Por mí y por mis compañeras. Por mí primera.
Nota: Este artículo se enmarca en la sección de libre publicación de Pikara, cuyo objetivo, como su nombre indica, es promover la participación de las lectoras y lectores. El colectivo editor de Pikara Magazine no se hace responsable ni del contenido ni de la forma de los artículos publicados en esta sección, que no son editados. Puedes mandar el tuyo a participa@pikaramagazine.com. Rogamos claridad, concisión y buena ortografía.
Tamara Gámez Ramos
Soy mochilera, con lo que eso significa. Soy mujer y viajo sola (en mi caso) con bajo presupuesto. Ahora estoy en Sri Lanka, gastando unas rupias en una cafetería de Kandy. Son las 15.27 hora local.
Para llegar hasta aquí he cruzado dos veces desde el templo del diente, cogido la avenida de la derecha, girado por la primera a la izquierda, dos veces, y me he sentado y pedido.
Para llegar hasta aquí un señor mayor me ha hecho un scanner con la mirada y me ha seguido en parte de mi recorrido, insistiendo: “ven, ven…tú y yo Hotel…”. Tres chicos jóvenes han obviado 20 metros de acera para pasar cerca de mí, buscando tocarme, tratando de cruzar su mirada con la mía. Seis hombres que no me conocen me han hablado, sin la intención de ofrecerme entrar a su negocio. Uno me ha seguido hasta pedirle que no lo hiciera.
Al principio piensas que es simpatía. En tu nueva aventura en un país distinto lo achacas todo a la cultura. Recuerdo mis primeros días en India, cuando le contaba a mi familia: “¡qué gente tan amigable!” Luego te das cuenta de que no es gente, sino hombres los que se dirigen a ti todo el tiempo, y que no es tu amistad lo que buscan, de hecho, tú no les importas un carajo; eres mujer y eres extranjera, es suficiente.
En mi afán, de nuevo, de interpretar todo desde la cultura, me decía a mí misma: “es su manera de entender las relaciones, no cuestiones ni tengas prejuicios”. Pero, sin duda, esto solo era mi manera de justificar el acoso que vivía cada día para no volver corriendo a casa y sentir mi experiencia como un fracaso. Cuando decides empezar a viajar nunca te imaginas regresando por ningún motivo que no sea la decisión de que tu casa te parece mejor y punto, pero tampoco te imaginas que te vas a sentir acosada cada día, con frecuencia; mucha frecuencia, a veces.
Cuando decidí viajar sola por Asia, se me pasó por la cabeza que la inseguridad podría ser un problema, y busqué en relatos de experiencias de otras mujeres algunas pistas sobre el tema. Ahora puedo decir que en ninguno encontré la realidad que estoy viviendo. En un chapuzón en discursos feministas, incluso, colgarse la mochila era signo de valentía. El empoderamiento de aquellas que superan los miedos (que no son para tanto, según dicen) y se atreven. En blogs y guías de viaje (escritas por hombres desde sus experiencias), encontré algunos fragmentos sobre el tema. Lonely Planet y “La guía azul”, con miles de ejemplares vendidos, así como blogs de gente que viaja, no solo reducen el acoso a los roces intencionados en el autobús sino que, algunos de ellos, ponen el acento en que los problemas pueden surgir si las viajeras no vestimos según la norma o no seguimos lo que se espera de las mujeres de la cultura a la que llegamos. Por desgracia, ya estoy acostumbrada a esta trampa… No, nada legítima el acoso. Que lleve unos pantalones por encima de la rodilla no es motivo para que un recepcionista de Hotel robe mi número y me escriba insinuándose antes de intentar entrar en mi habitación, que un dependiente me meta en el trastero y cierre la puerta mientras intenta tocarme, que un grupo de chavales haga chasquidos cerca de mi trasero mientras canta: “go, baby, go…”, ni ninguno de los más de veinte “Hello, Madame” con mirada lasciva que escucho al día. Y, está claro, que deje mi número en el formulario de datos de un Hotel, meterme en un trastero, hacer un trekking o caminar sola por la calle-de noche o de día-tampoco son los motivos. Como tampoco lo fue alojarse con desconocidos para Marina y María José, las mochileras que han asesinado recientemente en Ecuador; o ir a la pequeña selva de Arambol (India) para la canadiense que violaron en diciembre mientras que yo estaba a unos metros del sitio donde lo hicieron.
Ahora sé que tampoco iba tan desencaminada. Todas estas agresiones sí son cuestión de cultura; de la cultura machista. Y, por supuesto, todo esto solo puede entenderse desde el patriarcado.
En estos seis meses, he conocido personas de muchos países que también están viajando, así como gente local en cada uno de los lugares que he visitado. He escuchado decenas de explicaciones y, me reitero, si no se habla del patriarcado, mucho me temo que son justificaciones para estas agresiones machistas.
Es cierto que algunos países asiáticos están viviendo procesos que abren nuevos espacios y estrategias de acoso. Que el acceso masivo a Internet de los indios, por ejemplo, haya llevado a una descarga y consumo desorbitado de porno (donde la actriz no es India, está claro) fomenta el ideario de cómo creen que vivimos la sexualidad las mujeres del “oeste” y lo que se puede hacer con nosotras. Pero no es este el motivo de sus agresiones. La culpa no es de Internet, ni del porno, ni del color de la cara de la actriz. La es del machismo, nada más (y nada menos).
He escuchado muchas veces que todo esto sucede por la culpa de las viajeras que se acuestan con algunos de los chicos locales, pero, sinceramente, ¿significa eso que todas las extranjeras quieran acostarse con todos los chicos autóctonos y que el acoso y/o la violación son las maneras de conseguirlo?
En estos meses me he dado cuenta de que en los espacios y grupos donde nos movemos personas con una motivación solidaria o más comunitaria, se ha generado cierto miedo a hablar de las violaciones y agresiones machistas en otros países y eso nos ha hecho un flaco favor a las mujeres que nos hemos colgado la mochila. Parece que hablar de las basuras de otras casas nos convierte, automáticamente, en etnocéntricos o supone creer que en la nuestra no hay nada que barrer. Pero no hablar de la realidad no es la solución, o no la fue para mí cuando quise saber con qué iba a toparme antes de mi viaje y no encontré nada acertado. Si esto es un artículo de agresiones machistas a mochileras no tengo que hablar de lo interesante que es Varanasi o lo majas que son algunas personas locales; te cuento que todas las mujeres que viajan solas, y que he conocido, han tenido experiencias similares, que el tío que te ofrece enseñarte la realidad de la India en su moto, el que te insiste con un masaje ayurvédico o de apertura de chakras, o los Beach Boys (como la gente local los llama) del sur de Sri Lanka son calcomanías esparcidas por todas las ciudades y playas y que nada de lo que te ofrezcan querrán que sea gratuito y que, por supuesto, que lo aceptes no significa que tengas que dar nada a cambio.
Saber a lo que vas a enfrentarte, en mi opinión, es lo que puede ayudarte a asumir el viaje. No quiero ver cómo más compañeras malgastan sus ahorros en un viaje precipitado de vuelta, ni cómo se derrumban pensando que no están todo lo empoderadas que deberían. No quiero que ninguna de ellas, ni quienes las escuchen, justifiquen y asuman el acoso y, sobre todo, no quiero que existan motivos que eviten que contemos o se escuchen la realidad de nuestras historias.
Por mí, por mis compañeras, y por mí primera…