Las panteras negras no envejecen
La imagen icónica de una joven Angela Davis se ha quedado congelada en nuestras pupilas. Pero ella ya lleva cuarenta años militando contra las prisiones, por el socialismo, el feminismo y el internacionalismo. Irantzu Varela pudo compartir ratitos con Davis durante su visita a Euskal Herria y nos cuenta cómo es esta referente de cerca.
Pegada al cristal de llegadas del aeropuerto, por un momento espero que aparezca esa pantera negra veinteañera de pelo afro, que salió absuelta de un juicio en el que le pedían tres condenas a muerte por asesinato, secuestro y conspiración. Esa que protagonizó una campaña de solidaridad internacionalista como no había habido antes en el planeta. La de las fotos con Fidel, los póster, los pendientes enormes, los vestidos lisérgicos y el puño en alto.
Pero aparece ella. La que lleva cuarenta años militando contra la existencia de presos y presas políticas en el mundo, la que aboga por la abolición de las cárceles, la que puso nombre a la interseccionalidad de las opresiones por género, por raza y por clase. La que es una referente para el feminismo, para el socialismo y para el internacionalismo.
Ya tiene setenta y dos años, y sigue siendo una pantera negra. Con el pelo afro iluminado de canas. Anda lenta, tranquila, con una planta que impresiona, empujando una maleta enana y con una mochila al hombro.
Casi se nos escapa. Porque sale por la puerta de quienes no llevan equipaje y nos pilla por sorpresa. Echo a correr detrás de ella, gritando: Angela! Cuando la alcanzo, descubro que no estoy preparada para tenerla tan cerca. Se me olvida el inglés, la compostura y la idea de que los liderazgos individuales me parecen patriarcales. Y balbuceo algo torpe en spanglish que le hubiera dado más miedo a ella que a mí vergüenza, si ese mujerón tuviera miedo a algo.
Parece más joven y más normal de lo que lo sería nadie a su edad y con su trayectoria. En todas las intervenciones en las que participa los días siguientes se hace referencia a su edad, pero ella se ríe, porque sabe que es al resto a quienes nos da miedo ver que nuestras ídolas envejezcan. En una de las preguntas a las que responde en esos días, admite que, al principio, le molestaba que su imagen de joven se haya congelado en nuestras pupilas, en nuestras cabezas y en nuestras imprentas. Que le enfadaba que no la dejáramos envejecer. Pero que un día entendió que aquella imagen, de cuando era líder de las Panteras Negras, ya no le pertenece, ya no tiene nada que ver con ella. Es la imagen de una época, cuando los cambios radicales parecían posibles, y no sólo a ella. Cuando un millón de personas escribieron un millón de cartas con un millón de rosas para pedir su liberación. Cuando un granjero blanco de Alabama puso su granja como garantía para pagar el millón de dólares de su fianza. Cuando desafió al sistema racista y represor estadounidense y ganó. Sabe que esa imagen, que es de ella, ya no es suya. Y ya no se enfada al verla, porque una chica de dieciocho años le dijo hace poco que, cuando lleva una camiseta con su cara, se siente capaz de todo.
En estos días, ha hablado mucho y de muchas cosas. Se ha olvidado adrede del nombre de Donald Trump, ha pensado un mundo sin cárceles y ha pedido la liberación de Arnaldo Otegi. Ha reconocido que antes creía que ser feminista era propio de blancas burguesas. Que, cuando la llamaban “feminista” respondía que no lo era, que ella era revolucionaria. Ha reconocido que ha vivido la transformación de aquel feminismo blanco y burgués en una ideología anticapitalista, antirracista y decolonial. Pero no ha pedido que le reconozcamos que ese feminismo lo ha construido, en parte, ella. Ha insistido en la importancia del autocuidado y en lo revolucionario que le parece la forma en que la gente joven de los movimientos sociales cuida las relaciones personales como parte de la lucha. Dice que las jóvenes le dan envidia, porque han descubierto formas de lucha que ella a su edad desconocía, como si no hubiera contribuido a crearlas. También dice que dejó de comer carne en la cárcel, y que -desde entonces- es vegana. De hecho, cree que la conciencia sobre las condiciones de producción de los alimentos es el próximo espacio de lucha de la izquierda.
Esas jóvenes que le dan envidia abarrotaron todas las salas en las que habló. Porque ella es referente para muchas luchas, pero queda claro que nos mueve más a las mujeres, sobre todo a las que no habíamos nacido cuando ella era encarcelada. Incluso a las que no habían nacido cuando, muchos años después, se identificó como negra, roja y lesbiana.
En estos días, Angela Davis nos ha demostrado que se puede ser feminista y referente para luchas mixtas, que se puede cerrar una charla reivindicando el socialismo y beberse después la ortodoxia con té en un termo de Starbucks, que se puede tener más de setenta años y reivindicar el “derecho a pensar el mundo en el que quiero vivir”. Nos ha demostrado que las revolucionarias crecen, no envejecen.
La última vez que la vi estaba sentada en una terraza del Casco Viejo, comiendo un bocadillo de falafel con verduras. Y tuve que darle las gracias por este fin de semana, y por su vida entera.