Las panzas subversas
Magdalena Piñeyro por fin nos ha deleitado con lo que muchas veníamos rogando que pasara: ha escrito un maravilloso libro que ordena y estructura el discurso del movimiento gordo en español.
No hace mucho reseñé a mi forma el fabuloso ‘La Cerda Punk’ de Constanza A. Castillo y esto será otro intento de contaros lo que he aprendido en estas 105 páginas de la susodicha obra que nos atañe. Venimos (aunque deberían decir “vienen”, porque yo no había nacido) denunciando desde los años 70 que este intento de reprimir la existencia de los cuerpos gordos con la excusa de la medicalización de nuestras carnes, se llama GORDOFOBIA y poco o nada tiene que ver con una preocupación real por nuestra salud a cualquier nivel. Utilizar prácticas discriminatorias y hasta vejatorias en el nombre del sacrosanto índice de masa corporal, es algo que no podemos soportar ni un maldito segundo más. Gracias a los importantes esfuerzos de la página de Orgullo Gordo y a la mismísima Wikipedia, es ya fácil descubrir que esa triquiñuela de hacernos pensar que por dividir nuestra altura entre nuestro peso al cuadrado, contaremos con una bola de cristal que nos contará todos los males y no males de nuestro futuro es un insulto a nuestra inteligencia, y quien a día de hoy siga exigiendo “por su bien” los últimos análisis de sangre a quien use una talla superior a la 44, no se está enterando de nada.
No sé los gordos, pero las gordas estamos hasta la papada de aguantar burlas, consejos, recomendaciones, críticas pseudoconstructivas y demás comentarios sobre nuestros cuerpos sin que hayamos hecho siquiera ademán de fingir interesarnos por lo que quien tenemos delante piense de nuestras lorzas. Persona que según me ves comiendo un bocadillo profieres “eso no te conviene”: ¿a qué juegas? Persona que cuando pido un colacao de soja me pones sacarina en vez de azúcar: ¿tú de qué vas? Persona que cuando en la caja del supermercado me estás cobrando me atizas con un “sabes que esto engorda, ¿no?”: ¿quién te crees que eres? Sé que son comentarios aislados presuntamente inofensivos para quien los hace. A menudo en tono de broma, incluso, con el único objetivo de entablar una animada conversación, porque te he parecido maja. Pero, querida persona entrometida, cuando el tuyo es el cuarto comentario de mierda que recibo en un día, me dan ganas de subirme a una silla, rasgarme el vestido y tirándome del pelo gritarle al cielo que tenéis una suerte que no os merecéis, porque este cuerpo gordo mío y su socialización hayan contribuido a que mi personalidad sea excesivamente agradable para la mierda de trato que me dais. ¡¡Como un día se me hinchen las pantorrillas no respondo de mis actos!! ¡Y luego os sorprende que de Pascuas a Ramos nos pongamos capuchas negras y portando antorchas gritemos por las noches! Dadnos un respiro. Hostia. Estamos hartas: ¡¡HARTAS!! Y no vamos a ser eternamente agradables. Aviso. Por diosa y por todas las santas os ruego que dejéis de hablar de dietas en mi presencia como si me interesara lo que decís. Por favor dejad de mirarme con pena y dar por sentado que siento un complejo horroroso por no cumplir con el mandato de los cánones de belleza y necesito vuestra aprobación para vestirme o actuar como me salga de la axila. Puede que sea una acomplejada los martes y jueves, puede que tema llevar ese pantalón con goma en la panza que me marca la celulitis de las piernas… Pero si no soy yo quien te lo dice, respeta que estoy en un proceso interno en el que quizás prefiera trabajarme mis inseguridades en vez de llorarte por las esquinas. Que con esto, no quiero infravalorar a nadie, y subrayo que tengo todo el respeto del mundo ¡¡y más!! por quienes a ratos lloramos en una esquina para canalizar toda esa rabia que provoca no entender por qué han decidido hacerte la vida imposible por tener un aspecto físico determinado. A las que somos lloronas: respect, sisters.
Dicho esto, vamos allá. Magdalena Piñeyro, que entre risas dice sobre sí misma: “Soy mujer, soy sudaka, no tengo un chavo” (ved este reportaje si queréis escucharla ) es una joven que rondará la treintena (no sabría decir un número fijo), nacida en Uruguay, hoy por hoy vive en las Islas Canarias y se ha hecho una gira de agárrate y no te menees por el estado español, dando charlas sobre Gordofobia desde un punto de vista feminista, anticapitalista y antispecista. En estos momentos, si no me equivoco, después de un pequeño parón por motivos de salud, sigue promocionando su libro por diferentes lares de la geografía del reino de España. Fue co-creadora del movimiento gordo que, de la manera más espontánea, se gestó al calor del 15M, y podemos afirmar y afirmamos, que a día de hoy quien no conozca Stop Gordofobia es que vive debajo de una piedra. La obra, escrita en primera persona pero con lenguaje ensayístico, está estructurada en cinco capítulos: empieza con agradecimientos, aclaraciones previas, prólogo, introducción y termina con poemas inéditos suyos propios y un epílogo personal muy inspirador que lleva como título: “No cambies tu cuerpo, cambia el mundo”. Posible futuro tatuaje. Ahí lo dejo. Ahora, como esto pretende ser una reseña seria, vayamos resumiendo “de aquella manera” lo más reseñable para esas personas que no han leído la potorruda obra:
La revuelta antigordofóbica en la red: ¡se armó la gorda! nos presenta colectivos y autoras que trabajan en el movimiento por la aceptación de los cuerpos: Gorda!zine, Orgullo Gordo, Cuerpos empoderados, Constanza Alvarez (Missógina) y la mencionada Stop Gordofobia. Sobre esta última, se detallan las metas que el grupo persigue y las herramientas que para ello utiliza. El poema Indisimulada que cierra el capítulo, me parece redoooondo y fabuloso. Desde su primer verso, “No puedo disimular este cuerpo, no tengo donde esconderlo”, te pone la piel de gallina y te dan ganas de llevarlo guardado en el bolsillo, para sacarlo cada vez que sientes que debes pedir permiso para contonear tus carnes por según qué lugares. El otro día mismamente, como buena gorda prototípica, después de pasarme unas horas bailoteando, me vi en el espejo de un bar notablemente gorda, sudada y roja… y me debatí entre dejar de bailar, adecentarme el maquillaje y mantener la compostura o seguir dándolo todo. Pensé: “No puedo disimular este cuerpo”. ¡¡Es que no puedo, joder!! ¡Así que a bailar se ha dicho!
Los lugares comunes de la gordofobia nos reta a darle un poquito a la cabeza y responder a las siguientes preguntas así de sopetón: “¿Cuántas novelas son protagonizadas por gordas? ¿Cuántos cuentos o canciones? ¿Cuántas películas? ¿Cuántos programas de televisión están conducidos por personas gordas? ¿Cuántas periodistas gordas dan las noticias o trabajan como reporteras en los noticieros? ¿Cuántas escritoras gordas podríamos nombrar ahora mismo?” Y si no se nos queda cara de susto al darnos cuenta que la respuesta es CERO, sigue recordándonos que la discriminación laboral, la discriminación sanitaria, el bullying escolar/acoso callejero o la humillación pública y el rechazo afectivo-sexual no son situaciones aisladas que nos sucedan a gordas sueltas, sino un cúmulo de mecanismos de actuación eficientemente estructurado, que limita nuestra capacidad de movimiento y nos convence desde la más tierna infancia que no tenemos escapatoria: o sucumbimos a perder volumen, o nuestras palabras se quedarán sin él. Qué hartitas estamos ya de comer tanta mierda…
La gordofobia como sistema de opresión: la gordofobia existe, no estamos locas, define y limita al monstruo contra el que estamos luchando noche y día. “Llamamos gordofobia a la discriminación a la que nos vemos sometidas las personas gordas por el hecho de serlo. Hablamos de humillación, invisibilización, maltrato, inferiorización, ridiculización, patologización, marginación, exclusión y hasta ejercicio de violencia física”. ¿Nos queda clarinete? Pues lo dicho: ¡a por ello! El tripartito gordofóbico, fundamentado en la culpabilidad, se va a quedar de pasta de boniato cuando lo hagamos picadillo. Y aunque me dan tentaciones de dar más detalles sobre este clarividente capítulo, no lo voy a hacer, porque si no os destripo el libro y entiendo que debéis tener la posibilidad de leerlo y disfrutarlo como yo hice. Sólo voy a dejar caer, así como quien no quiere la cosa que “la delgadez no es sinónimo de salud”. Y con esto mando un abrazo a las delgadas, y repito hasta la saciedad que esto no es una guerra entre nosotras, que no hay cuerpo feo, y que si nos despreciamos mutuamente, con el jueguecito dicotómico gordas O flacas, no avanzamos. El eslogan “todos los cuerpos, todas las bellezas” nos mete en el mismo saco, y aunque el libro habla exclusivamente de gordura como opresión, nadie, insisto NADIE niega que las no gordas no sufran un machaque constante por X motivo. El heteropatriarcado capitalista se asegura muy mucho de que acomplejadas estemos todas: quien no es gorda, es huesuda, tiene bigote, joroba, es calva, tiene las tetas caídas, no tiene una teta u otros clichés relacionados con aspectos físicos no normativos que sólo tienen como objetivo quitarnos el sueño, estresarnos y mantenernos consumiendo sus productos. Esos que nos meten por vena, una vez haberse asegurado que tenemos miedo a no ser queridas, a salir a la calle, a relacionarnos con el resto, por ser como somos. En una entrevista en Irola Irratia en la que participaba con Gara, una miembra del grupo de gordas Ramonak, recuerdo que ante una pregunta de la entrevistadora, Magda dijo algo así como “nos animan a arreglarnos, porque ya sabes, venimos rotas de fábrica y nos toca dejar de estarlo” (he citado libremente, porque no lo recuerdo con precisión). Y así es. Personas con cuerpos diversos: en la lucha somos muchas. Aliémonos.
El capítulo de Gordofobia y feminismo no tiene desperdicio, pero quiero hacer un subrayado en amarillo fosforito de Las gordibuenas y el ritual de la salvación. “Si existe la gordibuena, existe automáticamente la gordimala” es posiblemente la frase más clarividente a la hora de empezar a analizar el debate. ¿Por qué nos cuesta entender que el sistema sólo permite entrar en la categoría gordibuenas a aquellas que pasan por el aro y cumplen con los mandatos exigidos, saliéndose sólo unos milímetros de la norma? ¿A quién quieren engañar, vendiéndonos moda plus size, haciendo que si nos gastamos los euros, se nos permita sentirnos integradas en un sistema que fabrica mi derecho a mejorar mi autoestima a costa de la situación de semiesclavitud de otras mujeres, que confeccionan mis modelitos en condiciones laborales nefastas en países emprobrecidos? No. No en nuestro nombre. No me diferencies del resto de las gordas porque tú, maldito hombre blanco heterosexual adinerado magnate de la industria de la moda, pienses que te parezco menos indeseable que otras por contar con poder adquisitivo. No, no me diferencies de las demás mujeres que, gordas o no gordas, del hemisferio norte o sur, cada cual con sus identidades, son mis hermanas. Y aquí, de nuevo, hago uso de un verbo recién descubierto, que aparece en una foto que tiene precisamente Magda en su perfil de Facebook: SORORECER. O sea, ¡¡florezcamos en sororidad!! ¿A alguna se le ocurre una idea mejor?
La autora insiste hasta la saciedad en que esta es una creación colectiva, así que sólo me queda dar las gracias a STOP GORDOFOBIA. Agradezco a este colectivo, en primer lugar, EXISTIR. ¡¡Qué bien hacéis!! Ver imágenes de cuerpos parecidos al de una es un relajo tremebundo. Tanto, que habéis inspirado que se cree Lodifobiarik ez en Facebook, una página que intenta enviar mensajes positivos sobre la diversidad corporal y más concretamente desde la gordura. ¡Gracias por dejarnos publicar fotos, contar historias y vivir sabiendo que no somos bichos raros! Y en segundo lugar, mil gracias por haber creado este genial y sorprendentemente fácil de seguir escrito. Cuando las cosas se tienen claras, se explican de manera simple pero eficaz: para muestra un botón. Estoy segura que abrirá las mentes y las puertas del armario de muchas gordas encerradas en ese miedo paralizador que obstaculiza vivir como merecemos. Será terminar de leer las 105 páginas y zambullirse de lleno en el activismo gordo. Estoy convencida. No hay lugar a dudas.
Leed por el amor de diosa esta breve pero potente obra de arte y no dudéis en regalaros un rato de felicidad y oxigenación cerebral. Podéis encontrarla online aquí.
Por cierto, añado, como siempre sin relación alguna, que el otro día descubrí el concepto ‘Radical softness’, o en español, usar “la ternura radical como arma”. ¿Os suena? Parece que consiste, según Lora Mathis, en compartir tus emociones públicamente sin pedir perdón, para combatir la idea de que hablar de tus sentimientos sea algo malo. ¿¿Nos suena?? Como vengo haciendo últimamente, os dejo el recordatorio de que no creo que queden muchos más temas que quiera tratar en ‘Salida de socorro’ como María Unanue, pero sí quiero aclarar que mi único objetivo con estas líneas que he escrito estos tres años, al margen de desahogarme, que al final no lo hago tanto, es ir de salvadora máxima condescendiente discreta moderada, y asegurarme de que si hay más tías frikis, gordas, bolleras, inseguras, raras, demasiado dulces, con relación rara con la afectividad/el sexo/la comida, con dificultades para relacionarse, que no les guste hablar por teléfono, que tiendan a monopolizar conversaciones con monotemas, que adoren cantar y bailar aunque no lo hagan bien, que no tengan dinero para terapia, y estén hasta las tetas de esconderse porque creen que dan vergüenza ajena, sepan que no están solas y no son las únicas. A mí, ser yo misma, llámame boba, pero me empodera. Me vais a perdonar. Aunque haya quien piense que hago el ridículo. Desde el artículo uno hasta este, llevo pidiendo perdón prácticamente cada mes, por si molesto. Y no me parece mal ser consciente de lo que pasa a tu alrededor y no querer hacer daño. Pero sin dejarte a ti de lado. A ti no te dejes de lado, joder, porque de ti sólo te ocupas tú. ¿¡Me oyes!? DE TI SÓLO TE OCUPAS TÚ. Frikis del mundo, os animo a que como acto de ternura radical, hableís de vuestra vida sin tapujos si eso es lo que os sale del coño. Y cuando sintáis que querías llegar a más gente, enviadlo a la sección PARTICIPA de Pikara y contad lo que queráis contar. Está para eso. Seguro que hay alguien que se alegra de leeros. Estoy convencida. Si no lo hacéis por vosotras, hacedlo por ella. O por mí. Y ahora me voy a llorar. De alegría. Que estoy menstrual perdida. Me dedicaré a releer los poemas de Magda ¡UN ABRAZO GORDO PARA TODAS!
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