Por qué no acariciar nunca un gato panza arriba
Nota: Este artículo se enmarca en la sección de libre publicación de Pikara, cuyo objetivo, como su nombre indica, es promover la participación de las lectoras y lectores. El colectivo editor de Pikara Magazine no se hace responsable ni del contenido ni de la forma de los artículos publicados en esta sección, que no son editados. Puedes mandar el tuyo a participa@pikaramagazine.com. Rogamos claridad, concisión y buena ortografía.
Mi primer disfraz de zorra rosa
No me fío de los hombres que dicen que se sienten mejor trabajando entre mujeres del mismo modo que no me fío de un gato que me recibe panza arriba.
No me fío de aquellos hombres, que se sientan delante y me indican con qué fuerza, de qué modo o cuánto debo defender mis derechos como mujer socialmente, públicamente.
No me fío de aquellos que, en privado, te indican que nunca han ejercido su poder intentando menoscabar a su compañera de trabajo cuando esta, en la mayoría de las ocasiones, andaba ocupando una posición inferior en rango y, por supuesto, en salario. El machismo se esconde detrás de muchas caras, bastantes de ellas de amigos y conocidos, y en la mayoría de las frases que decimos a diario. Probablemente, en lo que llevamos de texto haya dos, tres o cien expresiones que debería haber observado, controlado y mejorado, porque, lamentablemente en estos temas, nadie anda libre de tirar la primera piedra. Y es que andamos viviendo, o malviviendo, en un mundo que no fue hecho a nuestra medida y no porque nuestra medida fuera inferior sino, tal vez, porque nuestras formas, más voluptuosas, al menos las mías, no quisieron encajar en esos espacios demasiado cuadriculados donde para triunfar había que escalar, pisar, o golpear. A las mujeres nunca se nos enseñó a usar la violencia porque de haberlo hecho se habría desencadenado la guerra hace mucho tiempo.
Sea como fuere, últimamente me doy cuenta de que no me acabo de fiar de los hombres que tratan de situarse insistentemente a mi lado para darme consejos o aleccionarme o indicarme cómo de fuerte, cruenta y pública debe ser mi lucha y la de mis compañeras para alcanzar la igualdad entre ambos sexos. Porque, no nos engañemos, siempre que sale el tema en determinados espacios, ámbitos o mesas redondas existe un sector de hombres que nos apoyan más que nadie y a cualquier precio. Sin embargo, yo no puedo evitar no fiarme de sus palabras del mismo modo que no colocaría jamás mi mano desnuda sobre la panza de mi propio gato cuando duerme en el sofá de casa. Y es que, si como dije antes nadie nos educó para ejercitar la violencia, por aquello de evitar el ingente número de bajas, sí nos educaron en el agradecimiento, la comprensión y la duda y no me gustaría caer en la trampa de pensar que ellos saben más que yo sobre cómo defender mis derechos, hasta dónde pelear mi igualdad o dónde ver machismo en las acciones y planteamientos cotidianos. A mí, qué queréis que os diga, cuando me entra alguna duda prefiero recurrir a amigas, conocidas y vecinas por aquello de que en la escuela solo me las dejaron a ellas como referentes eliminando cualquier otra posibilidad de la lista de los que pasaron a la historia. Será que una ya anda cansada de tanto apoyo en privado y tanto manotazo en público o será que conforme me voy haciendo vieja le ido cogiendo un cierto cariño al gato y tengo miedo de acabar sin darme cuenta cuestionándome a mí misma porque otro me lo dice. No sería la primera vez que me hago pequeña delante de compañeros ni la última que tocará la panza de mi gato.