Un año del 7N

Un año del 7N

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12/11/2016

Ana Pollán

Recuerdo perfectamente dónde estaba hace exactamente un año, el pasado 7 de noviembre. Estaba en Madrid. En una multitudinaria manifestación de unas 500.000 personas contra las Violencias Machistas. Allí estábamos el Movimiento Feminista… cientos de asociaciones y colectivos de toda España recibiendo, además, el apoyo de manifestaciones simultaneas en Europa. Allí estábamos bastantes hombres y muchísimas mujeres pidiendo igualdad, esto es, pidiendo una sociedad feminista. Nos manifestábamos por el fin de las violencias machistas. Y lo decíamos en plural, porque son múltiples y, en mayor o menor medida e intensidad, nos afectan a todas. Nos manifestábamos contra la violencia psicológica y física que los hombres ejercen contra sus compañeras por el hecho de ser mujeres. Esto es lo que más fácilmente se identifica con la violencia machista: los hombres que humillan, vejan, controlan, matan, etc., a sus parejas por el hecho de que éstas son mujeres, y las tienen no como una compañera sino como una propiedad. Pero no es la única forma de violencia machista. También identificábamos y denunciábamos todas las demás violencias patriarcales.

Denunciábamos la violencia sexual que cada día ejercen miles de puteros contra las prostitutas, invisibilizadas, sin embargo, en las políticas contra la violencia machista en tanto que la ley (muy oportuna pero incompleta), deja fuera a todas las víctimas de violencia machista que no hayan tenido o tengan una relación con su agresor).

Denunciábamos el acoso sexual (el cual, recordábamos, también puede darse dentro de la pareja y por parte de conocidos), el acoso laboral, la brecha salarial, la publicidad sexista, el uso sexista del lenguaje, la ausencia de políticas que favorezcan la universalización de las tareas del cuidado, lo que suponen dobles jornadas de trabajo para gran parte de las mujeres. También el preocupante número de violaciones (1 cada 8 horas en España, por ejemplo); la ínfima presencia de mujeres en cargos directivos, puesto que no se aplican medidas que aseguren la paridad pese a que tenemos tanta (y a veces, según las estadísticas, más) formación académica como nuestros compañeros de viaje; la falta de presupuestos y recursos necesarios para proteger a las víctimas de violencia machista así como para realizar las políticas de prevención, que son fundamentales. Tampoco nos olvidamos de señalar que existe una deficiente (por no decir nula) educación feminista. Exigimos un pacto estatal contra la violencia machista, con la correspondiente revisión y ampliación de la Ley Integral contra la Violencia de Género, como acabo de mencionar, para que incluyan como víctimas de la misma a todas las que soportan violencia patriarcal, ya sea infringida por su pareja o expareja o no.

Denunciábamos, en definitiva, todas y cada una de las violencias machistas que se dan en el mundo. Y exigíamos que su erradicación tuviera una marcada relevancia en la agenda política tanto en nuestro país o en cualquier otra parte del mundo, puesto que el feminismo, como la izquierda, es necesariamente internacionalista. Y exigíamos, además, un firme compromiso político de actividad y lucha contra el patriarcado en todas y cada una de sus expresiones, desde las más “suaves” hasta las más atroces.

Demandábamos, en definitiva, algo tan coherente y lógico como que, a una violencia transversal y radical como es la patriarcal, producida y reproducida en todos los espacios de la vida, tanto públicos como privados, se respondiera con una serie de medidas políticas, sociales, educativas, etc., también transversales y radicales (en el sentido de que atajaran de raíz el patriarcado). Demandábamos algo tan elemental como que no se siga haciendo oídos sordos a los feminicidios, ni al aumento de violencia machista en la adolescencia, ni al cada vez más precoz y sádico “consumo” (no es un producto ni un trabajo, es violencia y tortura) de prostitución, ni al acoso y agresiones sexuales, ni a las violaciones, ni a todo lo que por el simple hecho de ser mujeres, nos denigra y humilla.

Pronto llegó la campaña electoral. De nosotras y de nuestras reivindicaciones, demandas y denuncias, nada se supo. Como mucho, se mencionaba el problema, y en muchas ocasiones, de forma superficial y oportunista, especialmente en los partidos de derecha. Y después, un año de negociaciones, debates, elecciones; más negociaciones, más debates, otra vez elecciones, otra vez negociaciones, pactos, agendas, medidas políticas urgentes, debates entre partidos, debates dentro de las formaciones, rondas de contacto, líneas rojas, más rondas de contacto… ¿Y de la política contra el patriarcado? De esa nada se supo. La agenda feminista ha pasado a un segundo, tercer o cuarto plano. Sigue habiendo víctimas de trata, sigue habiendo violaciones, brecha salarial, feminicidos, pero ningunx de nuestrxs “representantes”, ha tomado nota de aquellas reivindicaciones. O al menos no las ha puesto en el centro del tablero político. Y por allí, en aquel día 7, se vio la presencia de todos los partidos. En estos meses, sí recibieron a la plataforma 7N en el congreso, pero nada más. Veremos cuándo y cómo se aplican nuestras demandas. Nosotras, las personas feministas, hemos cumplido.

Por suerte el movimiento feminista sí cumple sus deberes, sí trabaja a diario, sí exige coherencia y esfuerzo, y con coherencia y esfuerzo lucha cada día desde principios del siglo XVIII. Seguimos en las calles, seguimos en los pueblos, en las ciudades, en las asociaciones, en las universidades, en los institutos, en las huelgas, en las manifestaciones, en las concentraciones, en los sindicatos, en las jornadas culturales, en los museos, en los teatros. Trabajamos unidas, con sororidad. Nos unimos en la lucha, seguimos adelante intentando que ninguna quede atrás. Y seguiremos exigiendo medidas políticas transversales que acaben con el patriarcado, seguiremos sin tregua, lucharemos siempre.

Estoy orgullosa de haber estado en Madrid el pasado 7 de Noviembre. Orgullosa de quienes me rodeaban, orgullosa de compartir amistad y lucha, orgullosa de tantas mujeres y hombres que se plantaban con rotundidad ante un patriarcado que, aunque solo fuera por una milésima de segundo, tembló. Orgullosa de toda la gente que coordinó y preparó la marcha durante meses, que se quitó tiempo de sueño y de ocio porque se desvivió por esta causa tan justa. Orgullosa porque la inmensa mayoría llevaba a sus espaldas años, décadas de lucha, y han seguido en tan digna tarea un año más, y seguiremos tantos años como vivamos. Orgullosa de ver a tanta gente fiel a la justicia, la libertad y la igualdad. Orgullosa de quien estaba allí revisando sus privilegios, de quien estaba allí exigiendo no ser pisada, ni que lo fueran las demás. Orgullosa de que el 7N sigue en camino. Orgullosa de que seguimos en la brecha.

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