Trabajo social, redes sociales y feminismos
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Rut Abad Mijarra
Hoy hablaré de un tema que sigue levantando ampollas, muchas compañeras y compañeros me entenderán al instante. Hablar de feminismo o de los feminismos en las redes sociales, al igual que fuera de ellas, sigue siendo un hándicap.
Pondré un ejemplo que sucedió estos días en un grupo de Facebook, la Plataforma de Defensa del Trabajo Social en España, un grupo conformado principalmente por profesionales de la intervención social, trabajadores/as, educadores/as e integradores/as sociales, entre otros/as, en el que hablar de feminismos provoca airados debates.
El sector de la intervención social fue uno de los más dañados a raíz de la crisis de 2008, las políticas públicas neoliberales del aún vigente gobierno del Partido Popular en nuestro país tuvieron un impacto en la vida cotidiana de los/as usuarios/as de los programas y proyectos sociales. La externalización y la privatización de los servicios fueron las píldoras.
Uno de los casos más sangrantes se dio en la red de apoyo a personas drogodependientes en Madrid. En julio de 2015, Cristina Cifuentes, anunciaba el cierre de la Agencia Antidroga como organismo autónomo para “ahorrar costes”. Y es que, los yonkis no importan.
La extinta Asamblea de Intervención Social en lucha puso fin a su trabajo como colectivo y sus integrantes continúan activos/a en otros espacios; dicha asamblea junto con otros grupos que conformaban la Marea Naranja a nivel nacional, reivindicaron la necesidad de crear un convenio propio en el sector que mejorara las condiciones laborales para sus profesionales y que estableciera unos servicios sociales públicos de calidad.
Antes que nada, rompamos ese imaginario social en el que solo los yonkis, los discapacitados, los locos, los viejos, etc son los usuarios de los servicios sociales. Cualquier ciudadano/a puede ser usuario/a de los servicios sociales. Superemos también de una vez estas conceptualizaciones hegemónicas sobre la marginación y la exclusión sociales que estigmatizan a las personas a las que se adscribe a estos colectivos. Recuperemos nuevos términos propuestos por los propios colectivos, por los movimientos sociales, términos como diversidad funcional, por ejemplo.
La tríada de los servicios públicos y de calidad no puede entenderse sin la educación, la sanidad y los servicios sociales, asimismo mareas verde, blanca y naranja. El color naranja es el color de las gentes que exigen unos servicios sociales dignos, no el color de su partido, señor Rivera.
Como profesional de la intervención social cabría esperarse un acercamiento a las teorías feministas, a la perspectiva de género, a la igualdad entre hombres y mujeres. Sin embargo, el sistema patriarcal y sus violencias (estructural, simbólica, física, verbal, sexual, etc.) se imbrica en las instituciones y en sus profesionales, y por ende, en los/as profesionales de este sector.
La relación entre el trabajo social y el feminismo es contingente, no pueden existir desligados.
No solo en la atención a mujeres y niñas víctimas de las violencias machistas, no solo en los recursos que las atienden.
El trabajo social se pone en marcha motivado por la justicia social, no por la caridad. El asistencialismo, la cobertura de las necesidades básicas de las personas, no debe de ser el único objetivo del trabajo social.
Las redes sociales, espacios en los que compartir información de forma fugaz, no son espacios ajenos al machismo. Las mujeres que exponen sus ideas son violentadas, tildándoles de feminazis y hembristas, palabras que, por otro lado, son inventos del “ingenio” o de la estupidez machista. Las mujeres son cosificadas, no importa compartir una imagen en la que veamos los pechos a una mujer siempre y cuando no den de mamar a sus bebés. No importa mostrar desnudos de mujeres en publicidad pues el cuerpo de la mujer es el producto mercantilizado.
El trabajo social ha sido una profesión de mujeres y cuantitativamente esta sentencia sigue vigente. Las mujeres han desarrollado tradicionalmente tareas de cuidados, siendo las encargadas de cuidar a personas dependientes, enfermas, a todos los miembros de la familia. Una labor no legitimada pero sí legítima. No es raro que multitud de mujeres se dediquen profesionalmente al cuidado y a la educación (auxiliares de ayuda a domicilio, cuidadoras, trabajadoras sociales, doctoras, enfermeras, psicólogas, maestras) Aún así, los feminismos siguen luchando por hacerse un hueco, de manera transversal, en los proyectos sociales. Estrategia equivocada, la necesidad de establecer el feminismo en el trabajo social debe de ser nuclear.
En el grupo de la red social Facebook de la Plataforma de Defensa del Trabajo Social se publican multitud de noticias relativas a la profesionalización, a la formación y otros sucesos de interés y actualidad. Pues bien, el feminismo interesa. Es un debate actual y no sólo se pone en cuestión al feminismo mismo sino a las feministas mismas.
Existen trabajadores/as sociales que no ven la necesidad de incorporar a su cosmovisión el feminismo. Y defienden con ahínco lo que les parece que son verdades absolutas en un ejercicio de menosprecio a otros/as profesionales que, tras un ejercicio de deconstrucción y aprendizaje, reconocen las violencias hacia las mujeres.
El trabajador social machista
El trabajador social machista se siente con derecho, siente la necesidad de expresar su opinión sobre el feminismo siempre que le venga en gana, está asentado en sus privilegios de género. Su opinión debe ser escuchada pues es un hombre.
El feminismo le descoloca, no puede entender qué es el feminismo o qué son los feminismos porque jamás ha abierto un libro de teorías feministas o ha escuchado activamente a mujeres y hombres feministas cuando han intentado dialogar con él.
El trabajador social machista desconoce la historia, no solo la lucha de las mujeres sino la historia misma del trabajo social.
El trabajador social machista habla de igualdad como una cantinela, de modo que el término acaba perdiendo su significado.
El trabajador social machista es políticamente correcto, prioriza las formas antes que los contenidos.
Pues bien, las feministas han resignificado los términos despectivos que se han vertido contra ellas (puta, golfa, machorra, bollera, etc.) se han reapropiado y los han hecho suyos. Las feministas no ven la necesidad de ser políticamente correctas, ya se cansaron.
Las feministas no son minoría, “querido” trabajador social machista, las mujeres somos más de la mitad de la población mundial y feministas ya somos muchas.
Hace algunos años, para hablar de racismo se utilizaba el enfoque Benetton, recuerden esas campañas publicitarias. El discurso antirracista de la época hablaba de la igualdad sin considerar a la parte oprimida. Era políticamente incorrecto decir “negro” y era correcto decir “gente de color”.
Este mismo enfoque, esta mirada a la diversidad sexual, cultural, religiosa y espiritual, social, en definitiva, la seguimos encontrando en las políticas neoliberales de los partidos conservadores que nos gobiernan. Se folcloriza al otro, a la otra (se le conceptualiza como otro/a, anormal, fuera de la norma), no se tiene en cuenta su agencia, su capacidad para ser un agente activo en su propio desarrollo. Un imaginario similar lo encontramos en los proyectos de intervención social destinados a las mujeres que sufren violencias machistas, en esa campañas publicitarias pagadas con dinero público cada 8 de marzo, cada 25 de noviembre; en esos anuncios grotescos que culpabilizan a la víctima y en esas sentencias judiciales que culpabilizan a la víctima porque vestía de forma “provocativa”.
La realidad es diversa, esa es su mayor riqueza. El trabajo social destinado a la atención de las personas debe contemplar esta mirada sobre la realidad.
Como trabajador/a social, facilitador/a de aprendizajes, guía, agente de cambio y transformación social, los feminismos son una asignatura obligatoria en tu quehacer diario.