Recuerdo la primera vez
Barbijaputa se estrena en Pikara contándonos cómo despertó su conciencia feminista: cuando salió al "mundo real" y entendió que la igualdad que se respiraba en su familia aún no es la norma.
Crecí en una casa donde sólo había un hombre: mi padre; y tres mujeres: mi madre, mi hermana pequeña y yo. Mi madre siempre ha trabajado por las mañanas y nunca (y nunca es nunca) se encargó de las tareas domésticas que fueran más allá de la limpieza general de un domingo al mes. De la casa, la comida y gran parte de la crianza de mi hermana y mía se encargó mi padre desde que tengo uso de razón, que aunque también trabajaba, lo hacía en turnos más compatibles con cocinar y cuidar a niñas petardas.
Mis padres tienen sólo veinte años más que yo pero mucho cabreo y lucha contra un país posfranquista y católico, y sabían de forma casi intuitiva cómo querían que crecieran sus hijas. Así que nos criaron en una minisociedad, la de mi casa, en la que las obligaciones -fueran cuales fueran- las hacía quien podía arrimar el hombro. Mi madre y mi padre jamás se repartieron la tarea de hablar con mi hermana o conmigo de algo dependiendo del tema que se tratara, ya fuera sexo o amor, trabajo o colegio. De hecho, fue mi padre quien me explicó qué era y cómo usar un preservativo y mi madre quien jaleó conmigo durante años (muchos) al Barça todos los domingos. En esa minisociedad, nadie tenía que cubrir ninguna parte de su cuerpo delante de otro por ser hombre o mujer; yo conocía la anatomía de todos y todos conocían la mía. En esta minisociedad, digamos, se intentó una crianza igualitaria de forma tan natural que funcionó.
Recuerdo la primera vez que llamaron mariquita a mi padre y la primera vez que me llamaron machota. La primera vez que un chico me obligó a besarle. Y, por supuesto, la primera vez que un exnovio me dio un bofetón
Pero esa minisociedad no podía durar mucho más; mi hermana y yo teníamos que salir al mundo real y ser personas autónomas, relacionarnos, crecer con las demás, socializar. Quizás por eso tengo grabadas en la mente todas las veces que choqué contra el mundo real. Un mundo que contaminó una burbuja que, siendo tan real, resultó ser mentira.
Por eso recuerdo la primera vez que una extraña me dijo en la playa que ya tenía edad de taparme. O la primera vez que vi a mi mejor amiga esconder una compresa en el fondo de la basura para que no se la tuviera que topar su padre al abrir el cubo. También la primera vez que llamaron “mariquita” a mi padre porque salía al balcón a tender. Y la primera vez que una vecina me dijo que no le hablara a su hija de cómo se tenían los niños. Recuerdo la primera vez que me llamaron machota por jugar al fútbol. La primera vez que un chico me estampó contra una pared y me obligó a besarle. Y, por supuesto, la primera vez que un exnovio me dio un bofetón por no querer volver él.
El resultado después de vivir en una y otra sociedad es algo muy parecido a la frustración.
Digamos que ahora soy una mujer de 34 años que odia depilarse pero se depila. Que aboga por la igualdad pero exige casi sin darse cuenta más a las mujeres. Que odia que la sexualicen pero sonríe ante los piropos de hombres ya mayores que creen que así te están agradando. Que sabe que no tiene que exigirse más en el trabajo que si fuera un hombre pero se lo exige. Que admira a las mujeres que se quieren aunque no cumplan los cánones de belleza, pero que no se acepta a sí misma si gana kilos de más. Que pelea contra las injusticias pero es injusta consigo misma. Que sabe que ningún hombre tiene derecho a tratar mal a una mujer pero que agachó la cabeza cuando uno le cruzó la cara.
Lo mejor -o lo peor- de todo es que también soy alguien que sigue creyendo que, en algún momento, volverá a vivir en una sociedad igualitaria y que será ésta, la nuestra.
Mientras llega su siguiente colaboración con Pikara, puedes leer a Barbijaputa en su blog y en eldiario.es