Que levante la mano

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11/06/2016

Carmen Aneas

Que levante la mano la que se haya sentido incómoda andando por la calle ante la mirada “atenta” de algún viandante, o ante las “alabanzas” y “apreciaciones varias”, con mejor o peor gusto, acerca de sus atributos físicos. Que levante la mano la que haya tenido miedo andando sola por algunos sitios o a algunas horas cuando se cruzaba en su camino un grupo de hombres. Que levante la mano la que estando con un jefe, un profesor… haya sentido que las cosas cambiarían (un aprobado, una mejora…) si su actitud fuera distinta; también que la levante la que haya sido objeto de una exploración, más o menos minuciosa, mientras estaba tranquilamente en el autobús u otro transporte público. O la que se haya sentido manoseada de manera figurativa por compañeros de trabajo o de clase mientras hablaban con ella. Que levante la mano la que se haya visto sometida alguna vez al juicio público de los presentes, en ese instante, por su aspecto físico (tamaño, belleza, aspecto…). Que levante la mano la que esté HARTA YA.

Retrato de la autora hecho por su hija, Zita

Retrato de la autora hecho por su hija, Zita

Que levanten el puño las que salen a la calle a gritar contra los feminicidios, las que se rebelan contra la desigualdad salarial, las que se indignan con la mercantilización del cuerpo de la mujer, las que quieren que sean las mujeres las que decidan en su cuerpo, las que se enfadan al leer los índices de pobreza (siempre con cara de mujer), las que claman contra las incursiones en política desde los púlpitos de los hombres vestidos con hábito, las que lloran de rabia cuando leen las barbaridades que se nos hacen en algunos sitios del mundo por el mero hecho de ser mujeres (bien en el nombre de Alá, de cualquier otro dios, del dios de la guerra o dios del dinero), las que luchan por que nuestras hijas no tengan miedo NUNCA…

Y a pesar de todo esto, encima, no debo estar cansada de andar todo el día explicándome, justificando mis actos; dándole peso a mis acciones, a mis gestos feministas. De hecho ni siquiera debo definirme abiertamente como feminista. Porque me quejo de puro vicio, las cosas ha cambiado…. ¿¿¿Qué quieres ahora??? Hablar de feminismo ya no procede. ¿Procedió alguna vez?

No procede hacerlo para quienes dicen que la sociedad ha cambiado, que las mujeres y los hombres son iguales, que ya tenemos las mismas oportunidades, que si me quiero quejar, que me fije en otros países y mire lo afortunada que soy y que mi marido me ayuda con los niños y en las cosas de la casa. Cada vez más a menudo escucho argumentos tales como que es mejor hablar de igualitarismo, que el feminismo busca la supremacía de la mujer, que también hay mujeres que maltratan a sus parejas, que la discriminación positiva es una discriminación masculina también, que lo del techo de cristal no es real ya.

Ahora lo que nos venden es el paternalismo (también conocido como condescendencia), hacernos sentir “seguras” en nuestro entorno gracias a la seguridad que nos proporciona el hombre, en la figura del padre, del esposo, del jefe. Paternalismo que vivimos a todos los niveles: trabajo, deporte, pareja, familia… (¿Te molesta que te ceda el paso? Pues a mí me gusta. Te jodes, le faltó decir a mi compañero de trabajo el otro día, desde luego la cara la puso). Patriarcado con una cara más amable, más sentimental, pero control patriarcal a fin de cuentas.

Todo esto no me sorprende, sólo pienso que aún queda mucho trabajo por hacer y que hay muchos compañeros, y también compañeras, que sumar a la causa. Lo que me cabrea es que mis compañeros de viaje, los más próximos a los afectos ideológicos, digan que el feminismo dispersa, distrae del verdadero objetivo a conseguir, del más importante, de la lucha de la clase obrera.

Que quienes son mis compañeros en las manifestaciones y en la lucha, hagan estas afirmaciones no me sorprende tampoco, ya estoy acostumbrada desde hace siglos, pero sí me produce decepción. Decepción porque las mujeres nos hemos sumado a todas las protestas, a todas las movilizaciones, igual que ellos. En todos los conflictos, protestas, movilizaciones, he visto y veo mujeres: por la libertad sexual, antibelicistas, contra los recortes, en pro de los refugiados. Sin embargo, veo pocos hombres en las causas propiamente “de mujeres” (como dirían algunos), pocos conozco que se definan como feministas y menos aún que actúen como tales.

Esto supone una barrera más a batir, total una más, ya hemos ido derribando una tras otra y seguiremos. Pero la que no comparto de ninguna de las maneras es esta postura en boca de mujeres.

La lucha de clases, es la historia de la opresión del que tiene sobre el que no, del que maneja los medios de producción sobre el que ha de producir para poder vivir, del que tiene el poder y el que está a su merced. ¿Y esa no es también la lucha de las mujeres? ¿Y no es ésta incluso anterior a la lucha de clases? Porque si miramos la vida de las pocas culturas antiguas que quedan en el mundo, donde el capitalismo aún no se ha hecho presente, en la gran mayoría, prima la figura del patriarca, la figura de la mujer tiene roles muy concretos y el reparto de tareas está claramente definido. Y ahí están las religiones para demostrar con razón de fe y todo, la figura de la mujer y su papel (insignificante) en todas ellas.

Me parece simplemente una excusa más para dejarnos a nosotras y a nuestras reivindicaciones a un lado y como siempre, con la excusa de un fin mayor. Este es nuestro momento, es el momento de TODAS. No podemos permitir que nadie nos corte las alas. Hemos de seguir adelante, siempre hacia adelante, es mucho todavía lo que se nos niega. No hay otra fórmula posible: feminismo o barbarie.

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