Unión, empatía y sororidad frente a la “guerra machista”

Unión, empatía y sororidad frente a la “guerra machista”

En las jornadas organizadas por Emakume Mundu Martxa, que se han celebrado en Donostia este mes, se sintió la complicidad y la fuerza de las mujeres unidas para luchar contra el patriarcado. La redefinición y ampliación del concepto de violencia fue el principal eje: el sexismo por sí solo no explica lo suficiente; hablemos de “violencia transistémica”.

Texto: Andrea Bosch
25/11/2016
Emakume Mundu Martxa

Kattalin, de Medeak (izda), Idoia, de Bilgune Feminista (segunda por la izda) y Julia, de FeministAlde (dcha), junto a la moderadora de una de las mesas. / Foto: Andrea Bosch

Redefinir los conceptos que se utilizan referentes a la violencia machista fue uno de los puntos más importantes que se trabajaron en las jornadas ‘Repensando la violencia machista: respuestas desde el feminismo en marcha’, organizadas por Emakume Mundu Martxa (EMM) en Donostia este mes. Si antes a la violencia machista se le decía violencia hacia las mujeres y después violencia sexista, Ana Murcia, activista salvadoreña, preside en la actualidad la Asociación de Mujeres Inmigrantes Garaipen, propuso la “violencia transistémica” como nombre apropiado para referirse a estos abusos que van más allá de la persona o de la relación de pareja. Es mucho más, pues la misma comunidad y la sociedad son responsables de la misma forma que el agresor. Como las capas de una cebolla. Las mujeres en el centro y el resto de las capas son estos sistemas opresores. “Creo que estamos viviendo una guerra machista”, denunció Murcia.

Las jornadas transcurrieron con mucha emoción, participación, complicidad, unión y sororidad. Celine, integrante de la asociación Torre Babel y trabajadora de hogar, ha tenido que soportar actitudes racistas que provocaron murmullos de indignación entre las presentes. No podía beber agua de cualquier vaso.

La comunidad y la sociedad son responsables de la misma forma que el agresor

Irati, del colectivo Ernai, puso el énfasis en la deslegitimación de la opinión de las y los jóvenes que los deja en un segundo plano. Mientras que Marian, de la Comisión de la Igualdad y Género Fekoor, reprochó que el movimiento feminista en ocasiones se olvida de las mujeres con diversidad funcional. Emocionada y acompañada de los interminables aplausos que la animaron a seguir recordando que estas mujeres sufren una violencia pasiva que no pueden hacer pública porque nadie les ha informado sobre el abuso. Se les considera asexuadas e incluso se les niega el derecho a ser madres.

La empatía era tan palpable entre las más de 200 participantes que incluso la diversidad de lenguas fue mimada con esmero. El pinganillo por donde se escuchaban las traducciones del euskera dejó de funcionar. Había que pasar a un plan B. “Bueno, ahora hablarán todas en castellano, que todas lo entendemos”, pensarían. Pero se formaron grupos que no entendían euskera y varias voluntarias hicieron espontáneamente de traductoras. Inclusión en todos los campos.

“Gorda borroka feminista!”

Itsaso, del colectivo Ramonak, dio un vuelco a la mesa redonda con sus sinceros nervios que provocaron 30 minutos de carcajadas. Su discurso ‘Loditasuna hemen eta orain. ¿Tenemos complejos?, ¡Somos complejas!’ criticó la gordofobia que forma parte de los aros de la cebolla machista con una disertación a modo de monólogo. En el proyector podían leerse todos los complejos que ella tenía con su cuerpo –la letra del Power Point a color negro, ¡porque todas sabemos que el color negro sienta mejor!–mientras que las presentes levantaban la mano cuando se sentían identificadas. Itsaso finalizó con un vídeo de la página de Facebook ‘Lodifobiarik ez!’, donde sale su abuela, su referente desde la infancia, con el puño alzado y de forma muy contundente susurraba: “Gorda borroka feminista!”. Las participantes salían con una sonrisa valiente, más sensibilizadas y más eufóricas. No se terminó ahí.

Las participantes salían de las jornadas con una sonrisa valiente, más sensibilizadas y más eufóricas

En representación de Medeak, Kattalin explicó sin tapujos en la mesa ‘Repensando la violencia’, que los conceptos están definidos y marcados por el sistema patriarcal, androcéntrico y capitalista. Éste pone los límites sobre quién es víctima y quién no lo es. Diferencia la mujer buena de la mala. Y como la mujer migrante, bollera y trans ‘efectivamente’ no lo es, tampoco es una “buena víctima”. Las definiciones las determinan los opresores y eso es algo que todas las integrantes de la mesa y las oyentes de la sala compartieron, asintiendo firmes con la cabeza.

Desde Bilgune Feminista Idoia recalcó en la idea de recuperar la agresividad, acusó la expropiación de nuestro cuerpo y remarcó la importancia de manejar y reapropiarnos de la palabra violencia para responder ante las agresiones. “Hau ez da gure bakea”. “Esta no es nuestra paz”, escucharían por los auriculares quienes no supieran euskera –para entonces el problema con los pinganillos ya se había resuelto–. Cansadas del pacifismo, hubo quienes defendieron el uso de las antorchas y las manifestaciones nocturnas vestidas de negro, algo sobre lo que se profundizó en la mesa sobre acción directa: la autodefensa como respuesta legítima. Mientras desde FeministAlde, Julia habló de neomachismo y de sus nuevas estrategias como el recurrente (y falaz) argumento de las denuncias falsas.

Más allá del debate que pudo crearse, finalmente salieron, sin mucho esfuerzo, conclusiones compartidas: la puesta en común del protocolo de la EMM, la fuerza de todas para luchar unidas y visibilizar las agresiones que pasan más desapercibidas. La solidaridad hacia las mujeres kurdas organizadas, que enfrentan detenciones arbitrarias, represión y tortura por parte de las autoridades turcas. Y,  para rematar, la petición de crear el grupo ‘Cumbia talde feminista’, para despatarrar. Las jornadas transcurrieron con todo tipo de emociones: nervios, frustración, empatía, ira, amor y mucha, mucha, complicidad.

Memoria histórica

Para llegar a Donostia el camino arrancó en Quebec. Allá, en 1995, la marcha Pan y Rosas salió con el principal objetivo de terminar con la pobreza y la violencia a las mujeres. De su germén surgió, en el año 2000, la Marcha Mundial de las Mujeres. Desde entonces, y cada cinco años, cruzan fronteras y salen a las calles y carreteras. Sus armas: su cuerpo, el feminismo. Su bandera: la unión. Objetivo: ganar la “guerra machista”.


Las asistentes a la mesa 'Transversalizando las violencias machistas'./ Archivo de Emakume Mundu Martxa

Las asistentes a la mesa ‘Transversalizando las violencias machistas’./ Archivo de Emakume Mundu Martxa

La explotación y el estigma como violencias machistas

June Fernández

“Si tu pareja controla cómo vistes, cuándo sales o con quién hablas, se entenderá que es violencia, ¿pero qué ocurre cuando quien te controla es tu empleador?” Desde Brujas y Diversas, Liz Quintana habló sobre las situaciones de explotación y maltrato que viven las empleadas domésticas que trabajan como internas, un régimen inherentemente violento que vulnera el derecho al descanso, a la intimidad o a la sexualidad. Ampliar el concepto de violencia machista más allá del maltrato en la pareja heterosexual no solo no debilita la lucha, sino que es imprescindible para que los discursos y las políticas sean coherentes y no excluyan a quienes son violentadas (también) en otros ámbitos como el laboral. Un enfoque amplio que tiene que ser capaz de apuntar también al clasismo y el racismo como generadores de violencias.

Tanto ella como Soraya García, sindicalista implicada en la huelga de trabajadoras de residencias, apuntaron al trabajo afectivo que se exige a las mujeres, de quienes se espera que acepten condiciones laborales injustas y que desempeñen su trabajo de cuidados “con amor”. Desde la mesa redonda que probablemente más interpeló a las asistentes, la sindicalista señaló que se echaba en falta el apoyo del movimiento feminista en la solidaridad hacia un sector tan feminizado y, por tanto, precarizado.

Ericka Arbizu contó su experiencia como mujer trans migrada desde Centroamérica y pidió solidaridad a las feministas para terminar con la exclusión social que viven quienes, como ella, se dedican al trabajo sexual. ¿Qué es lo único que distingue el trabajo doméstico y de cuidados del trabajo sexual? Que el primero se considera relativamente digno y el segundo no, se respondía la feminista salvadoreña afincada en Gasteiz Tania Siriany. “El estigma es una forma de violencia machista que también ejercen muchas feministas”, concluyó.

Para acercarte a más voces y discursos de la Marcha Mundial de las Mujeres en Euskal Herria, escucha este podcast en Mar de Fueguitos.

 

Download PDF

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

Download PDF

Título

Ir a Arriba