No tengo que demostrarle nada a nadie

No tengo que demostrarle nada a nadie

Nota: Este artículo se enmarca en la sección de libre publicación de Pikara, cuyo objetivo, como su nombre indica, es promover la participación de las lectoras y lectores. El colectivo editor de Pikara Magazine no se hace responsable ni del contenido ni de la forma de los artículos publicados en esta sección, que no son editados. Puedes mandar el tuyo a participa@pikaramagazine.com. Rogamos claridad, concisión y buena ortografía.

16/07/2016

Aritz Ugarte (Griott), rapper y activista

Content warning: Sexo, malos tratos, violación, slut shaming, disforia, bifobia, transfobia.

 

Es increíble cómo el mensaje lesbofeminista me caló. Yo, que siempre fui un espíritu libre, que fluía entre géneros, entre diversos tipos de sexualidad y afectividad, que no necesitaba demostrarle nada a nadie. Así fui en mi adolescencia, roto, pero libre, con disforia corporal, pero apañándomelas porque crecí en un entorno que jamás me ocasionó disforia social. Con una discapacidad neuronal y además un trastorno post-traumático debido a unos abusos sexuales, roto, pero libre.

Me atrevía a experimentar, a sacar todo el genderflow que llevo dentro. Me gustaba disfrazarme de Michael Jackson y follar así con otros tíos. Me gustaba ir de gothic lolita y follar así con tías. En mi faceta estándar, la de cani, era ese loco feminazi bisexual del barrio de Lavapiés al que todo el mundo respetaba.

Pero bueno, un día me lié con un tipo que era muy cishetero, muy machirulo y monógamo él. Me hundió, me evangelizó. Convirtiendo mi violación de la pre-adolescencia en la señal de que estaría mancillado y en la mierda para siempre. Llamándome guarra por haberme liado con tíos. Llamándome escoria por haberme liado con más tías que él. Comparándome la bisexualidad con el nazismo y diciendo que prefería liarse con una de Democracia Nacional antes que con una bisexual. Recriminándome que yo quisiera tener polla y cortarme las tetas. Recriminándome el tener rasgos faciales andróginos. Martirizándome por el número de pollas que me había comido. Me hundió psicológicamente, me creí toda esa mierda. Entre eso y mi disforia corporal no quería ni que me tocaran porque me sentía culpable por cualquier cosa sexual que hiciera.

Un día, un buen amigo me dijo que yo era genderqueer, tiré del hilo y llegué al feminismo queer. Entonces yo vivía en Marsella por cuestiones laborales, ahí yo sudaba de los ambientes feministas y encima la peña estaba a tope con lo del proyecto de ley del aborto, así que tiraba de los recursos de la gente del estado español. O sea, según mi cabeza entendió, feminismo queer y lesbofeminismo eran casi lo mismo porque en ambas corrientes se metían todas las bolleras que no querían pagar la birra a 2,70€ en Chueca, y todas esas bolleras estaban emigrando a Lavapiés, mi barrio. También entendí que las lesbofeministas no se ponían glitters ni se pintaban bigotes mientras que las bolleras queer transfeministas sí. Y como me gustan los bigotes y el glitter dije que, a lo mejor, ese era mi rollo, el feminismo queer/transfeminista. Me extrañó ver que ahí no había lo que decía mi colega, esto es, poca notoriedad de gente trans y queer, de pan/bis,  en algún momento incluso me pareció la onda como que se estaban reapropiando de un queer que no les pertenecía por tener un privilegio monosexual y cisgénero, pero bueno. Yo que soy un poco corto a veces, llegué a la conclusión fatídica de que a lo mejor ser bollera y queer eran lo mismo así que dije, bueno, soy bollera. Me emocionó tanto el ambiente que dejé Marsella y volví a Madrid y a frecuentar Lavapiés. Pero…

En el rollo feminista, también me han hundido y evangelizado. Mi agresión también se estaba convirtiendo en la señal de que yo estaría jodido y mancilladx para siempre (bueno, me pasaron el número de una psicoterapeuta solo porque no quería gestionar mi agresión como a ciertas tipas “más experimentadas en agresiones que yo” les venía bien). También me han llamado guarra (bueno, más bien “bollera de hace tres días”) por haberme liado con tíos. También me han llamado escoria (bueno, “sobradx”) por, en alguna ocasión, haberme liado con más tías que ellxs. También me han comparado la bisexualidad con ideologías políticas (bueno, en este caso no el nazismo, pero sí el trotskismo, por eso de la traición y el entrismo). Recriminándome (bueno, exotizándome) mis rasgos faciales andróginos. Recriminándome (bueno, preocupándose de que abandone cierta expresión de género) que yo quiera tener polla y quitarme las tetas. Y, por supuesto me han recriminado el número de pollas que me he comido, y aquí, independientemente de que sean de tías, de tíos o de tíes, lo que supone además una transmisoginia con la que yo no había tenido contacto teórico anteriormente. Me hunde psicológicamente, me creo toda esa mierda. Entre eso y mi disforia corporal no quiero ni que me toquen porque me siento culpable de cualquier contacto físico que tenga.

¿Y cuál ha sido la razón de todo esto? La traición, el ser cómplice del régimen heterosexual, porque lo personal es político y eso, que aunque lo dijeran las feministas marxistas en referencia al trabajo doméstico, pues por qué no utilizar esa frase para apedrear a alguien. Pero claro, a mí no saben si acusarme de traición por ser transmasculino y por tanto “pasar a ser el enemigo”, o si acusarme de traición por (a veces) liarme con tíos o peor… ¡Pasar a ser el enemigo para liarme con otros enemigos, rompiendo la ecuación que fijó Itziar Ziga como un mantra!

El enemigo, yo soy siempre el enemigo. Para quién, para qué, ¿Es normal que un machirulo maltratador y cishetero como mi ex y ciertos transfeminismos compartan el mismo enemigo, político y personal? ¿Alianzas extrañas como cuando en Donetsk se unían fascistas y “antifascistas” para hacer frente al Euromaidan y entonces la gente como yo seríamos una especie de Euromaidan?

Díganme pues, por qué yo, que siempre he sido un espíritu libre, me terminé creyendo a rajatabla un mensaje lesbofeminista (podéis decir lo que queráis pero no veo diferencias entre ambas corrientes, caris) que, al igual que el rancio de mi ex, me echaba en cara mi disforia de género y mi bisexualidad. Cómo llegué a luchar contra gente con un espíritu sexo-genérico tan fluido como el mío. Cómo yo, agnóstico y de espiritualidad libre, me terminé creyendo un dogma que se complementaba con las premisas de un maltratador psicológico hombre, cis y heterosexual… ¿Quién performa el rol de género masculino aquí? ¿No es el autoritarismo la peor de las lacras de la performatividad masculina? Y el slut shaming, y la bifobia, y la posesividad, y el campismo…

Yo que me fui al feminismo para encontrarme, me desencontré el doble. Yo, que cuando leí a la Wittig me lo tomé como un análisis estructural imprescindible, y no como cuatro citas sueltas que iban a usar otras personas para echarme en cara qué hago con mi cuerpo… ¿De verdad hemos llegado a la situación de confundir un análisis estructural con actuar como la Santa Inquisición?

Hace mucho que no me visto como Michael Jackson y follo vestido así con un tío. Tampoco de gothic lolita con las tías. Me he creído la mierda de fuera. Lloro en mi habitación porque me han dicho que he traicionado a un género al que jamás pertenecí ni como simpatizante. Lloro en mi habitación desconsoladamente por no poder enamorarme de un tío sin sentirme culpable con la ansiedad de imaginarme las críticas… Y la sombra de mi ex-novio maltratador acompañando cada uno de sus conversaciones, con trigger warnings constantes.

Pero sigo siendo ese cani loco, feminazi, bisexual, de Lavapiés, al que todo el mundo respeta. Ojalá algún día deje de llorar por estas mierdas, que yo no tengo que demostrarle nada a nadie. Mucho menos en mi barrio.

Download PDF

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

Download PDF

Título

Ir a Arriba