Tampoco pido tanto
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Tenemos la costumbre de saber los cambios de estación por el anuncio de El Corte Inglés: primavera, rebajas, otoño, rebajas. Ha acabado la primavera, llegó la noche de San Juan y este gran comercio ha vuelto a marcar el cambio de estación. ¡Llegaron las rebajas!!!
Cada vez voy menos de rebajas, lo confieso, otra cosa asociada a “lo femenino” que también he dejado atrás.
Confieso que sí he ido de rebajas en otros momentos de mi vida. Ir de rebajas significaba tener ropa. Mis padres no nos compraban mucha ropa: literalmente lo hacían de pascuas a ramos. La ropa de pascuas y la de ramos. En determinados momentos indicaba la tradición que había que estrenar y eso hacía nuestra madre, sin comentarios.
Las rebajas nos dieron la oportunidad a mi hermana y a mí, de comprar la ropa que nos gustaba multiplicada por dos. La compartíamos a pesar de no tener demasiado que ver anatómicamente. Pero supuso una manera de reivindicarnos y empezar a ser libres (o al menos eso creíamos), éramos nosotras las que decidíamos qué comprarnos y cuándo.
Cumplíamos el ritual. El 1 de julio esperábamos a las puertas de otra de las marcas de ropa de este país (curiosamente evitábamos el Corte Inglés, algo hacíamos bien, nos parecía que su ropa era muy conservadora y para nuestros bolsillos seguía siendo cara). Nos distribuíamos, tú a la izquierda y yo a la derecha. Yo volvía literalmente cargada de opciones, mi hermana no encontraba NUNCA nada. Odiaba ese día. A mí me agobiaban los probadores, los espejos que me devolvían una imagen distorsionada de mí, las etiquetas que decían que yo no cabía ni en una “L” o que no había 42 para mí, las colas interminables, la ropa desordenada, compartir probador con mi hermana y comprobar que a ella le quedaban las cosas como a mí me gustaría (habría que preguntarle a ella si alguna vez pensó algo igual).
Cuando empecé a trabajar, iba menos de rebajas, disponía de cierta independencia económica y decidía yo cuándo comprar. Al tener hijos, fueron otros cuerpos más que vestir y pies que calzar. Empezamos a comprar ropa con un año de antelación, las rebajas suponían comprar la ropa de invierno, la más cara, un año antes y a mitad de precio. Hasta que un año descubrí que mis hijos crecían hasta donde la naturaleza quería, no hasta donde nosotros tuviéramos previsto y dejamos de hacerlo. Desde entonces tenemos un tráfico de ropa que va y viene entre diferentes familias, que estoy segura que no es muy legal ;D
Todos los años he sobrevivido a las diferentes campañas publicitarias, cuando he ido de rebajas he comprado lo que precisaba (creo) y confieso que cada día voy menos. Me siento estafada cuando veo cosas que sé a ciencia cierta que son de otras campañas y además intentan venderme lo de la temporada siguiente. Tirantillas y shorts para el invierno…
En muchas cosas me he ido del circuito “normal”: no me tiño, no me maquillo, mis uñas son de color uña, voy poco a la peluquería… Todas estas cosas me parecen una pérdida de tiempo, se me ocurren tantas cosas mejores en las que invertir mi tiempo y mi dinero.
La ropa, además, lleva aparejado mucho sufrimiento… El nuestro, porque descubrimos que no se adapta la ropa a nuestro cuerpo, el proceso requerido es justamente al revés, que nosotras nos adaptemos a la ropa. Pero es que, además, hay explotación, sudor, sangre y lágrimas detrás de cada prenda de ropa que compramos. Bangladesh, Pakistán, India… Cómo puede costar 3€ una camiseta hecha al otro lado del mundo. Pues a eso hay que añadir que es la industria que más contamina.
Prefiero buscar tiendas alternativas, dejar mi dinero en un comercio local. Mi objetivo próximo la ropa eco (prohibitiva de precio) y las tiendas de segunda (me da cierto reparo no saber la historia de una camisa que me pongo, tendré que superarlo).
Este año me siento además especialmente indignada con el anuncio de El Corte Inglés (ver), vuelvo al principio. La campaña publicitaria lleva aparejada una canción, que confieso tengo metida en lo más hondo de mi cerebro: “Tampoco pido tanto, solo pido un poquito de todo”
En las imágenes salen chicas, sobre todo, con unos cuerpos delgados, bien proporcionados y, por supuesto, blancos. Se les enfoca el culo que mueven grácilmente y lamen helados ante las miradas babeantes de los chicos que las rodean (hablando de babosos y chicas sexys, el anuncio de Women´s secret… (ver) para echarle de comer aparte y que se permita esto por el Observatorio de la imagen de las mujeres (ver).
Pero lo peor es el mensaje: Tampoco pido tanto… ¿Cómo que pido??? ¿A quién le pido qué??? Solo pido un poquito de TODO. A consumir como si no hubiera un mañana. Porque necesitamos un vestido para cada ocasión, una falda y un biquini para cada día de playa a juego claro está, con un pareo, sombrero y bolso playero, sin olvidar la toalla. Porque es intrínseco a ser mujer el ser derrochadora y no es para tanto, porque tampoco pido tanto.
En mi centro de trabajo, a mis compañeras yo les debo parecer una zarrapastrosa, deben pensar que tengo problemas económicos (le dije a una compañera: qué vestido más mono llevas, me dijo dónde se lo había comprado y además como coletilla me llevé: “es una tienda cara”).
Yo cuido la ropa y la trato con respeto porque sé que hay trabajo detrás de cada puntada y de cada hilo. Y eso de estar a la última me da igual. Honestamente quiero pensar que es porque así lo he decidido yo, y no porque no tengo nada que ver con las niñas delgadas y andróginas que llevan las prendas que me quieren vender. Si todo me quedara bien no sé si seguiría pensando igual, prefiero pensar que es mi criterio… Casi todo mi entorno laboral va a la última, no repiten zapatos, ni vestidos, siempre maquilladas, con la pestaña larga bien puesta… y yo con estos pelos.
Ser mujer es otra cosa. Suelo pensar que debo ser de otro planeta. Y debe de ser verdad, mis amigas (extraterrestres) y yo nos juntamos para comer y beber, hablar, nos llamamos para preguntarnos por la vida, por nuestros hijos e hijas, hablamos de libros, compartimos recetas, emprendemos proyectos… Porque yo sí pido y MUCHO y no quiero un poquito, lo quiero TODO y porque yo lo valgo, como diría otro eslogan publicitario.