(Me) corro (la voz)

(Me) corro (la voz)

Hasta los 19 años, sólo tenía orgasmos cuando comía patatas fritas con kétchup. Le reproché a mi madre no haberme hablado del clítoris y haberme ahorrado así el sufrimiento de los orgasmos fingidos. Ahora también sé que las personas con vagina tenemos próstata y eyaculamos. Como dice Diana Pornoterrorista, hay dos maneras de vengarnos del silencio al que han sumido a nuestros coños: corrernos a chorros y contarle esta posibilidad a todo el mundo.

Imagen: Núria Frago

Ilustración: Núria Frago

¡Oh, el sexo! Ese pequeño gran tema escabroso que me amargó tanto la adolescencia, como mis primeros años de edad adulta. ¡¿Alguna frígida más en la sala?! Mmm…. ¿nadie? Helloooo??!! ¿¿Holaaaaaaa?? Eeecoooo, eeeeecooooo. Ah. Claro. Mea culpa. Qué bobadas digo. Seguro que aquí todas las lectoras son tías empoderadas que gozan de orgasmos espásmicamente gustosos e interminables a cada chasquido de dedo. Seguro que todas tenéis orgasmos clitorianos, orgasmos ¿vaginales?, orgasmos cuando os sacan la ropa de la lavadora…Pero claro, yo soy una simple mortal. Y me pasé mucho tiempo teniendo orgasmos sólo cuando comía patatas fritas con kétchup. Creo que por eso ahora me ha dado por decir que el sexo está sobrevalorado. Desde hace unos años a aquí, le quito toda la importancia que puedo, y más. Cierto es, y falso no, que me interesa el tema. Pero más en teoría que en la práctica. Yo soy de las aburridas que follan una vez a la semana, con la misma persona, y si es posible sin prisas. Por las noches llego demasiado cansada del curro. Preferiblemente, opto por correrme más a gusto mientras estoy tumbada boca arriba. Y ¡llámame loca! He follado en la calle, con la pierna derecha detrás de la cabeza mientras cantaba y movía el brazo izquierdo en forma de ocho, pero hoy por hoy, repito que soy aburridísima, y doy instrucciones directas y concisas para que, metida en mi casa, me froten bien el clítoris sin más florituras. Si llevo teniendo encontronazos…digo…¡encuentros! con la persona en cuestión desde hace más de cuatro o cinco meses, suelo rechazar amablemente cualquier filigrana incómodamente innovadora. No tengo tiempo. Hace mucho ruido. Eso no me cabe. Tengo excusas de todo tipo. Eso sí, los primeros cuatro meses, me esfuerzo como si fueran a ponerme nota. Eso también quiero que conste en acta. Podría mentir, ¿pero para qué? El caso es que me he sentido tan presionada con follar, he tenido tantísimos quebraderos de cabeza, tantos puñeteros años de mi corta vida, que yo ya he optado por no darle más bombo al acto en sí. Soy una Princesa de Disney a la que le gusta el sexo vainilla. And I´m proud. Mi primer pico fue a los 11 en el paseo marítimo de mi lugar de veraneo. Estábamos comiendo pipas y todo el mundo sabe que cuando te toca un mini tronco en el paquete, tienes que pedir un deseo y luego partirlo por la mitad. Si el interior del tronco es blanco, el deseo se cumple. Esto todo el mundo lo sabe, ¿¿no?? Si el interior del tronco sale oscuro, escribe una carta a Facundo y quéjate. No hay derecho. Total, que en un ataque de lucidez momentáneo se me ocurrió preguntarle al chavalín con el que comía pipas, a ver cuál había sido su deseo. Era el novio veraniego de turno. No le conocía mucho. Pero paseábamos de la mano y nos decíamos lo guapxs que éramos. Volviendo al tema pipas, ¡oh cual fue mi sorpresa! Cuando el pequeño querubín que no medía más de 1,40, me soltó de golpe y porrazo, pero con voz afectada y carita de pena, que quería que le diera un beso. Yo ya le había puesto en sobre aviso: soy muy escrupulosa. Pero no me preguntes por qué, me acerqué y se lo di. Curioso. Mi primer morreo fue a los 12, en un callejoncillo aislado, de ese mismo lugar de veraneo. Llevaba ensayando con mi mano un mes ya, porque el chico en cuestión me había avisado que en cualquier momento iba a hacer uso del derecho que se le concedía por ley. Sus amigos ya se morreaban con sus novias, y él no quería ser menos. A mí era algo que ni se me pasaba por la cabeza. A este también le avise: soy muy escrupulosa. En fin. Yo fui de las primeras de mi cuadrilla que tuvo una lengua ajena en su boca. Me quedé impactada con lo raro que me pareció. Fue una de esas situaciones en las que las expectativas idealizadas se mezclaban con los nervios, los miedos, los prejuicios…y al final me quedé allí de pie con la boca abierta, que “ni frío, ni calor”. Eso sí, al habernos “enrollado”, cuando cerré la boca para irme a mi casa a comer macarrones con chorizo, yo sentía que empezaba una era. Menuda era más cutre empezaba. Ojalá alguien me lo hubiera dicho entonces. Pero prosigamos, que he tenido múltiples primeras veces. La primera vez que me tocaron el culo fue a los 14 años en esa misma playa en la que he pasado casi todos los veranos de mi existencia. No recuerdo el contexto. Creo que íbamos hacia la zona vieja. Era de noche. Lo que sí sé es que llevaba pantalones elásticos negros de la talla 38 y una camiseta azul de licra de la talla S. Yo pensaba que era el ser más gordo de la capa terrestre. Mi madre me animaba a que lo pensara. Hacía una media de dos horas de deporte al día. Obligada. Cuando salía a la calle comía golosinas a puñados, y si venían mis progenitores, las escondía o se las daba a alguna amiga para que no pensaran que era mías. Francamente, el sexo ha sido siempre el menor de mis problemas. Pero dejemos los órdenes o desórdenes alimenticios para otro artículo. No cabe duda de que aquella época siempre será recordada porque me dio por calzar unas plataformas como las de la Spice Girl Gery Halliwell. Ocho centímetros por encima del resto, me sentía la mar de especial. No sé cómo no me partí la crisma. Una debería buscar en Rastreator seguro a todo riesgo antes de decantarse por ciertas modas. La primera vez que me tocaron las tetas fue a los 15 años en una casa. Era un fin de semana en el que la familia de mi novio por aquel entonces, se había ido a no sé dónde. En el proceso de magreo, fue la primera vez en la que no apreté los brazos contra mi tronco, y dejé que mi noviete de entonces subiera las manos desde mi cintura, hasta mis tetas. Un tímido second base, que le llaman en la USA. Ellos, “los del otro bando”, llevaban desde los 12 intentándolo, pero el truco de los brazos apretados es suficientemente sutil y a la vez explícito, como para mantener a los tíos de aquella época a raya. No sé ahora cómo estarán las cosas. La primera vez que me penetraron con un pene fue a los 16 en otra casa. Qué raro suena. Adornémoslo pues. Yo llevaba otra camiseta de licra verde hierba talla S y unos pantalones negros elásticos de la 38. En el pelo un moño con horquillas, que sólo yo sabía hacerme y por ello era la envidia de mis amigas. Estaba muy morena. Eran fiestas y por la noche íbamos a un concierto. Joder, lo que ha llovido desde entonces. Llevaba 6 meses con mi primer novio formal sin aburrirme demasiado; por aquel entonces era mi récord. Él era cuatro años mayor que yo. Y bueno, ya tocaba. Fue una de las situaciones más rarunas que me he echado a la cara. Un chasco morrocotudo. La cosa menos erótico sexual que he experimentado. Para más señas: en una relación de tres años, creo que follé unas 15 veces. Y siempre, bajo soborno total y absoluto. El “pobre” hombre, me compraba pizzas gigantes y me dejaba elegir las pelis en el videoclub (¿¿siguen existiendo los videoclubs??), para cuando ya estuviera adormilada, hacerme propuestas (in)decentes. Yo accedía, aunque tuviera cero ganas, porque sabía que era lo que se esperaba de mí. Creo que en alguna ocasión me quedé sobada en pleno show. Esto es, posiblemente, porque no me comieron el coño como es debido, hasta mucho, muuuuuuuuuuucho tiempo después. ¡Lo que hay que pasar! Pero de repente estaba mucho más cotizada, porque “ya no era virgen”. Whatever that means. Empezó otra nueva era. Mi primer orgasmo fue a los 19, masturbándome por segunda o tercera vez en mi vida. Por aquella época descubrí que daban porno a horas intempestivas en los canales más cutres de mi mando. Fue un finde en mi habitación en el que yo me quedé en Bilbao, y mi familia se fue al susodicho lugar vacacional. Hasta los 19 años sólo me había tocado el coño para ponerme tampones. ¡Viva yo! No tenía ningún conocimiento sobre mi entrepierna, más allá de lo que me hicieron creer: que era una frígida y no me gustaba follar. A los 19 tuve un perfectísimo novio del que, esta vez sí, me enamoré perdidamente. Era fascinantemente perfecto y nos reíamos a carcajadas. Pero con él tampoco follaba bien. Fingía orgasmos que daba gusto oírme. Por muy primer amor extraordinario que fuera. Para empezar, no conocía mi cuerpo, porque ni se me había pasado por la cabeza explorarme las entrañas más allá de los cuatro días que duraba mi ciclo menstrual. Además esos tocamientos sólo tenían lugar con fines higiénicos. Tenía taaaaaantos complejos de todo tipo que cuando me decían el famoso “relájate”, sólo podía ponerme mucho más nerviosa, al pensar en aquellas tetas tipo limón que no eran como las que veía en la tele y en mis pezones que la mayoría del tiempo no existen. Están como dormidos. ¿¿A alguna lectora más se le duermen los pezones o soy yo la única friki?? Hoy por hoy me importa menos, pero antes los quería turgentes las 24 horas del día. Por supuesto, estaba segura (poor me) de que mientras yo cerraba los ojos, los novios de turno se reían por dentro de lo que yo pensaba que era una barriga descomunal, demasiados pelos aquí y allá, olores incontrolables que no reconocía como míos y un largo etc. Mi vida sexual compartida hasta los 21 fue un cuadro. Un traumático cuadro. Como siempre me suele dar por buscar culpables ante mis desgracias (luego miro en google cómo se llama este brote escaqueador que suele darme desde que tengo uso de razón) cuando descubrí que podía tener orgasmos frotándome el clítoris, me dio por echarle un rapapolvos a mi madre. ¿Sabía ella lo que era el clítoris? ¿Por qué no me había ahorrado todo ese sufrimiento? La buena mujer, que bastante tiene con lo que tiene, se hizo la sueca para no variar. En este desierto orgásmico, mis amigas no ayudaron demasiado. Todas son igual de mojigatas que yo. Así que sus ritmos han sido parecidos a los míos. Pero, por alguna extraña razón, ninguna de ellas tenía problemas en la alcoba. ¿Es posible que el 99% de mis amigas narrara sus peripecia sexual como la décima maravilla (¿cuántas maravillas hay?) y yo fuera de fiasco en fiasco? Maldita obsesión orgásmica. Menuda guerra me dio. Había una amiga que decía la verdad. Ella sólo tenía orgasmos clitorianos refrotándose. Yo, ante tanta presión externa, acabé mintiendo y diciéndole que yo también era normal y me corría cuando me la metían. Cuando digo que me corría, quiero decir que tenía un orgasmo. Porque en mis tiempos, echar líquido que no fuera un pelín de flujo por el chichi no existía para mí, ni para nadie que yo conociera. Así que le dejé el papel de friki a ella. Pobre. A los 21 empezó la fiesta. Fue la primera vez que me penetraron analmente con diferentes partes/cosas. Yo estaba más pedo que Alfredo y todo me hacía mucha gracia. Recuerdo aquellos días de sexo nonstop como algo divertidísimo y muy ameno. Creo que empecé a entender a la gente después de este verano de mi vuelta de Erasmus. Cuando por fin empecé a tener orgasmos regularmente y comencé mi proceso de empoderamiento, le escribí un email a aquella amiga de la uni a la que dejé más tirada que un moco, pidiéndole perdón. Ella no entendía nada. Pero yo lo hice igualmente. Hoy por hoy aún me siento una pequeña gran cerda por dejarla en la estacada y no mantener mi versión de los hechos. Por fin sé que las demás mentían más que hablaban. Igual que yo aprendí a hacer. Es que quien lo haya vivido lo sabe: ser la frígida de tu cuadrilla es agotador. Y ser la primera que se masturba, no te quiero ni contar. Me trataban como si fuera una Superguarra y no tuviera derecho a hacerlo. Conservo amigas de todas las actividades que he venido haciendo desde los tres años, pero curiosamente, ninguna de aquellas amigas universitarias que demonizaban la masturbación sigue en mi agenda del móvil. Y ellos…¡¿qué decir de ellos?! En cuanto tuve un poquito de información me cambié de acera. Y de repente ¡me ponía cachondísima! Lógicamente. Aunque creo que esto también tiene que ver con mi pérdida de aquel innecesario pudor a todo. Eso sí: cuando se es hetero por inercia, no hay mayor salvación que un novio con complejos e inseguridades sexuales por eyaculación precoz, tamaño, o lo que sea. Se esfuerzan tanto, que por fin la cosa se pone divertida hasta para nosotras, las frígidas lesbianas. Total, que me cambio de acera, y la primera vez que me besé con una mujer fue a los 25. Curiosamente muy parecida a la primera vez que me besé con un tío. La chica en cuestión, mientras veíamos un show de transformismo en un bar que se llamaba el Q, me preguntó a ver si podía besarme. Yo dije que sí. Después he estado con más mujeres… y hace un par de años, aparece un nuevo fantasma: la eyaculación femenina. Me siento en la obligación de recordarnos que la etiqueta femenina deberíamos poder obviarla, porque eyacular, es eyacular, para todo kinki, digooo, kiski, pero por visibilizar, la añadiré al final de cada frase. Femenina. ¿Por qué no? Femenina. Bueno, al turrón. Femenina. No, ahora en serio. Femenina. Jojojojojo. Este artículo lo he empezado para contaros que el otro día fui a la charla de Diana J. Torres sobre su nuevo libro Coño Potens: manual sobre su poder, su próstata y sus fluidos y acabo de terminármelo. El libro en cuestión vale sólo 17 eurillos y merece la pena. Aviso a navegantas: este ladrillo parrafil contiene spoilers. Mira que había cotilleado vídeos online, pero nunca había visto a la Pornoterrorista en directo. Es una tía rápida, divertida, clara y sobre todo muy lúcida. Además tiene una voz muy radiofónica que hace superamena la escucha de sus explicaciones. La velada fue tan ordenada como espontánea y no hubo corridas en directo. Por si os toca charla y tenéis dudas. Aunque con ella nunca se sabe, así que llevad chubasqueros de Port Aventura por si las moscas. Yo aviso. El libro es exactamente lo que esperas que sea: un entretenido e informativo manual con ilustraciones al final. Está compuesto por doce capítulos muy completitos, llenos de información reveladora y rebeladora. Aunque si soy franca, en la charla destripó muchísimo de lo que ha escrito en sus páginas, y sales de allí con una idea muy guay sobre cómo están las cosas en lo que a nuestros cuerpos, prácticas y fluidos se refiere. El primer capítulo es algo así como un génesis eyaculatorio que cuenta sus andanzas amatorias desde el principio de los tiempos. ¡Benditas sábanas negras! Seguro que ahora tiene lugar un efecto llamada, como pasó con el pijama de Belén Esteban en GH VIP, y se agotan los stocks de sábanas negras en todos los grandes, medianos y pequeños almacenes. De hecho yo desde aquí propongo, que además de libros y fanzines, en su gira peninsular venda sábanas bajeras. Yo ahí lo dejo. Food for thought. Or for glands. Posteriormente habla de la próstata. Personas con coño, agarraos las pelucas y sentaos en un lugar cómodo porque empieza la información clave: que sepáis que, si algún carnicero no os la ha extirpado, tenéis una chorreante gran próstata de hasta cinco centímetros metida en un recoveco muy concreto de vuestra vagina. ¿Cómo te quedas? Se ve que si metes los dedos –o lo que sea que quieras meter- y haces presión hacia el lado en el que no está el culo, encontrarás una zona que hará las delicias de tu serotonina, oxitocina y de más inas que te llevarán a la felicidad momentánea. Por supuesto, puede pasar que al vivir precariamente, cantidades de felicidad incontrolables te abrumen. Querida amiga, te recomiendo que tras la corrida, mires a tu alrededor y vuelvas al bajón perpetuo, al comprobar que la persiana de tu casa sigue partida en dos y no sabes qué leches hacer para arreglarla. Lo digo en serio: estoy hasta el Coño Potens de no saber arreglar ninguna mierda de cosa que se me rompe en casa. To do list: ponerme las pilas con el taladro, cambiar bombillas fundidas, conseguir que no caigan gotas de la ducha, ni del piso del vecino de arriba y arreglar la persiana. Algún día lo haré. El capítulo dos te catapulta directamente al tercero, porque el hecho de tener próstata y llamarla por su nombre hace que el jodido punto G, llamado así por algún maromo egocéntrico de cuyo nombre no quiero acordarme, pase a lo más hondo de nuestras basuras. Quiero recordarme a mí misma que luego hablaré de la grandiosa investigación que está llevando a cabo Klau Kinki sobre un replanteamiento de la onomástica que tenemos implantada en nuestros coños para renombrar nuestra entrepierna honrando a nuestras ancestras. ¡Es que eso parece un calendario! San Eskene, San Bartolino, San G…ilipollas y demás impresentables! Total, que vale ya de pamplinas. El punto G no existe. Es otra puñetera invención para hacernos sentir que no sabemos orgasmar como Dios Manda. O sea, que si pensabas que tienes un punto G, entérate de que lo que pasa es que los tentáculos de tu clítoris son interminables y llegan hasta donde sea que tengas orgasmos. ¿La vagina? Guay. ¿El culo? Mejor. Pero el único órgano que proporciona orgasmos a los coños, es el clítoris. Digo esto y se me llena la boca. Después de años y años y más años. Chicos que me habéis llevado la contraria sistemáticamente sobre cómo debería follar: no tengo un coño tullido, tengo el coño que tengo, con el clítoris que tengo y orgasmos cuándo y cómo digo YO que los tengo. ¿Vale? Sigamos. El capítulo “En otros tiempos y otros lares”, explica lo asqueroso de que Occidente ponga la brújula y tengamos que bailar según su compás allá donde vaya. Se ve que hay lugares y textos en los que la eyaculación femenina era la norma, y no un momento embarazoso en el que tu pareja sexual piensa que te has meado. Ahora hablamos de venganzas. Debo decir que yo, desde que empecé a estar con chicas, al embarcarme en este proceso de la mano del feminismo lector y practicante, ya conocía lo que era. ¡Viva la información! Pero sigamos. Diana lo dice, y a mí también me da la sensación, de que hay dos maneras de vengarnos del silencio al que han sumido a nuestros coños: la primera posibilidad es corrernos a chorros por doquier. La segunda posibilidad, es contarle a todo el mundo lo de nuestra próstata y posibilidad de corrernos. Yo, por las explicaciones que dio, entiendo que tengo la cabeza echa puré y no hay ser humana sobre la capa terrestre que me la arregle. Un abrazo a mi exterapeuta. Tengo tan interiorizada la feminidad normativa, que difícil veo que sepa permitirme manchar las sábanas de lo que sea que sale de dentro de mí. Diana lo llamó retroeyacular. Posiblemente lo haga. Veamos si os suena. Yo según follo, meo. Y se ve que si investigo un poco mis fluidos, descubriré que lo que echo por mis orificios poco tiene de orina y mucho de corrida contenida que al no permitirla salir, expulso por mi conducto urinario. Como yo habrá muchas. O igual no. Investigad. Echad la meada post polvo en un botecito. En cuanto arregle la persiana, me pongo a ello. Buf. Me vais a perdonar, pero miro al ordenador y llevo 5 páginas de Word contanto mi vida en verso. Sé que la cosa se pone interesante justo ahora que hablo de cosas serias. Pero no sé si es legible tanta línea apelotonada. Así que voy a tener que ir terminando y dejar que vosotrxs leáis el resto de la obra, que no tiene desperdicio. Last, but not least, desde estas líneas aplaudo a Klau Kinki y os dejo estos enlaces, https://soundcloud.com/el-palomar/entrevista-a-klau-kinki y http://anarchagland.tumblr.com/ que se explica mucho mejor que yo. ¡Muchas gracias por abrirnos las piernas y las mentes con esta charla! Yo, personalmente no tengo orgamos “vaginales” y tampoco eyaculo, que yo sepa. Pero lo que si hago es hablar por los codos. Así que mi pequeña aportación es CORRERME LA VOZ hasta quedarme seca. Investiguemos nuestros cuerpos, renombremos todo lo que apesta a machirulo y divirtámonos como nos salga del coño. Llámalo sexo, llámalo patatas fritas.

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