La oh!-peNación beachkini

La oh!-peNación beachkini

Con la llegada del verano, a María Unanue le asaltan preguntas como: ¿Nos odian los diseñadores de bikinis? ¿Se pondrán de moda los pelos en cuanto terminemos de pagar la depilación láser? ¿Por qué nadie habla de las quemaduras de calvas y rayas del pelo?

Imagen: Núria Frago

llustración: Núria Frago

Vale. Siento que tengo que decir algo sobre la operación bikini. Porque empieza a entrarme esa necesidad imperiosa de rociarme el cuerpo con aceite de coco y tostarme hasta que me salgan ampollas en la piel. Y lo peor de todo es que ya no se lleva estar morena. Ni quemarse, perlarse y arrancarse los pedacitos de piel a tiras. Qué gustirrinín daba aquello. Casi tanto como hacer un safari facial y presionar todos y cada uno de los puntos negros que te encuentres por la cara. ¡Ay! Pequeños miniespasmos en zonas centrales de mi tren inferior. Cosquilleos subiéndome por la espina dorsal. Escalofríos. Antes no sabía lo que eran. Orgasmos. Eran orgasmos. El caso es que la futura tronista del “rey-no de España” (citando a Medeak en Transfeminismos) hizo un vídeo hace unos años en el que explicitaba lo importante que era darse protector solar. Lo cierto es que no sé cuál es la diferencia entre exPLICITAR y exPLICAR, pero como todo el mundo usa la primera últimamente, yo también me subo al carro. Bueno, a lo que íbamos, que luego tuvimos anuncios del estilo “yo te doy cremita, tú me das cremita” y sobre todo, puede decirse que la aristocracia que marca tendencia, con personajes tan idolatrados como la gran Duquesa de Alba, está tan blanca nuclear que no sé por qué sigo yo con la mosca detrás de la oreja y ese deseo incontrolable de verme los dientes más blancos al contraste con mi piel. No sé por qué maldita razón, cuando hablamos de operación bikini, aunque hay más cosas, a la mayoría siempre nos viene a la cabeza nuestra imagen en ese dos piezas imposible que está claramente hecho para amargarnos la vida a todas. (A otras la operación bikini nos sugiere un corte de mangas, o demás improperios). Pero en general, puede decirse que los que confeccionan los bikinis nos odian. Nos odian a todas. A las que tenemos mucha tripa, a las que no tenemos tripa, a las que no tenemos culo, a las que tenemos mucho culo, a las que tenemos mucha teta, a las que tenemos poca teta, a las que tenemos más teta que culo, o más culo que teta, a las que tenemos joroba, a las que tenemos la espalda arqueada hacia adentro… en fin. Las combinaciones corporales sabemos que son infinitas, porque las vivimos, pero las tallas de bikini son finitas. Muuuuuuuuuuuuuuy finitas. Si las armas las carga el diablo, también se en-carga en sus ratos libres de confeccionar bikinis. (Dijo ella con su mentalidad educada en esta sociedad judeocristianacatólicapostólicayrromana) ¡Jesusa! ¡Qué horror! Y luego están, por supuesto, los maravillososo trikinis, que son algo tan moderno que se me escapa. ¿Alguien sabe algo de trikinis? Que hable ahora, hable luego, o calle para siempre. Lo mejor, sin duda alguna, siguen siendo los bañadores de piscina de cuello alto y pata, con gorro a juego. El gorro si puede ser blanco, mejor. De los de silicona. Con correa que va de una oreja a la otra. Ay, no sé. Qué manía tenemos de llevar atuendos imposibles a lugares donde todo el mundo, presuntamente, se siente igual de mal (¿¿??) con sus dobleces, su celulitis, sus pelos en zonas inesperadas y calvas en zonas todavía menos esperadas… ¡Maldita manía de seguir tapándonos a poquitos! El otro día veía en algún lugar una foto de mujeres de Chicago siendo arrestadas por llevar prendas de baño demasiado cortas. Las fotos eran como de hace cien años. ¿Hace cien años había fotos? Da igual. La exactitud es algo que me cansa. Como ya sabréis. El caso es que me preocupa que me preocupen las cantinelas de siempre. Ahora ya no me estreso con eso de meter tripa cuando me levanto de la toalla al agua. Entre otras cosas, porque soy tan guay que voy a playas de rocas y no me baño por no caerme tropecientas veces antes de llegar a la orilla. Ahora tampoco tengo que preocuparme por no depilarme las ingles, porque voy desnuda como mi santa madre me trajo al mundo (aunque admito que en ocasiones, según con quién vaya, ¡¡¡me echo rimmel en las pestañas!!!) y con mis dobleces corporales, las ingles no existen. ¿Qué es eso de las ingles? –me pregunto yo ahora. Campamento de ingles, colegio ingles, canciones en ingles… ¡Ah, noooo! Son esas dobleces que se abrazan con amor en las comisuras de mis piernas, y no permiten que se me vea ni un pelo de lista. Anda, anda, por favor, ¡a mí que no me diiiigan! Una de las múltiples ventajas que tenemos las gordas, es que no tenemos ingles. Y, bueno, si tengo ingles, yo con mi barriga no me las veo. Problema resuelto. Una vez mi profesora del curso de Educación sexual dijo (y cito): “Cuando la última persona termine con su depilación láser. Cuando no quede ni un pelo sobre la faz de la tierra. Entonces, en ese preciso instante, empezará a llevarse la gente peluda. Porque los pelos se pueden comer” (fin de cita). Bueno, igual no dijo exactamente eso, creo que eso era otra cita sobre árboles y dinero, pero era algo del estilo. El caso es que ya han empezado a aparecer, por ahora a cuentagotas, escaparates repletos de maniquís femeninos con pelucas en sus vulvas de plástico, sobresaliendo de un minúsculo cacho de tela elástica que se hace llamar bikini. Así que avisadas estáis. En cuanto acabéis de pagar la depilación láser a plazos, tendréis que endeudaros de nuevo para pagaros microinjertos. Yo lo digo desde ahora, para que vayáis ahorrando. Que en mi caso, como tengo una escasez de pelo (¿des?)afortunadamente alopécica, no tengo que preocuparme demasiado. Se habla mucho del pelo de las mujeres en lugares (in)sospechados. Pero no se habla NADA de mujeres calvas, medio calvas, alopécicas o con calvas puntuales en lugares puntuales. Estas últimas son las que se arrancan el pelo cuando se ponen nerviosas. Yo soy una de las segundas. A veces llevo moños falsos. Otras veces me lo suelto, pero atuso el pelo en los WC cada equis tiempo para resituar cada mechón donde tiene que estar. Tengo alopecia androgenética. ¿¿¡¡Que tienes qué!!?? ALOPECIA ANDROGENÉTICA. ¿Qué quiere decir esto?-dices clavando tu mirada en…¡ay qué anticuada está esta broma ya-! La cosa es que mi pelo escasea por la coronilla y algunos lugares centrales de mi cabeza, y que en unos años me veréis pasear por la calle de la siguiente manera: OPCIÓN A) calva, reluciente y feliz. OPCIÓN B) con diferentes gamas de pelucas de lo más rocambolescas. OPCIÓN C) la a y la b son correctas. Posiblemente me decante por la última opción. Por aquello de que no tengo fuerza de voluntad ni para ceñirme a un plan de vida durante más de diez minutos. Pero vamos, que lo iremos viendo. Lo que yo quería hacer en este trivial artículo sin rigor alguno, es un guiño a esas que vamos a la playa y acabamos quemándonos la raya del pelo. ¿Os ha pasado? Llegas a tu casa satisfecha sin una rojez, porque te has embadurnado de crema de arriba abajo. Incluso has hecho de las tuyas y has pedido a la moza de la toalla de al lado que te aplique loción protectora por las partes de la espalda a las que no llegas. Eh…bueno. ¿Esto alguien normal lo ha hecho alguna vez? ¿O sólo sale en las películas hetero? Corramos un (es)-tú-pido velo. El caso es que, tú te has preocupado de comprar la crema más cara en la farmacia, con factor 50. Porque aunque cobres la Renta de Garantía de Ingresos (RGI) y haya rumores de que van a empezar a controlar lo que te gastas en necesidades no-básicas, sabes que el Gobierno ve con buenos ojos que prevengas futuros cánceres de piel, por aquello de que la sanidad no está precisamente burbujeante de salud. No te has descuidado ni una milésima de segundo. Has ido al agua, has jugado a palas, y seguías sobeteándote la piel cada X tiempo para no arriesgarte a males futuros innecesarios y (dicen) evitables. ¿¿¿Pero y tu raya del pelo??? Querida alopécica, no estás sola. A mí también se me ha quemado la raya del pelo CADA VERANO DE MI VIDA. Es más: a mí también se me ha pelado la raya del pelo CADA VERANO DE MI VIDA. ¿Y qué pasa? Nada. Creo. (¿¿Alguna médica en la sala?? No pasa nada, ¿¿no??). Quiero enviar toda la fuerza del mundo, y más, a las que vivimos estos meses previos al verano-oficial con algún tipo de angustia. Las gordas, las flacas, las tripudas, las culonas, las calvas, las peludas, las que tienen granos, las que tienen cicatrices, las que no tienen granos ni cicatrices pero quisieran tenerlas, las demasiado blancas, las demasiado negras, las amarillas, las verde aceitunas, las que no se cortan las uñas de los pies todo lo que deberían y ven moverse su pintauñas negro como si fuera indeseable chapapote, las que no juegan a palas porque les botan las tetas, las que no se bañan porque temen caerse en las rocas, las que no se bañan por no saber nadar, las que se bañan sin saber nadar y temen ahogarse, las que tienen vulvas de anuncio, las que tienen vulvas de no-anuncio, las que tienen dos pezones, las que tienen tres o cuatro pezones, las que no tienen ningún pezón, las que tienen chepa, las que tienen culo-pollo, las que tienen el ombligo para afuera, las que no tienen ombligo, las que viven con alguna diversidad funcional, las que van a la playa sin que les guste, las que no van a la playa aunque les guste… Y, que diosa me perdone por los puntos suspensivos, pero no puedo seguir enumerando más variedades de maravillosos cuerpos absolutamente estupendos, ni realidades que seguramente desconozca por ser corta de miras. A todas ellas, a todas nosotras, ¡¡ÁNIMO!! Ya sabemos que todo es fruto del maldito patriarcado, de su asquerosa violencia simbólica y de la manía persecutoria por exterminarnos las ganas de vivir felices. ¡¡Deformes y taradas del mundo!! No estáis solas. ¡¡No estamos solas!! Nos tenemos las unas a las otras. Y como leí el otro día en algún lugar junto a una foto de Angela Davis: “NO ESTÁS SOLA, TIENES EL FEMINISMO”. ¡Nos vemos en las playas!

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