Apuntes sobre violencia de género, rock y comunidad
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Alejandra de Santiago
Ciudad de México, 4 de octubre de 2016.
Una mujer en sus veintes denuncia a su expareja por haberla golpeado brutalmente. Fue hospitalizada debido a la gravedad de sus lesiones. Tiene dos hijas pequeñas. Todos los días circulan frente a mí las notas sobre violencia de género. Son la rabia de mis días. Hoy leí la denuncia pública de esta mujer y con horrible frustración también leí las típicas justificaciones que se hacen desde el machismo y la doble moral que tanto daño le han hecho a nuestras comunidades.
El agresor no solo salió libre dinero de por medio, trató de justificar su delito apelando a que ella le fue infiel, es decir, apeló a la terrible y vulgar creencia de que el cuerpo de ella le pertenece. Ella lo acusó de difamarla, y con justa razón menciona que aunque así hubiera sido eso no justifica la violencia.
Como respuesta a la denuncia de esta mujer, una bola de fulanos sin escrúpulos (o simplemente cobardes que hacen gala de su odio escondiendo el cuerpo detrás de la computadora) se atreven a juzgar a la víctima y a responsabilizarla de la paliza que sufrió. Las burdas justificaciones de este acto de violencia se basan en creencias que tienen como base el ideal de una mujer esclava, eternamente tutelada, incapaz de rebelarse, incapaz de tener una postura política, sin voz legítima, sin cuerpo propio, sin voluntad.
El agresor es integrante de una banda de garage del circuito rockero defeño, se llama Sabú Avilés y hace música con Los explosivos. La banda forma parte de esos espacios que se han legitimado a fuerza de acciones colectivas y discursos de hermandad, solidaridad, paz, cultura y rebeldía. Como público, audiencia, integrantes del movimiento emancipador que ha representado el rock para muchos de nosotrxs, es necesario tomar una postura crítica ante el hecho. No podemos permitir que la violencia se apodere de nuestros discursos ni espacios. No confundamos la agresividad del rock con la vileza que generan los discursos violentos, que son los discursos del poder.
Tenemos la violencia tan presente en nuestra existencia que resulta endemoniadamente difícil reconocerla y distinguirla. La falta de empatía y los códigos de la violencia estructural generan explicaciones perversas como: “pinche madre soltera”, “eso se gana por puta”, “no saben ni con quién se meten y ahí andan de ofrecidas” y demás imprecaciones que profieren quienes han asumido la violencia como forma de vida y reciben ingenua o dolosamente sus beneficios: someter, humillar y descalificar a otrxs los colocan en una extraña tarima de superioridad o dominio. Se dispara el machómetro y estos individuos (entre ellos mujeres que han adoptado estas prácticas) ganan estatus social o se reivindican como los chingones de este teatro del horror: los que controlan, los que juzgan, los que hacen que corra la sangre.
¿Por qué las mujeres somos el repositorio del odio?
Es casi una pregunta retórica, cada quien conoce la respuesta y la escucha de propia voz, cuando sale a la luz el pequeño facista que todos llevamos dentro: el machismo introyectado en víctimas y victimarixs.([1])
La violencia contra las mujeres se puede manifestar física, sexual, psicológica y económicamente. Cada una de dichas manifestaciones significa una forma de violencia y se relaciona con las otras, como en un engranaje.([2]) El cuerpo femenino o feminizado materializa un blanco de violencia: nadie ve con extrañeza que sea objeto de burlas, descalificaciones, juicios; en general agresiones de palabra y acto: “las raíces de la violencia contra la mujer yacen en la discriminación persistente contra las mujeres”.([3]) La violencia de género no es un asunto que se arregla en la intimidad, es un asunto político, debe ser público y se debe asumir por la comunidad.
Apenas la semana pasada se enarbolaron discursos de disidencia a partir de la postura que hizo pública Roger Waters, quien por cierto presentó en su show audiovisual un Trump vestido de mujer: a Trump se le puede ridiculizar de muchas maneras, su discurso no resiste análisis, sin embargo Waters eligió/autorizó caracterizarlo como mujer. Ser feminizado es convertirse en el blanco de la humillación. Después de los conciertos de Waters la gente comentaba “el rock es libertad”, “el rock es rebeldía”, “el rock es resistencia”. Me preguntaba qué tanto funciona como catársis y qué tanto como auténtica fuerza social que resiste a las dinámicas de muerte (encabezadas por el Estado).([4]) Hoy me hago la misma pregunta respecto de nuestra micropolítica: ¿qué tanto toleramos la violencia en carne propia y en la de nuestras compañeras? Porque eso también incide en la orientación de nuestra fuerza como sociedad.
Vivimos violencia en casa, en el trabajo, en la escuela, en la calle y en nuestros espacios de esparcimiento, aquellos en los que llegamos a sentirnos más libres y felices. Nuestros actos cotidianos significan y construyen. Pueden hacer la diferencia y construir la resistencia o normalizar la violencia y dinamizar la máquina de muerte. Más allá de las leyes (el feminicidio y la violencia contra las mujeres están tipificados), como comunidad tenemos la responsabilidad hacer visible cada caso de agresión, tratar de entender cómo se manifiesta en ella la violencia y comprender su origen; plantearnos una postura de resistencia y pronunciarnos en esa dirección; aplicar una sanción social a los maltratadores y no únicamente mediante el sistema judicial (que habitualmente es ineficaz y distriminatorio): si la violencia se aprende se puede desaprender.([5]) Que nadie atente contra nuestro cuerpo, honor o dignidad.
Si te siguen pareciendo graciosos y cagaditos los chistes crueles sobre mamás solteras, si reduces tu público femenino a grupies,([6]) si crees que las putas deben recibir un trato distinto que el que reciben tus amigas, abuelas y hermanas, si sigues pidiendo chichis en tus conciertos, si denuncias la violencia de género mientras no se trate de tus cuates, si insistes en que hay “rock de nenas([7]) y rock de hombres”, no eres un disidente, tal vez seas rock, pero engordas la arrogancia y el poder de los que han organizado la desigualdad del mundo por medio de la represión y el prejuicio: eres parte de la violencia estructural y no te creo. Lo tuyo es violencia patriarcal disfrazada de rebeldía y querría romperte la cara, pero como no tiene caso mejor me pongo a escribir.
[1] Es curioso que víctima sea un sustantivo femenino y victimario sea masculino y femenino: un sujeto en femenino puede hacer daño ocasionalmente, pero siempre puede recibirlo. Por otra parte un sujeto en masculino se feminizará al recibir violencia porque es la víctima.
[2] Naciones Unidas, “Violencia contra las mujeres”, 2009, disponible en http://www.un.org/es/events/endviolenceday/pdfs/unite_the_situation_sp.pdf (consulta: 4 de octubre de 2016).
[3] Naciones Unidas, op. Cit.
[4] Véase Sayak Valencia “Capitalismo Gore y necropolítica en México contemporáneo”, disponible en http://www.relacionesinternacionales.info/ojs/article/view/331.html (consulta: 6 de octubre de 2016).
[5] Véase Género INE, “Violencia política contra las mujeres, conceptos de Lucía Melgar”, 2012, disponible en https://youtu.be/fm84bcSDyw8 (consulta: 4 de octubre de 2016).
[6] Grupie se define como una persona que busca intimidad emocional y / o sexual con una persona famosa. En sentido estricto, no es nada malo: la sexualidad es un derecho, no debemos olvidarlo. Sin embargo adquiere sentido peyorativo en la valoración moral que se hace de las personas según el ejercicio de su libertad sexual.
[7] Expresión que asume el sustantivo nena en su ascepción peyorativa.