Movil-ización
Laura Pausini en su día fue una visionaria: “Ya no responde ni al teléfono, pende de un hilo la esperanza mía, yo no creí jamás poder perder así la cabeza por él”. Que conste que ÉL es el teléfono. No se refería a ningún maromo.
Buf. La canción posiblemente siga su profunda y trabajada letra hacia paraderos que no me interesan, pero yo me paro aquí y no continúo cantando, porque lo que quiero es hacer hincapié en lo locasdelcoño que nos estamos volviendo con los malditos teléfonos de marras. No sé vosotras, pero yo no puedo más. ¿Qué está pasando? ¿Quién está detrás de todo esto? ¿Desde cuándo calculamos el amor según los emoticones de despedida? ¿En qué se diferencia un corazón rosa, de uno azul o verde? ¿Es el corazón morado más feminista que los demás? ¿Para qué sirve el emoticono de la cabra? ¿Alguien lo utiliza? ¿A santo de qué se inventaron los imposibles teclados táctiles? ¿Realmente existe alguien que tenga los dedos lo suficientemente delgados como para teclear sin erratas? ¿O soy sólo yo que tengo chorizos por dedos? ¿Nos odian los inventores del T9? Las notas de audio pueden llegar a tener mi aprobación algún día, pero ¿son las notas de audio transcritas en clave algún tipo de venganza para generaciones futuras? ¿Alguien ve escrito lo que realmente ha dicho? ¿Cuántas carcasas puede comprarse una persona hasta dar con la que no le tapa el flash? ¿Si los megapíxeles no se comen, a mí que me importan? ¡¡Esto tiene que parar!! ¡¡No podemos seguir así!! Desde aquí hago un llamamiento a las autoridades que no nos leen, para que terminen con esta agonía que nos viene persiguiendo los últimos diez años. Pero empecemos por el principio. Yo estaba en tercero, o quizás cuarto, de “ESO”. Los recuerdos me patinan. Lo que sí sé es que fui la primera promoción de mi ikastola que se metía en “AQUELLO”. Una compañera de clase fue la más atrevida del curso a la hora de sumergirse en lo que entonces considerábamos la panacea de la modernidad: se compró un teléfono móvil. Era verde turquesa. Del tamaño de un ladrillo. Creo recordar que tenía antena. Mi amiga no, el teléfono. Que luego hay confusiones. El caso es que en aquella época, era la repanocha. Un buen día se cansó de él, y se ve que decidió que quería comprarse otro. Y cual hiena del Rey León, ahí estaba yo deseosa de modernizarme y embarcarme en la aventura más indeseable que me viene a la mente: con quince años, pagué cinco mil pesetas y me movilicé. Se acabó la vida tal cual la entendíamos antaño. De repente empecé a gastarme una cantidad fija de dinero mensual, para cubrir una necesidad que no tenía, ni tengo: estar siempre disponible para todo el mundo. ¿En qué cabeza cabe que esto sea algo divertido, apetecible o necesario para una persona sin responsabilidades reales? No me gusta que nadie dependa de mí. Si hubiera querido tener descendencia, la tendría, pero en este mundo no hay nadie a mi cargo, precisamente porque me veo incapaz de cuidar de nada que no sea yo. Y a ratos. No tengo dónde caerme muerta, así que no sólo debería ser improbable que la gente me llamara para pedirme que le solucionara papeletas, si no que sería un acto de estupidez supina. Pero pasa. La gente te llama por teléfono y espera que le respondas. Y no lo hago. La que avisa no es traidora, es avisadora. Además, ya me lo tomo personal y tengo una especie de cruzada en contra de las llamadas telefónicas no planeadas de antemano. Es que me parecen mal. Es como si alguien viniera a mi casa y me tocara el timbre sin avisar. Que sepáis que tampoco abro. Perdón. Miento: sólo abro cuando sé que mi ejemplar de Pikara en papel con el merchandising de rigor está a la vuelta de la esquina. (Nota aclarativa: no he sido amenazada de muerte para escribir esta frase, me ha salido a mí sola de manera natural.) A lo que iba. Sé que hay gente en el mundo sin fobias sociales que vive tranquila. Sé que hay personas que hasta disfrutan las interacciones humanas espontáneas casi tanto como yo disfruto comer con las manos. Pero no es mi caso. Y lo sabéis. Porque lo hago público. Lo digo por activa y por pasiva. Lo repito hasta la saciedad. Os cuento que no hablo en el autobús, ni en el metro. Explico que, según me despierto, no tengo capacidad de respuesta inmediata y necesito poner mala cara durante alrededor de media hora antes de ser el simpático ser que suelo aparentar ser. Me tatúo en la frente que duermo nueve horas al día caiga quien caiga, esté donde esté y le pese a quien le pese. Pues esto del teléfono es igual. Pero os reís, hacéis como que escucháis lo que digo y no me hacéis caso. Seguís llamando. Seguís quejándos cuando no respondo. Hasta me exigís que si veo la llamada os marque de vuelta. No me creo la última Coca Cola del desierto, no es por ir de guay, de sobrada, de importante, de popular ni de ocupada. Pero NO VA A PASAR. No voy a responder al teléfono ni voy a regresar llamadas, porque me supone un coste enérgico y emocional mayor del que la gente parece entender. Programar mi cerebro para comunicarme con gente a la que no había pensado hablar a corto plazo me estresa. Es más, me sale un ronchón en el pelo del tamaño de las Islas Baleares. Y no me lo puedo permitir. Porque ya estoy suficientemente tarada de normal. Me esfuerzo mucho por ser simpática. Creo que más que la mayoría de la gente. No me sale natural. Me cuesta trabajo. Mi condición de borderline no diagnosticada debería ser suficiente garantía. Quería pensar que escribir un artículo en una revista digital, era la última alternativa de la que echar mano. Pero lo hago, porque estoy desesperada y a punto de arrancarme el poco pelo que tengo a mechones. En el nombre de Santa Simone, ruego que todas las enfermas que odiamos hablar por teléfono seamos respetadas. No es no. Propondría hasta crear un grupo de Facebook, si no fuera por la pereza que me da. Ahora se ve que el muy cabrón comunica a la emisora exactamente cuándo lees los mensajes que se te han enviado. Es una cochinada tan grande que hasta escribe la hora exacta. Posiblemente en futuras versiones de la asquerosa red social, aparezca una foto de la receptora en rulos, albornoz y sacándose un moco. ¿Por qué han inventado esta mierda? Yo que no tenía WhatsApp precisamente para que nadie pueda espiar mis conexiones y exigirme respuestas en el momento, de repente me veo envuelta en el mismo marrón en Caralibro. En fin. Esto no es vida. Por el amor de Diosa: respetadnos. Somos pocas, pero estamos muy locas. Yo aviso. No pidáis explicaciones a quienes odiamos hablar por teléfono. Si cuando me llamas por teléfono no respondo, ¿qué te hace pensar que responderé ante mi comportamiento? Yo tengo un teléfono para mi beneficio personal. Para recibir mensajes que me cuestan un euro y que yo nunca he pedido. Para hablar con la gente del 123 y pedirle que me devuelva el dinero que me ha robado de mi factura. Para volver a llamar cuando me cuelgan y quedarme escuchado Don’t worry be happy a silbidos durante los veinte minutos que dura el suplicio. Para mirar los números desconocidos parpadear en mi pantalla y fantasear con que alguno sea de hipotéticos trabajos. Para escribir mensajes al INEM que no lleguen y me penalicen. Para escuchar pitidos cuando tecleo, porque no sé cómo se quitan. Para que mis alumnos utilicen la calculadora al hacer sus deberes y cuando me escribe mensajes mi novia los abran y me pregunten “¿quién es Susan?”. Para usar el cronómetro por las mañanas y calcular cuánto tardo en prepararme ahora que me plancho el pelo. Ese tipo de cosas. ¿Me explico? Por favor, os pido disculpas si en algún momento he podido dar a entender en alguna conversación que tengo un teléfono móvil para que VOSOTRXS podáis contactarme. No es así. Repito por el megáfono: tengo un teléfono móvil para MI y sólo MI beneficio propio, personal e intransferible. Más claro no sé cómo decirlo. Voy a darle un toque religioso a este artículo, como si fuera una carta a las Corintias según Santa María de Unanue. Oíd mis plegarias, queridas amigas: dejad de llamar por teléfono y animaos a mandarme mensajes de texto. Por favor os lo pido. Sabéis que así siempre respondo. En el nombre de las Madres, la hija adoptada, lxs perrxs, el jardín y la piscina que alguna vez aspiro a tener. Amén.