¿Cómo será vivir sin miedo al porno de la venganza?
“¿Es ahí donde dan masajes eróticos?”. Recibo esta llamada y me pregunto: ¿Cómo será ir por la vida sin temer a que un desnudo o un simple dato personal puedan destrozarte al hacerse públicos? ¿Cómo será que te dé igual que se difundan imágenes eróticas tuyas porque en el peor de los casos quedas como un supermachote?
El teléfono me suena en mitad de una siesta, a duras penas miro la pantalla y veo que no pone ningún nombre, es un número de teléfono que no tengo grabado en la agenda. Lo cojo, quién sabe si puede ser un trabajo o alguien que quiere ofrecerme un ático en Gran Vía.
“Es para un masaje”, me dice una voz masculina titubeante.
¿Para un masaje? Dios, pues me viene de perlas porque tengo la espalda hecha un cristo. Hmmm… ¿conozco a este hombre? ¿Un masaje? Espera, ¿qué masaje?
¿Será por los artículos que escribo? Espera… ¿será aquel amigo que era hiriente porque yo no estaba enamorada de él? Confío en mis ex pero, ¿y si he hecho algo que les ha jodido y quieren hacerme daño?
“Perdona, ¿masaje?”, me incorporo en la cama intentando aclarar las ideas, no me cuadra nada y la torrija que me proporciona la siesta no me ayuda.
“¿Es ahí donde dan masajes eróticos?”, me dice el hombre, un poco impaciente ahora. “No, aquí no se dan masajes, ha debido usted de confundirse”, le digo. Cuelgo y vuelvo a tumbarme para seguir con mi conmetido, que aún me quedan 20 minutos más hasta que suene la alarma.
Unas horas después, andando por la calle, me suena el teléfono de nuevo. Saco el móvil del bolso, un número que no tengo en la agenda, doy por hecho que es el hombre de antes, que se ha vuelto a confundir.
“Quería pedir cita para un masaje”, me dice de nuevo la voz de un hombre.
Resoplo. “Aquí no damos masajes le he dicho”. “Es la primera vez que llamo”, me contesta un poco contrariado.
Me paro en seco. “¿Cómo que la primera vez?”. Miro de nuevo la pantalla, quizás ese número no es el de antes, es otro. No soy buena recordando números de teléfono en mitad de siestas.
Le pregunto que de dónde ha sacado mi móvil. Me dice que de un anuncio de internet que se ha publicado hoy (una página de anuncios muy famosa en España) y que está en la sección “Pasión”. Le doy las gracias por la información y cuelgo.
Al llegar a casa me voy directamente a la página en cuestión, a la sección ‘Pasión’. Pongo mi teléfono en el buscador de la página pero no aparece. Trasteando veo que los números no son rastreables porque hay que hacer clic en un botón para verlos completos si te interesa el anuncio en cuestión. Bueno, algo es algo. Al menos mi número no es googleable.
Recorro la sección ‘Pasión’ en busca de ‘mi anuncio’ y de mi móvil.
Mil ideas se me pasan por la cabeza: ¿habrá puesto algún ex mi número en Internet? No creo, mis ex son majos. Espera, mi teléfono también lo tienen chicos con los que no he estado, chicos con los que he estado una sola noche, chicos que… Llevo toda la vida con el mismo número de teléfono, ¿con cuántos chicos he estado en toda mi vida?
Y me culpo: ¿por qué coño no me pongo la parte de arriba en la playa? Soy gilipollas, joder. No sería la primera de mis amigas que sufre una venganza de este tipo, ni seré la última
En ningún momento pienso que haya podido ser una mujer, este tipo de cosas suele tener firma masculina y no sería la primera vez que me pasa algo desagradable de esta categoría. O, espera, ¿será por los artículos que escribo? ¿Será por haber sido una borde con alguien?, ¿será alguno de los que me mandan emails al correo de Barbi increpándome? ¿Habrá conseguido mi teléfono alguno de ellos? Es que me niego a creer que haya sido alguien que conozco. Espera… ¿será aquel amigo que era hiriente constantemente porque yo no estaba enamorada de él y él de mí “muchisísimo”? Pero de eso hace tiempo, ¿por qué ahora? Si no es él, ¿quién? ¿Quién me haría algo así? Y si era un ex… ¿tiene ese ex alguna foto mía desnuda en la playa? Hago recuento. Tengo al menos dos ex que tienen mis tetas en sus móviles. Pero no, ellos no pueden ser, seguro, vaya. Confío en ellos. Pero hace tiempo que no los veo, ¿y si les ha llegado que he hecho algo que les ha jodido y quieren hacerme daño? ¿Y si encuentro el anuncio y hay una foto mía desnuda?
Busco anuncio tras anuncio, voy clicando en cada uno de ellos esperando encontrarme con lo peor. Y me culpo: ¿por qué coño no me pongo la parte de arriba en la playa? Soy gilipollas, joder. No sería la primera de mis amigas que sufre una venganza de este tipo, ni seré la última. Y además está la opción de que quien sea que esté haciendo esto ligue toda esa información del anuncio del masaje a mi proyección pública como Barbijaputa. “Espérate, -pienso- que todavía se me puede complicar la cosa mucho más”. Joder, con el cuidado que tengo siempre. Bueno, no pasa nada, si el teléfono sigue sonando me lo cambio y ya está, pero… hay miles de CV míos rondando por ahí con mi número. Y gente que me contrata para colaboraciones. Y un montón de concursos literarios. Y…
Clico en un anuncio que promete masajes placenteros: profesional, limpia, discreta. Una foto de una chica rubia que sonríe. Aparece un número de teléfono: mi número de teléfono. Ha debido de ser un error. No es mi nombre, no es mi foto. Miro de nuevo el móvil. Me baila un número. En mi teléfono es un 6 y el de esta chica es un 8. En ese momento me doy cuenta de que llevo no sé cuánto tiempo conteniendo la respiración. Respiro de alivio. Suspiro de nuevo. Y otra vez.
Suspiro de alivio porque me he librado. No como algunas amigas y muchas conocidas, que no se libraron y sus vídeos y fotos dieron la vuelta a la Facultad y quedaron para siempre en los discos duros de no sé cuánta gente. Que no se libraron de que sus intimidades y sus experiencias sexuales fueran aireadas. Ni tampoco se libraron del “¿Y para qué te dejas grabar?”, “¿Y para qué lo haces?”. Chicas cuyos números de teléfono han ido rondando de aquí para allá y han recibido llamadas que jadean, mensajes con fotos de penes, etc.
Todo ha quedado en un susto. Y como siempre, me pregunto: “¿Cómo será vivir sin este tipo de miedos? ¿Cómo será sentir que algo así pueda pasarte y que te dé igual porque en el peor de los casos quedas como un supermachote? ¿Cómo será ir por la vida sin temer a que un desnudo o un simple dato personal puedan destrozarte al hacerse públicos? ¿Cómo será que te llamen para un masaje erótico y que te parezca una simple anécdota graciosa, que en el fondo, es lo que debería ser?
Para escribir este artículo, obviamente he ficcionado mucha de la información que doy, como siempre hago cada vez que escribo un post o un artículo, justamente para evitar convertirme en objeto de acoso. Yo y cualquier mujer, escriba o no en medios, ficciona la información que da cuando hay extraños que puedan estar escuchando.