Resistencias lógicas de las mujeres al feminismo
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Berta Madriz
La primera es la más obvia: no queremos considerarnos víctimas. Somos mujeres empoderadas, fuertes, solteras, casadas, con cargas familiares, sin ellas, fiesteras, relajadas, pero ante todo, trabajadoras. Esto no casa, ni de lejos, con la idea de mujer pasiva de ojo morado, callada y sumisa que nos venden los medios como estereotipo de la mujer maltratada. No nos sentimos identificadas con ese sujeto maleable e impersonal que es ‘la víctima de violencia de género’. El estigma, fomentado por los medios patriarcales hacia quienes sufren violencia de género de manera explícita (estructuralmente todas la sufrimos) impiden que las mujeres empaticen con ese perfil, que se identifiquen a sí mismas como mujeres agredidas; ninguna es esa mujer maltratada.
La segunda es la lógica inversa: muchas mujeres reticentes al feminismo sienten angustia por los derechos que este les dice que deberían tener y aun no tienen. Es habitual oír a mujeres que critican la lucha feminista, sus herramientas e incluso sus discursos. Se dice que todo lo que a alguien le molesta de los demás, son asuntos que no tienen resueltos en su vida, que son cosas que en realidad le molestan de sí misma. Exactamente eso pasa con el feminismo: una lucha que grita verdades como puños, que afirma que las relaciones heterosexuales se basan en el placer de ellos y no el de ellas, que el amor romántico mantiene un perjuicio emocional en las mujeres y una recompensa hacia los hombres, que las opiniones de los varones son más escuchadas por estar asociadas a la lógica y a la razón y las de ellas, infravaloradas por conectarse exclusivamente con lo emocional y subjetivo, que en el día a día una mujer tiene que soportar un billón de micromachismos de forma sistemática, pues no casa bien con las mujeres que se relacionan con hombres de manera cotidiana, les aprecian y, lo que es más, sienten que ellos también las aprecian a ellas. El mundo de las mujeres se empieza a desvanecer, descubren todas esas herramientas patriarcales de abuso de su tiempo de ocio para ser sustituido por las tareas domésticas y los cuidados, inclusive la responsabilidad del equilibrio emocional de la pareja, y es entonces cuando se sienten menos queridas, porque eso duele. Eso las hace alejarse de la horrible pesadilla del feminismo y tirar a la basura las gafas moradas, lo que ocurre es que ellas no saben que las gafas moradas son mágicas y una vez puestas se quedan para siempre en esas mujeres.
La tercera es el síndrome del obrero acomodado: Él ha nacido en una familia obrera, con pocos recursos, pero ha trabajado, ha sido explotado por cientos de empresas, ha hecho horas extras impagadas, ha sufrido accidentes laborales, ha perdido horas de su vida para mantenerse a él y a su familia, y un día, al fin, consigue tener una vida económica estable, mejor pagada, y más tiempo de ocio. Él critica a las personas comunistas porque dice que quieren tener todo gratis, él ha trabajado mucho para llegar allí y siente que el comunismo quiere arrancarle de las manos todo lo que ha conseguido. Él no quiere que el resto tenga los derechos que se merecen porque él también se los merecía y, en cambio, fue explotado y sufrió mucho para llegar aquí. A él le da rabia que la clase obrera denuncie injusticias cuando él ha sido sometido a otras tantas y ha seguido adelante. Estas personas de claro perfil neoliberal (“agárrese quién pueda” y “cada uno que haga lo que quiera”) sienten rabia porque en el fondo saben que ellos merecían más de lo que tuvieron, que el mundo no es justo, pero aun así ellos tuvieron que seguir adelante por circunstancias de la vida, y en vez de alegrarse y apoyar las movilizaciones que señalan aquellas injusticias que ellos no pudieron señalar, su ego adopta tamaño mayor y lo asumen como una amenaza a su persona. Las mujeres que critican el feminismo a través de diferentes manifestaciones encauzan la misma dinámica: “Si yo que sufrí varios intentos de violación y aguanto acoso sexual callejero día a día, sigo mi vida como si nada, o respondo con bofetones, no sé a cuento de qué vienen estas niñatas montando un circo por el tema de los micromachismos”. En el fondo, no es más que sentirse mal por no haber sido arropada cuando se sufrió una agresión, o al revés, no querer que el feminismo nos revictimice una vez hemos hecho frente a la agresión vivida; así que se piensa que alejándose de los señalamientos que hace el feminismo, de las opresiones sexistas que sufrimos las mujeres de manera rutinaria, nos ayuda a seguir con nuestras vidas de manera más sana y sin sentirnos peor aún sabiendo que toda la violencia que sufrimos es por el simple hecho de ser mujeres. Esto se llama mirar hacia otro lado, y aunque a veces una necesite desconectar, no puede ser el pan de cada día.
La última es básicamente no identificarse con las feministas (aun incluso cuando una lo es de manera autoproclamada y consciente): si no te mueves en esos círculos, el sistema te ha metido prejuicios a tutiplén, ¿se creen mejor por no ir depiladas? ¿si son feministas por qué no se oponen a pasar gratis a ese garito que obliga a los hombres a pagar? Y un largo y aburrido etcétera. Si por el contrario, has trabajado y/o trabajas desde hace mucho en espacios feministas, habrás tenido encontronazos y discrepancias con compañeras –lógico y normal, las mujeres no son un ser con cerebro único, ¡solo faltaba!– y es entonces cuando, una identifica todo aquello que tenga que ver con el feminismo con aquella compañera que iba de sorora y luego hablaba de otras por la espalda, o aquella que señalaba agresiones machistas pero encubría las de sus amigos cuando se les señalaba a estos. “¿Con esas mujeres me voy a identificar? ¿Acaso voy a compartir la misma lucha que esos elementos? ¡Yo no soy igual que ellas!”.
Pues sí señora, por esas mujeres también, y por tu madre, tu vecina, tu novia, tu hermana, tu amiga, tu hija, tu sobrina, tu colega, tu abuela y por todas las que quedan por venir y aun no conoces. La lucha por la emancipación de las mujeres es la lucha por la libertad de todas y cada una de ellas, porque tienen derecho a ser libres, a sentirse seguras, a no ser agredidas, abusadas, forzadas o asesinadas por el hecho de ser mujeres, ¿te parece poco? ¿vas a anteponer el rechazo que te crean algunas personas leídas como mujeres a la lucha por los valores de una sociedad justa donde las personas puedan comportarse como ellas deseen sin ningún tipo de reproche social ni legal si no asumen los roles de género que les han sido impuestos?
Cada mujer es libre de anteponer sus prejuicios y/o experiencias individuales a la lucha feminista, pero, seamos claras, si no vas a luchar al menos di que no lo haces porque no quieres, no porque las mujeres no se lo merezcan.
¡POR UN FEMINISMO DE CLASE Y COMBATIVO!