¡Déjennos histéricas!

¡Déjennos histéricas!

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09/04/2016

 

Laura Macaya-Andrés
Asociación Genera 

El pasado mes de marzo algunas alcaldesas[1] iniciaron una campaña de recogida de firmas con la finalidad de mostrar su rechazo a la iniciativa política del Ayuntamiento de Barcelona de proteger los derechos de las trabajadoras del sexo, campaña a la que ya se han unido algunas otras entidades y organizaciones. El escenario que se inauguraba con tal campaña, recuerda mucho a aquellas cruzadas, por parte de un feminismo anti-sexo, que tuvieron su momento álgido, en EEUU y Europa, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, poniendo especial énfasis en combatir la prostitución, mostrándola como el principal símbolo de la coacción sexual masculina. Estos movimientos feministas destacaron las presiones económicas que obligaban a las mujeres a “caer” en la prostitución y la coacción física a la que se las sometía para prostituirlas, percibiendo a las mujeres siempre como víctimas directas y exagerando la magnitud del fenómeno. Y antes, como ahora, los discursos por la abolición de la prostitución se basan en invalidar la agencia de las mujeres, al considerar que ninguna mujer podría escoger libremente algo tan degradante. La idea de Derechos Universales, ha hecho el resto, permitiendo establecer barómetros de dignidad universales y poniendo por encima de las circunstancias y autonomía personales la salvaguarda de los valores occidentales y burgueses. El resultado, el establecimiento de dos tipos de mujeres: las emancipadas, llamadas a establecer en qué consiste la libertad, la igualdad y la dignidad universal; y, el resto, llamadas a supeditarse a los elevados intereses de las primeras.

Así pues, las modernas ilustradas, advierten: regular la prostitución es regular una forma de violencia contra la mujer[2]. Desde mi experiencia profesional en servicios de atención y prevención de las violencias de género, y desde el conocimiento de los espacios privados de ejercicio de la prostitución en la ciudad de Barcelona, como parte de la entidad Genera[3], pero también, como militante libertaria y feminista, he tenido la oportunidad de conocer a mujeres valientes y fuertes que me han ayudado a pensar sobre el trabajo sexual y sobre las creencias hegemónicas en torno a las violencias de género. Es, partiendo de este lugar, desde el que quisiera hacer algunas precisiones en torno a la relación que se establece entre prostitución y violencias de género.

Algunas activistas y profesionales luchamos, desde hace años, para que se contemple a las mujeres en situación de violencia de género como protagonistas de su propia recuperación y de su propio proceso de empoderamiento. Trabajamos, no sin dificultades, para acompañar itinerarios vitales que faciliten encontrar y aprovechar estrategias propias para reconfigurar la concepción de la feminidad y de las relaciones sexo-afectivas basadas en patrones no binarios de la existencia humana y en la libre elección entre soledad, pareja o cualquier otro patrón relacional. Entendemos que la violencia contra las mujeres, pero también otras violencias de género, como la lesbofobia, la homofobia o la transfobia e incluso las violencias sociales e institucionales contra mujeres y hombres con vivencias de género no normativas, son causadas por la hegemonía de un sistema binario que solo contempla la existencia humana como rígidos patrones de masculinidad y feminidad, así como, una situación de jerarquía en la cual lo femenino es siempre subalterno a los valores de la masculinidad. La transgresión de los valores hegemónicos de género, es decir de la forma supuestamente correcta de ser hombres y mujeres, produce violencias de género y así se demuestra cuando la mayoría de los episodios violentos de agresiones en la pareja suelen derivar de una transgresión, real o imaginaria, de las mujeres: no tener preparada la cena, tener un comportamiento sexual promiscuo, estar en la calle, vestir de forma “provocativa”, beber alcohol, quedar con amigas, tener un diagnóstico de salud mental, etc. Ser una “puta”, en el más amplio sentido del término, genera violencias hacia todas las mujeres.

 

No soy una puta, soy la puta y, para ti, soy la Sra. Puta

‘No soy una puta, soy la puta y, para ti, soy la Sra. Puta’

No considero la prostitución en sí misma como una forma de violencia de género, pero lo que más me preocupa es que quien piensa que lo es, plantee la solución a la misma desde una perspectiva tan poco empoderadora. Desde el ámbito profesional de la prevención, atención y acompañamiento a víctimas de violencias de género, así como desde militancias feministas y críticas, muchas de nosotras insistimos en que las mujeres en situación de violencia tienen voz, capacidad de decisión y agencia, incluso cuando sus decisiones pueden preocuparnos o parecernos “poco feministas”. Llevamos tiempo pensando qué significa realmente ser feminista y si vale la pena serlo con el fin de proteger a las víctimas contra su voluntad, establecer diferencias entre emancipadas y oprimidas, que justifican las intervenciones paternalistas-maternalistas, y si todo ello tiene el fin de “proteger a las mujeres” o protegernos a nosotras mismas, nuestra moral y nuestras dificultades de enfrentarnos a contradicciones propias y al reconocimiento de que, tampoco nosotras, somos la quintaesencia del cumplimiento de las hegemonías de algunos feminismos.

Los actuales modelos hegemónicos de atención a la violencia machista, enmarcados en sistemas que criminalizan la disidencia y promueven el control preventivo, acaban reproduciendo un modelo clasificatorio, que ordena a las mujeres en clases, en función de las cuales, los acompañamientos a las mismas variarán según sea la categoría moral que se les suponga, en función de su cumplimiento o incumplimiento de los valores de la feminidad. Pero se olvida, de forma interesada, que las víctimas no son solo víctimas y que las putas no son solo putas. La visión más generalizada de la víctima de violencia de género da por supuesto un patrón de mujer vulnerable, sumisa, dañada profundamente por la violencia y necesitada de protección y, por ello, las incumplidoras son expulsadas de los circuitos de protección, ven negados sus derechos más básicos y son castigadas sistemáticamente por los sistemas judiciales. Las putas son el paradigma del incumplimiento y, por ello, el modelo proteccionista no puede funcionar para combatir las violencias que ellas sufren de forma específica. Pero no son las únicas: las etnificadas, las agresivas, las patologizadas, las promiscuas, las que, en definitiva, no se ajusten al modelo de víctima construido por los discursos hegemónicos, son castigadas con la falta de reconocimiento, en el mejor de los casos, y con la culpabilización, en los casos más vergonzosos. El modelo proteccionista puede servirle a algunas, pero al final son muy pocas las que pueden ser reconocidas como merecedoras de protección.

La excusa del modelo proteccionista de las mujeres me tiene harta. En primer lugar, porque construye un modelo de feminidad necesitado de protección y sin agencia; en segundo lugar, porque establece los patrones de cuáles son las mujeres que deben ser protegidas, dejando desprotegidas a las vulneradoras; en tercer lugar, porque suele dar por supuesto que las mujeres solo pueden ser protegidas mediante la intervención del Estado, despreciando e incluso castigando las formas autónomas y colectivas de resistencia y supervivencia; y, en último lugar, porque oculta que la pretendida protección acaba derivando en chantajes institucionales, culpabilización de las incumplidoras, criminalización y estigma. Nada explica sino los elevados porcentajes de denegación de órdenes de protección[4] o las violencias institucionales contra las supuestas víctimas de trata.[5]

Estoy convencida de que existe una amplia realidad, en la cual mujeres cisexuales, mujeres trans y hombres ejercen el trabajo sexual de forma voluntaria, al menos con el grado de voluntariedad y libertad que les permiten los actuales modelos de precariedad laboral, estigmatización de la disidencia y pauperización de las condiciones de vida. No olvidamos que gracias al capitalismo y a las continuas reformas laborales, legales y morales las vidas de muchas de nosotras se han hecho invivibles y que, de nuevo, hemos de agradecerles a muchas de las “emancipadoras” su apoyo a las políticas neoliberales y represivas promovidas por instancias estatales y supraestatales.

Que muchas personas opten por ofrecer servicios sexuales con la finalidad de mejorar sus condiciones de vida y las de sus familias y algunas otras por preferir este trabajo a cualquier otro debería, señoras ilustradas, ser la última de sus preocupaciones, sobre todo cuando han sido cómplices, mediante el compromiso con sus partidos, de políticas precarizantes que han violentado no solo a las trabajadoras del sexo sino a todas las mujeres.

Que muchas de estas personas se enfrenten a condiciones laborales de explotación, deberían concebirlo como fruto de la imposición de políticas laborales que han precarizado todos los sectores y oficios, cuánto más en sectores laborales que, no solo no disponen de derechos propios, sino que además son significados con el peso del estigma y sus trabajadorxs, las putas, como culpables de promover un estado de histeria erótica colectiva.

Que muchas mujeres trabajadoras del sexo se enfrenten a violencias de género, deben concebirlo como una realidad que nos afecta a muchas otras y que está directamente relacionada con el hecho de incumplir los valores hegemónicos de la feminidad, valores promovidos también por las instituciones que algunas de las alcaldesas, promotoras de la abolición de la prostitución, representan.

Que exista una realidad como la trata de seres humanos con fines de “explotación sexual”, debiera enmarcarse en el contexto de la trata de seres humanos con fines de explotación laboral, fenómeno en el que encontramos otras mujeres y hombres esclavizados para servir en diversos tipos de industria. Y de hecho, según la Organización Internacional del Trabajo, el trabajo doméstico, la agricultura, la construcción, la manufactura y el entretenimiento son los sectores en los que hay más incidencia de este fenómeno[6]. Quizás, según esto, en lugar de promover la abolición de la prostitución, deberían replantearse su postura y promover la abolición del trabajo asalariado.

Con todo ello, querría hacerles, emancipadas-emancipadoras del mundo, algunas sugerencias.

Dejen de hacer demagogia hablando sobre los beneficios a los empresarios del sexo (sus discursos también benefician a la derecha más rancia) y el proxenetismo del Estado. A no ser que sean partidarias de la abolición del Estado en todas sus formas, no utilicen interesadamente la retórica anarquista. Estoy convencida que muchas de ustedes confían en el Estado para intervenir en cuestiones de diversa índole, como la regulación laboral con el fin de garantizar el control de los abusos patronales. No entiendo muy bien que, en este caso, el Estado en cualquiera de sus formas, les parezca un potencial abusador.

Dejen de premiar la masculinidad agresiva en el mundo laboral capitalista y algunos hombres pensarán que ser un “tío agresivo” no tiene premio; renuncien al modelo capitalista que se vale de la plusvalía de los trabajos invisibles de las mujeres para conseguir máximos beneficios y mejorarán las perspectivas de vida de mujeres y trabajadorxs; dejen de pensar que el sexo por dinero de las mujeres es pecado y una afrenta contra el amor y las relaciones personales íntimas y así las mujeres dejaremos de percibirnos como ángeles del hogar, preservadoras de la moral y culpables de las agresiones sexuales cuando hemos sido explícitamente sexuales; dejen de pensar en las mujeres como seres incapaces de protección por sí mismas y de esta forma no seremos doblemente castigadas cuando nos defendamos; en definitiva, dejen de pensar el mundo en hombres y mujeres y de reproducir lógicas binarias y examinen sus propias políticas y sus complicidades con las violencias desde sus instituciones judiciales, médicas, psiquiátricas, carcelarias, educativas y migratorias.

Es imprescindible acabar con las violencias de género, pero de nada sirve magnificarla ya que hacerlo incide en la construcción de la identidad femenina siempre ligada a la pasividad y a las violencias sufridas y nunca relacionada con experiencias de empoderamiento, resistencia, fuerza y libertad. Me preocupa mucho un modelo de feminismo al que le resulta algo completamente extraño la experiencia de la violencia machista, que o ningunea o sobreprotege a la víctima porque aunque no deseable, es algo presente en la vida de muchas de nosotras y gracias a los actuales modelos neoliberales y heteropatriarcales, lo extraño sería que no lo fuera. Por ello, son estas estructuras las que deben combatirse. Alguien me preguntó una vez que si no nos valíamos de estas instituciones para modificar la realidad, cómo lo podíamos hacer. En ese momento no supe reaccionar, pero ahora lo tengo claro. Creo que algunas (y está claro que no soy la única) lo hemos tenido siempre claro: trabajar autónoma y solidariamente para sostener las supervivencias y las existencias de las personas que sufren violencias; señalar los mecanismos institucionales de coerción generadores de violencias de género y luchar para su desmantelamiento; y, por supuesto, construir alternativas de vida y de existencia basadas en la solidaridad, el apoyo mutuo y en el acompañamiento colectivo para promover la libertad individual. Si, cierto, nadie dijo que fuera fácil, pero algunas preferimos estos caminos y a aquellas a las que les convenga tomar otros, adelante, pero eso sí, ¡déjennos histéricas!

 

[1] Santa Coloma de Gramenet, Núria Parlón (PSC); L’Hospitalet, Núria Marín(PSC); Sant Boi, Lluïsa Moret (PSC), y Sant Cugat del Vallès, Mercè Conesa (CiU)

[2] Cristina Simó, Mercè Conesa, Núria Parlón, Núria Marín y Lluïsa Moret. El libre acceso al cuerpo de las mujeres o cómo Barcelona se convirtió en el burdel del sur de Europa. El Periódico de Catalunya. (28-03-16)

[3] Genera. Associació en defensa dels drets de les dones. http://www.genera.org.es/

[4] Según datos del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial, en 2014 fueron denegadas o inadmitidas en Catalunya el 66% de las órdenes de protección incoadas; según la misma fuente, en el año 2015 las órdenes denegadas o inadmitidas fueron, también en Catalunya, el 63%.

[5] Según datos de la entidad Genera en su Informe sobre la aplicación de la Ordenanza de Convivencia del Ayuntamiento de Barcelona (2006-2014), en el periodo comprendido entre los años 2008 y 2011, el 68,88% de las multas derivadas de la aplicación de la mencionada ordenanza fueron impuestas a mujeres en situación de trata o en sospecha de estarlo, según estándares de la propia entidad y siempre en relación a la población atendida por la misma. En el periodo de 2012 a 2014, las mujeres en situación o sospecha de trata acumularon el 47,2% de las multas derivadas de la misma normativa. Además, debido a las actuales políticas migratorias, en muchos casos mujeres en situación o sospecha de trata son devueltas a sus países de origen, sin haber recibido ningún tipo de protección, ni acompañamiento y sin garantizar su seguridad en el país de destino.

[6] http://www.ilo.org/global/topics/forced-labour/lang–es/index.htm

 

 

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