Durante los últimos meses
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Durante los últimos meses no me ha ido muy bien. A ver, tampoco es por quejarme… Que tengo un piso muy mono (aunque para una familia de tres un poco chico) en el centro (casi) de una ciudad preciosa, en la que lo único malo es que hay poco sol y no se habla mi idioma. Pero vamos, todo calidad. Estanterías llenas de libros buenos, una hija maravillosa y un marido que está por mí.
Comemos rico, aunque siempre cocino yo, y nos duchamos con agua caliente. Además, aquí los estándares son bastante más grandes que en mi tierra y me cabe, sin estrechuras, el culo en la bañera. Tenemos hasta para homenaje. Todo así, y sin embargo un nubarrón gelatinoso de expectativas frustradas me ha tenido casi un semestre boca a bajo. Como yo no soy psicóloga no sé si encontraré los tecnicismos adecuados, pero no es mi intención tampoco retratar un cuadro clínico.
El caso, es que aunque yo era consciente en todo momento de lo bien que iba, cualitativa y cuantitativamente, me sentía jodidamente mal. No es que ahora me sienta como para tirar cohetes, pero he vuelto a un estado de ni fú ni fá que es un verdadero avance. Es al menos un punto de partida para interactuar con un entorno, que por muy empático que parezca no es mucho más flexible que un pepino, que aunque no sea un taco de cemento tampoco puede hacer contorsionismo y le gusta que la gente alegre siga siendo alegre y los mediosdías, mediosdías.
He reflexionado mucho sobre lo que me pasaba. Los diferentes motivos, o hechos que me oprimían no han conseguido convencerme de tener el suficiente peso, como para hacer sentirme así. Con así quiero decir… Totalmente desganada, sin sentido (Bedeutunglos que dicen los alemanes) aburrida de mí misma, vacía, decepcionada por mi propia ineptitud, sin verdadera certeza de quién soy o qué puedo hacer. Sin ganas de intentarlo de nuevo, por miedo a que un nuevo fracaso signifique una certeza de que realmente no soy capaz de hacer esto o aquello o ninguna cosa. Es un sabor en la boca de que todo será malinterpretado. De que eso que una intenta saldrá mal.
A veces, la persona que yo era antes de todo este lío de la maternidad y el mudarse de país, esa persona que se sentía inteligente y poderosa que se sabía calmada y serena y que -hasta cierto punto, pero qué buen punto- ejercía responsable su propia felicidad, escuchaba como un segundo par de orejas y susurraba desde dentro, eso no es así, no lo leas de esa manera. Pero siempre era un poco tarde. O demasiado débil para imponerse, y era arrollada por la lógica del ahora me toca a mí tener esta pataleta. Porque no es justo, porque yo lo necesito, porque es así y punto y yo lo digo.
He pensado mucho, y he leído mucho y he hablado un poco, y por eso escribo ahora. Para hablar más. Porque a mí me gustó escribir desde que me lo enseñaron y es una de las pocas cosas de las que no me he cansado nunca. Porque escribir es como hablar pero un poco más bonito, porque no cansas a nadie con tu verborrea. Porque la que lee puede dejarte en pausa o ignorarte o leerte más tarde sin que tu ego salga herido. Porque igual tú puedes leerte otro día y sonreír con aquello tonto que habías escrito, o alegrarte porque era algo importante que de otra manera se te habría olvidado. Porque al escribir, una parte de esa masa informe que compone el pensamiento se estructura, y perdiendo entropía cristaliza y deja espacio para nuevos pensamientos, o para nada, pero una nada limpia como el espacio. No esa nada pegajosa que es en realidad como la mezcla de las pinturas de dedo.
Así que os escribo, no tengo ni idea de cómo se llama lo que tengo, lo que he tenido. Tampoco creo que se haya ido, más bien me parece que ahora tengo otras gafas y que aquello que aparecía antes siempre en primer plano, corresponde ahora a un desenfoque en el horizonte. Tampoco sé muy bien qué es lo que tengo ahora en primer plano, a parte de este documento de Open-office, que va creciendo de manera anárquica, como crecen las cosas que crecen porque tienen necesidad de crecer.
Alguna gente, que sabe, me ha dicho: ve a un psicólogo, toma antidepresivos, medita, haz algo, ponte metas cortas. Si adelgazaras 20 kilos serías más feliz y tendrías más posibilidades de encontrar trabajo. O quizás si estudiaras algo más, porque siendo doctora en química tampoco es que haya tantas posibilidades. Yo conozco un doctor en química que estuvo un año buscando trabajo. No pienses que es tu culpa y persevera, esto le pasa a todos los que acaban la carrera, la vida laboral no es lo que uno pensaba, haz algo inteligente con tu tiempo. También hay que divertirse de vez en cuando, ten una pasión (pero que no sea el feminismo), intenta trabajar en algo de lo que has estudiado. Tampoco dejes de lado a tu familia, es un regalo que puedas estar cuidando de tu hija, el tiempo que tienes ahora no volverá nunca. Yo creía que a ti te gustaba el baile, apúntate a un gimnasio te lo pago. Todo sería mejor con más espacio, con una casa, si trabajaras la podríamos comprar. Habla con tus amigos, cómprate un coche, juega al rol, escribe poesía, ten otro hijo, dale un poco más de tiempo al sofrito.
De entre todas esas, unas cuantas, si no todas, en algún momento o a la vez las he dicho y me las he dicho yo. Las he hecho mías, las que vinieron de mí y las que vinieron de otro.
Algunas veces soy tan capaz de entender al que me habla que se me pierde la línea de lo que viene de mí, porque su discurso me arrastra. He leído que esa es una característica muy femenina, y he leído también que no está en el cromosoma, sino que viene impuesta por los roles que la sociedad en la que he nacido impone al género. Algunas veces, me da por ahí y me cago en los roles de género. Como estoy desentrenada (aunque me dice mi padre que con tres años ya le pegué con la escoba de juguete en la cabeza hasta que terminó por romperla cabreado) me sale la ruptura del género a veces con poca delicadeza. Como si pudiera uno, con delicadeza, desencadenarse y desamordazarse, como si una pudiera liberarse con delicadeza de sus miserias, como si se pudiera no ser delicada con delicadeza. Porque es esa delicadeza otra jaula que se nos impone. Porque es ser delicadas y joviales, y fuertes en el silencio, lo que se nos pide. Junto con la exclusión del terreno laboral tras la maternidad (si no antes) porque es negar nuestra biología o ser un miembro productivo en el terreno laboral. Como si la humanidad se reprodujese por esporas o no fuera la familia cosa de dos, de tres, de muchos, y solo de aquella que tuvo a la criatura en su vientre. Como si después de especializarse más de diez años en una disciplina apasionante y complicada, traer una hija al mundo te dejara solo para hornear galletitas. Como si eso no fuera un motivo para cabrearse, o para querer cambiar las cosas. Algo innecesario de contar, porque al fin una ya sabía las reglas del juego. Así que de qué te quejas y tal. Si a ti no te contratan es porque eres madre y ya se sabe, que no vas a poder dar lo que daría cualquier tío. Sobre todo porque al tío alguien le lava los calzoncillos y le plancha las camisas y le hace el café para que llegue limpio y desayunado a esa reunión tan importante. Y tú… bueno tú, para empezar, igual no tienes ni idea.
*Iris Sancho Sanz es doctora en química. Investigadora de la reactividad de las palabras. Enamorada del olor a ozono tras la lluvia y de la transición prohibida del azul del mar.