Una mujer que es madre y que también quiere escribir
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Clara Silencio
Aurora empezó a ser madre hace cinco años. Fue a por ello asustada, envuelta en una inmensa sensación de soledad. Pero el embarazo, además de solitario, fue bello. Luego parió y empezó otra vida con su hijo.
Pasaron ya cinco años y ahora que está desempleada disfruta de unas mañanas sin niños… Disfruta de un tiempo para ella. Quiere escribir, se dice. Quiere, sobre todo, recuperar a Aurora, que es más que una madre, que tiene otras inquietudes y otras potencias. Aurora piensa en todas esas cosas que aparcó al parir, porque no había sitio para ellas, porque hasta llegaron a no ser importantes. Estaba en otros procesos…
Sus amigas son madres. Son madres con pareja que están cuando su pareja no está. Aurora está siempre con su hijo. Así que no está sola. Pero ahora desea estar sola cada vez más ratos. También desea tener amigas y amigos a cualquier hora e incluso sin hijos.
Cuando Aurora dice que quiere escribir, algunas de estas madres amigas le recomiendan que escriba de maternidad y crianza, porque es en lo que anda metida, es de lo que más sabe ahora. Y en parte tienen razón. Si en algo se ha volcado Aurora durante este lustro es en la maternidad y la crianza. Cría a su hijo y se emplea acompañando a otras niñas y niños.
Pero ella no quiere escribir de estos temas. Ella quiere escribir a pesar de ser madre o para no serlo. Para poder ser más. Además.
Aurora no habla de su hijo por ahí, no publica su evolución ni cuelga fotos suyas en las redes. Ella no quiere exponer la intimidad de su hijo. Siempre está con él –con su hijo– porque no le queda otro remedio y también por gusto. Ella intenta observar al niño y disfrutarlo. Pero no se siente bien publicando las cosas que dice, las cosas que hace. Otros sí comparten su asombro por la inmensa brillantez de los niños y las niñas. Aurora no pretende juzgar a los otros.
Entiende que la experiencia de la maternidad y otras son el cultivo del que brotan las historias que escribe.
La antropóloga feminista Mariluz Esteban piensa que no hay diferencia entre el amor fraternal, el maternal y el sexual (al que llama pasional) en cuanto a que los tres comparten cuatro variables: la idealización y el erotismo de la persona, el deseo de perdurabilidad y la intimidad.
Para Aurora su hijo ha sido –y lo sigue siendo– su relación de amor, su erótica, su intimidad, su para siempre. Ha practicado con él toda la entrega que quería practicar, que podía, que se exigía. Disfrutó de la experiencia. También se agotó. Ahora Aurora sigue con su hijo, con su amor, pero desea que esta compañía ya no sea exclusiva.
Se ilusiona pensando en el día en que su hijo quiera quedarse a dormir en casa de los amigos. Imagina el momento en que pueda volver al cine o al teatro o –aún más– a una conferencia. Se alegra cuando ve crecer a su hijo y observa su autonomía en una exposición o en un viaje. Se ilusiona por el crecimiento de su hijo y espera que ella, que envejece, encuentre también más amistades, más cuerpos además de más libros.