Todas las pollas del mundo
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S.M.Hache
Antes no decía palabras soeces, malsonantes o tacos. Mi lenguaje empezó a cambiar a raíz de un cabreo. Uno de esos épicos, de los que recuerdas el resto de tu vida y solo el hecho de mencionarlo hace que vuelva a aflorar tu rabia interior. Uno que me hizo ver que no encontraba en mi vocabulario palabras que expresaran con acierto cómo me sentía. Olvidé que estaban ahí, al alcance de cualquiera. Supongo que tuve mucha ayuda desde pequeña, una mirada de mi madre cuando se te escapaba un “joder” delante de ella, hacía que se congelara el agua del váter en un instante. A las niñas nos enseñaban así y yo aprendí muy bien la lección.
Pero si algo bueno tuvo aquel cabreo, fue la liberación que sentí al echarlo todo fuera. Ya no me sentía tan frustrada, entonces entendí. No es lo mismo decir “me cago en la hostia” que “estoy muy afligida”. “Gilipollas”, está a años luz de “eres una mala persona”.
Por eso, cuando hace poco, en una conversación en grupo, informal, un conocido de esos que lo son por casualidad, me dijo sobre el bebé que esperaba con su pareja, que prefería que fuera un niño porque, si era una niña, palabras textuales: “tendría que preocuparse de todas las pollas del mundo”, se agolparon de repente en mi garganta cada una de las palabras mal sonantes que he aprendido desde que las descubrí. La mayoría salieron fuera claro, casi sin ordenar, a un volumen que no tenía nada que envidiar a la radio de cualquier adolescente.
Tanto fue así, que no me di cuenta del silencio sorprendido que reinaba al otro lado de mi propio cuerpo hasta pasados unos minutos. Por mi parte, perpleja, no entendía por qué el resto de mujeres presentes no estaban gritando tanto o más que yo. Para mi absoluta indignación, muchas de ellas me dijeron que el susodicho estaba en lo cierto. “Yo lo entiendo” me decían, “tiene su lógica”, “es una broma”, “no hay motivos para que te pongas así”, o, mi favorita, “no puedes enfadarte cada vez que escuches un chiste machista”.
Por partes:
– ¿Esto realmente era una chiste?, tanto echarnos las manos a la cabeza cuando escuchamos que en China lo mismo exportan niñas que copias de IPhone, pero aquí podemos hacer, escuchar y peor, estamos obligados a reírnos de estos “chistes”.
– ¿Por qué no puedo enfadarme?, cuando me ofenden me enfado, no por ser mujer, por ser persona. Y como todas las personas, tengo derecho a enfadarme cuando quiero, como quiero y con quien quiero.
– Que no quiera una niña, ¿habla de las mujeres o del propio padre?, ¿qué educación piensa darle este señor a su progenie? ¿Que todas las niñas van con las piernas abiertas esperando a que se les ponga una polla por delante? ¿O que todos los niños pueden meter la polla donde quieran y cuando quieran porque no van a volver con un bombo a casa?
– El shock final, ¿por qué las mujeres presentes, todas mucho más jóvenes que yo, le dieron la razón? ¿Es que están sedadas con una droga cuya dosis diaria recomendada es aguantar vejaciones, falta de respeto y el autoconvencimiento de que no valen nada?
Yo no soy feminista, aunque todo aquel que me conoce dirá que lo soy, están equivocados. Solo me defiendo de cuchillos afilados y dardos envenenados. No puedo encargarme de todas, pero hago todo lo posible porque mi parcela de la vida esté limpia de gilipolleces machistas, suelo sacar la basura a diario.