Pobre niña comunista
Lola Lafon narra en 'La pequeña comunista que no sonreía jamás' la apasionante historia de la gimnasta rumana Nadia Comăneci, convertida en símbolo nacional con solo 14 años
Consiguió lo que no han conseguido horas y horas de clases de geografía: Poner a Rumanía en el mapa. El nombre del país de las remolachas y los vampiros fue nombrado, por fin, en infinidad de programas de radio y televisión; y escrito hasta la saciedad: Rumanía, Rumanía, Rumanía. El mundo, al fin, prestó atención a los 238. 391 km² que gobernaba Nicolae Ceaucescu.
Nadia Comăneci hizo historia. Reventó las Olimpiadas de Montreal, celebradas en 1976. El marcador no pudo soportar su esplendor: siete dieces. Jamás se había visto nada parecido. Entre los aplausos y la incredulidad, los informáticos encargados de los marcadores, corrían de un lado para otro. No lo tenían previsto y la perfección les pilló por sorpresa.
Sólo tenía 14 años cuando escribió su nombre en la historia del deporte mundial. Nació en Oneşti, una ciudad del este de Rumanía. Entrenada por un matrimonio de obsesos por el éxito, se convirtió en todo un símbolo del régimen comunista rumano. Ceaucescu, obsesionado por propagar su ideario, decretó una tasa obligatoria de cinco hijos por mujer en edad fértil, que, además, tenían que someterse a exámenes ginecológicos en sus puesto de trabajo para demostrar que reunían los requisitos indispensables para ser madres. Comăneci era la hija perfecta para su patria, pero quizá también la madre. Nadia fue investida como Heroína del Trabajo Socialista. Título que solía esta reservado para las madres de familias numerosas.
Lola Lafon, autora de La pequeña comunista que no sonreía jamás, la biografía novelada de Comăneci, retrata un país convulso; un régimen compulsivo; una dictadura en la que no se oían voces disonantes, pero tampoco el ruido de estómagos vacíos. Es una novela apasionante, que demuestra lo simples que resultan ciertos juicios de valor sobre lo bueno y lo mano; los blancos y los negros. La autora y su biografiada mantienen un diálogo frenético entre mentiras, verdades y mentiras a medias. Mientras escribía la novela, Lafon se comunicaba regularmente con Comăneci, que no acepta las críticas simplistas al régimen ni los juicios morales sobre alguna de sus actitudes. A lo largo de la novela, nos hacen partícipes de sus discusiones, de sus miedos:
-¿Por qué quisiste escribir este libro? – le preguntó Nadia en una ocasión.
Comăneci se convirtió en un espectáculo público. Al llegarle la menstruación se produjeron en su cuerpo cambios visibles que provocaron miles de comentarios: la joven y dulce niña rumana había crecido. El ángel había desaparecido para dar lugar a una mujer normal, vulgar, corriente, con curvas, pechos, vello. La novela narra cómo la crítica y los medios de comunicación se lanzaron sobre ella y cómo a la inquebrantable Comăneci empezó a temblarle la voz en sus apariciones públicas. El padre de su patria, Ceaucescu, dejó de verla como un símbolo nacional; decían que mantuvo una relación con el hijo del presidente; no brillaba en los espectáculos; desapareció de Rumanía. Escapó del país unos meses antes de la navidad de 1989, cuando el mundo enteró pudo ver cómo mataban a Ceaucescu en directo. Huyó de madrugada cruzando la frontera con Bulgaria y pidió el asilo político en Estados Unidos, que aprovechó la situación para engrasar su maquinaria anticomunista.
Lafon ha escrito una novela brillante, llena de saltos y piruetas por la vertiginosa vida de Nadia, la niña-pobre-niña.