El aborto en Argentina; un paseo por la desobediencia

El aborto en Argentina; un paseo por la desobediencia

Un recorrido histórico de las luchas libradas en Buenos Aires por el aborto voluntario lleva a explorar el centro de los movimientos sociales en su más amplio cruce en cuanto a clase, género, raza, etnia, edad y posicionamientos contraculturales y anticapitalistas. También indica un punto de partida para recuperar gran parte de los debates del feminismo en la Argentina, desde los años 70 hasta los desarrollos más actuales.

28/07/2014

Mabel Belucci*

Caminata verde en Rosario, Argentina, para recoger firmas a favor de la despenalización del aborto./ Gaviota Paseandera

Caminata verde en Rosario, Argentina, para recoger firmas a favor de la despenalización del aborto./ Gaviota Paseandera

Las paradigmáticas campañas del ‘Yo aborté’, tanto en Francia como en Italia durante los años 60 y 70, estuvieron presentes en las principales obras teóricas que montaron el denominado feminismo de la Segunda Ola y en las organizaciones y estrategias generadas por el activismo de una intensa radicalidad, en los primeros años 70 del siglo XX.

Los cuerpos controlados biopolíticamente son el espacio privilegiado de la disputa contra la obligatoriedad de una maternidad no deseada, emprendida por aquellas que desisten y dicen ‘basta’.

Al fragor de esas disputas se produjeron documentos subterráneos con discusiones garabateadas en papeles comunes, volantes, cartas, resúmenes de reuniones y actividades, solicitadas, entrevistas, publicaciones sin año, revistas efímeras, recortes de diarios pegados en hojas simples o fotocopiados, libros de estrecha circulación y también bibliografía específica. Y un entramado de historias personales y de organizaciones, de testimonios y producciones teóricas, de campañas callejeras o encuentros clandestinos que construyen la historia de una desobediencia, que recuerda que los feminismos han sido conformados por desobediencias y objeciones sexuales y de género que increpan y desmontan un orden opresivo y totalitario. El cuerpo, los cuerpos controlados biopolíticamente, son el campo de batalla, el sitio de la pugna entre poder y dominio y el espacio privilegiado de la disputa contra la obligatoriedad de una maternidad no deseada, emprendida por aquellas que desisten y dicen ‘basta’.

En los años 70, cuando la revolución estaba a la vuelta de la esquina y la juventud integraba masivamente las organizaciones político-armadas, como los partidos de izquierda marxistas, se creó, en verano de 1972, el Grupo de Política Sexual (GPS), de la mano de Néstor Perlongher y de algunas compañeras sueltas que provenían de la Unión Feminista Argentina (UFA) y del Movimiento de Liberación Feminista (MLF): María Elena Oddone, Hilda Rais, Marta Miguelez, Sara Torres, entre otras, que tendieron puentes entre las revueltas del feminismo y las de las minorías sexuales. Perlongher fue la piedra fundamental en las coaliciones de aquella época y dio un viraje radical al Frente de Liberación Homosexual (FLH). Su documento ‘Sexo y revolución’ planteaba que las feministas, los homosexuales y aquellos heterosexuales que se encontraban incómodos, podían armar un gran frente contra un enemigo común: el machismo. Al GPS también pertenecieron el poeta anarquista Osvaldo Baigorria y el investigador español Martín Sagrera Capdevilla.

Durante los 80, había unas pocas que accionaban por sacarlo del clóset. Se podría recordar a las agrupaciones ATEM-25 de Noviembre, Mujeres en Movimiento, las periodistas Moira Soto, María Moreno, la revista ‘Alfonsina’, el suplemento ‘La Mujer’ del diario Tiempo Argentino, el incipiente activismo callejero, más las primeras investigaciones académicas privadas. Entre 1981 y 1985, primó un feminismo heterocentrado, blanco, de clase media, universitaria y profesional y una buena parte de las primeras referentes provenían del campo psicoanalítico. En relación al aborto, la argumentación que comenzó a utilizarse estaba basada en la alianza entre la clandestinidad y pobreza. Se ponía el acento en las dificultades de clase, al hacer hincapié en las mujeres pobres, y en la salud. Prevaleció entonces un discurso social sanitarista que tenía repercusión en una cultura donde solo el sufrimiento justificaba y confería dignidad, mientras que la libertad de decisión, la sexualidad placentera y la maternidad como una elección posible pero no única aún se mantenía en reserva. No obstante, recién al crearse la Comisión por el Derecho al Aborto (CDA), en marzo de 1988, con Dora Coledesky, su opus magnum activista, se puso luz a una demanda tan desechada. Como planteaba el filósofo Pierre Bourdieu, “nominar es un acto político”. A partir de su voz, el acento se colocó siempre en el mismo punto, sea dentro del feminismo como fuera del mismo, al dejar grabado su propósito, sin vuelta atrás. En efecto, desde sus inicios, este grupo fusionó su denominación con su propio objetivo como un imperativo categórico, en momentos en que el aborto era aún un ‘no dicho’, un ‘sin nombre’, una zona franca, un agujero negro. A partir de allí, la historia fue otra gracias a que esta colectiva reinstaló el debate del aborto como única premisa fundante y la sostuvo durante todo su recorrido.

Con el estallido de 2001 se recupearon las ideas de intervención popular en las luchas políticas y sociales. El aborto pasó a ser un pedido de diferentes movimientos.

Después, durante los años 90, los antecedentes del activismo queer se localizarían, al menos en Buenos Aires, con la aparición del colectivo estudiantil de lesbianas y gays ‘Eros’, en 1993, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA). También, con la organización Gays por los Derechos Civiles (GaysDC). Su principal referente, Carlos Jáuregui, demostró su capacidad para crear coaliciones entre el feminismo y compañeros de sus propias huestes en relación a la lucha por el derecho al aborto. Tres años más tarde surgió el Área de Estudios Queer y Multiculturalismo, dentro de un área de la UBA. De inmediato, nos propusimos armar un taller asambleario llamado ‘Voces sobre el aborto’, que arrancó con la pregunta “¿por qué no se logró articular un frente político y cultural de lucha por el derecho al aborto?”

En 1999, Lohana Berkins, presidenta de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti-Transexual (ALITT), hizo su entrada de gala a las filas feministas porteñas, apenas finalizó el VIII Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, llevado a cabo en Santo Domingo. Esto también fue una larga lucha que dimos un puñado de feministas para que las travestis integraran nuestras filas feministas. Tiempo después, ALITT comenzó a participar de las reuniones vinculadas al aborto. El 3 de diciembre de 2000, hicimos nuestro ingreso de ceremonia en la Coordinadora por el Derecho al Aborto con una charla compuesta por cuatro varones titulada ‘¿El aborto es solo una cuestión de mujeres?’. Ese hecho provocó las iras del heterofeminismo, por aquello de que los hombres no debían intervenir en nuestras vidas. En realidad, el ambiente ya venía caldeado con una cascada de cuestionamientos hacia quienes explorábamos una amalgama de articulaciones que permitirían extender las propias fronteras del feminismo.

Con el estallido del 19 y 20 de diciembre de 2001 se recupearon las ideas de intervención popular en las luchas políticas y sociales, abriendo posibilidades y debates sobre la noción misma de participación y representatividad. Además, develó la irrupción de mujeres de distintos sectores sociales en esos nuevos escenarios. Así, el aborto transversalizó y pasó a ser un pedido levantado por los diferentes movimientos que participaron.
De alguna manera, todo lo narrado constituyen los antecedentes para la creación, en 2005, de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito<, como un continuum de las batallas emprendidas desde finales de la década del 80. Este año la Campaña presentó por quinta vez el Proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, que cada vez firman más diputadas y diputados. El problema crucial es que el oficialismo no quiere exponerse al debate parlamentario, pero a la par surgen nuevas iniciativas.

Al plantearse nuevas prácticas y debates en torno al aborto legal, se abre el espectro de convocatoria hacia las bisexuales, lesbianas y varones trans. Es decir, aborta todo cuerpo que dispone de un útero.

Por ejemplo, en la Campaña se incorporó, desde hace mucho tiempo, al colectivo de Varones Antipatriarcales y también a agrupaciones travestis. Además, en sectores del Gran Buenos Aires existen consejerías abiertas del partido Nuevo Encuentro, aliado al kirchnerismo, en donde profesionales de la salud asesoran a las mujeres sobre el aborto. Por otro lado, está muy consolidada la red de socorristas que crece a lo largo y ancho del país, activistas muy jóvenes de grupos de base que están pensando el aborto de manera diferente: en lugar del quirúrgico, plantean el aborto medicamentoso que es seguro y no pone en riesgo la salud de las mujeres. Simbolizan formas colectivas de acercamiento y vinculación con las abortantes, hacen todo un seguimiento junto con ellas y las ponen en rueda para que se ayuden entre sí. Igualmente, no se pierde la mira en insistir que en los hospitales públicos tiene que darse el aborto legal y las condiciones necesarias de usar los servicios de los centros públicos para toda la población.

Estos distintos registros en la gesta del aborto propio habilitan una reflexión sobre el camino recorrido que con los discursos y las estrategias de distintas protagonistas permitieron la irrupción de nuevos sentidos en dicha práctica. Es cierto, el aborto no está en la agenda política partidaria y parlamentaria, pero sí en la social y en la cultural. El pañuelo verde —insignia identificadora de la Campaña— desde hace años representa un símbolo en los distintos eventos no solo de mujeres sino por fuera de ellos. Es verdad, por el momento no sale la ley pero sí salen otros acontecimientos de una significación política que nos ayuda a ampliar las fronteras del movimiento pro-abortista o abortero. De alguna manera, al plantearse nuevas prácticas y debates en torno al aborto legal, se abre el espectro de convocatoria hacia las bisexuales, lesbianas y varones trans.Es decir, aborta todo cuerpo que dispone de un útero. Por suerte, existen otros movimientos dispuestos a acordar coaliciones desde sus comunidades diferenciales para impugnar los juicios normativos por parte del heterofeminismo. Por lo tanto, desde esta óptica, el aborto cuestiona el binarismo y a la heterosexualidad como régimen político, pensándolo como relaciones de poder. La mira a futuro es liberar al feminismo de la tiranía de las políticas identitarias para lograr conectar las diferentes subalternidades con sus voces y sus modos de intervención. En suma, estos acontecimientos permitieron a muchas colectivas politizar la sexualidad además de reivindicar al cuerpo como una construcción social y política que exige a decidir soberanamente sobre ellos. Como cartografía política que son, los cuerpos tienen que estar en permanente discusión.

*Ensayista y periodista, activista feminista queer y autora del libro ‘Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo’, editado este año por Capital Intelectual, en Buenos Aires.

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