Tania Fortea

Sin adornos ni broches superficiales, me observo desnuda durante al menos dos minutos todos los días. No para examinar puntillosamente mis defectos (los que el estereotipo de belleza impuesto supone defectos). Es para tomar consciencia del instrumento que tengo delante, este que es el mensajero de las sensaciones. El que me hace sentir la arena gorda de la playa, el fango de los caminos descuidados que sin suelas atravieso, las caricias de amor, los ojos de mis sobrinos en los que me perdería una tarde entera, el que hace que mis piernas sufran la ilusión de escapar mientras corren y descubre los sabores de la tierra. En definitiva, gracias a este cuerpo considerado demasiado gordo, demasiado blanco, demasiado bajito, demasiado plano, me alimento y comunico con el mundo exterior. Es este cuerpo fatigoso el que me nutre de ese material que luego convertiré en sueños y por lo que merece la pena vivir.