, reconstruirlo. Me da la impresión que un fantasma recorre Orgullos como el de Madrid, donde la heteronormatividad normativiza y convierte a los asistentes en gais y lesbianas soldado, dispuestos a luchar por el sistema neoliberal que les patrocina, y en ciertos aspectos, les privilegia.

No puede haber orgullo ni reivindicación LGTBI sin feminismo. Como minorías sexuales, no podemos reproducir los discursos de la (hetero)normatividad, excluyendo a los “raros”, “feos”, “gordos”, “viejos”, “locas”, “bolleras”, “tías con polla”, “tíos con tetas”, “moros” y “negros”. Se puede ser gay, conservador, machista, racista e islamófobo, pero de así serlo, que se visibilice claramente, y que se diga bien alto; así yo podré ponerme al otro lado, y tal vez cortarles el paso.

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