Identidades rurales LGTBI: los tonos grises de Extremadura

Identidades rurales LGTBI: los tonos grises de Extremadura

Elsa eligió su nombre con 5 años. Oliver agradece haber salido del armario en un pueblo, porque allí es “el hijo de la Emilia”. Sagrario ayuda con su colectivo a tejer redes entre lesbianas. Mónica asegura que cada vez hay más chicas que se dan la mano por la calle en su pueblo. Pau pide introducir un tercer sexo desde la infancia.

Nunca antes hubo tantas personas juntas en el Ayuntamiento de Arroyo de San Serván, municipio de 4.200 habitantes cercano a Mérida; nunca antes ningún tema despertó tanto interés en la ciudadanía. Un cartel, distribuido por redes sociales, fue suficiente reclamo. Hasta en las escaleras había gente. El salón de plenos de un pequeño pueblo extremeño se desbordó para hablar de transexualidad. La mamá y el papá de Elsa querían hablar de ello, y también de sentimientos y de identidad. Y la vecindad escuchar.

Tras años reclamando que le llamaran ‘princesa’ en lugar de ‘príncipe’, que no le compraran camiones ni coches sino muñecas, que no le cortaran el pelo porque le gustaba largo, y sufriendo cada mañana cuando tenía que vestirse para ir al cole, Elsa, de 5 años, es identificada como niña desde el pasado febrero. En realidad, siempre lo ha sido. Incluso sus compañeros y compañeras de la escuela no se extrañaron cuando fueron a hablar con ellas -¡ya lo sabíamos!, respondieron con absoluta normalidad. Pero fue tras los Carnavales cuando su madre, Anabel, decidió normalizar la vida de su hija y exteriorizar lo que se vivía en su casa.

“Todas las noches, cuando se iba a dormir me decía: ‘Mamá, mañana cuando me despierte soy una niña, ¿vale?’ Y cada mañana tenía que vestirla con la luz apagada porque no soportaba verse con esa ropa”.

En tiempo de máscaras y antifaces, Elsa –nombre que ella misma eligió- se vistió de lo que siempre ha sido: una princesa. Acabó el desfile, llegó a casa, cogió toda su ropa y la metió en el cubo de la basura. Después llegaron las faldas y los pendientes, que fue de lo primero que reclamó Elsa, coqueta y presumida.

Es verano, el calor atiza y atosiga, pero Anabel habla tranquila y sosegada. Elsa juega junto a su hermana y unas amigas en la piscina pero, de vez en cuando, se acerca a pintar un dibujo. Sabe que es el tema de conversación, pero se le ve encantada. “Ella ha pegado un gran cambio, está feliz.

Mi marido y yo nos dimos cuenta de que no podíamos hacer sufrir más a nuestra hija. Comprendimos que era ella”.

Los procesos de normalización de personas transexuales nunca son similares ni siguen patrones, pero el caso de Elsa es un ejemplo especial. Tanto por la edad, como por la fuerza de su madre, que cogió el micrófono ante 200 personas para desnudar su alma. Un ejemplo que ha servido para más jóvenes transexuales de Extremadura. “La valiente es Elsa, no yo. Pero nos hacía falta contarlo”, recuerda ahora Anabel.

Los rumores en los pueblos son inevitables pero el ejercicio realizado en el salón de plenos, con el apoyo y organización de la Fundación Triángulo, normaliza una situación que la familia de Elsa temía y que al final ha sido positiva no sólo para ella, sino para el pueblo. “El problema es la falta de información, porque a mí me decían que era gay, o que la culpa era mía por vestirle de niña; pero no, cuando explicas las cosas la gente cambia el chip. Yo sólo pedí respeto”, rememora la madre acompañada de dos amigas, que insisten en lo mal que lo pasó. Ahora sonríe y enseña fotos de aquel día en que todo Arroyo de San Serván miró a su hija. “No recuerdo ni lo que dije de lo nerviosa que estaba, nos hacía falta contarlo. Pensé que no iba a ir nadie pero se llenó”.

No sabe cómo se hubiera gestionado el caso de Elsa en una ciudad, pero el hablar con libertad ante un pueblo ha empoderado a la familia y sin duda a la niña. “Al principio la gente se equivocaba con el nombre, pero no hemos tenido ningún problema. Es una niña más”, finaliza Anabel.

Agresores sin anonimato

Los clichés y los estereotipos asociados a los entornos rurales también los rompe la vida de Óliver Solano, natural de un municipio cacereño de unos 400 habitantes, terapeuta ocupacional y agricultor. Su teoría es sencilla: en las ciudades eres más anónimo pero los agresores también lo son. “En el pueblo prima la identidad ‘del hijo de la Emilia’ o ‘el nieto de’, en lugar del Óliver gay”, reconoce ahora en el municipio pacense de Don Benito, que con 37.000 habitantes es uno de los núcleos con mayor población de Extremadura. Aquí, donde vive actualmente, sí ha sufrido una agresión verbal directa, algo que nunca le ha ocurrido en Pizarro, donde se crió y donde ‘salió del armario’.

“En mi pueblo, si alguien me agrede sé quién es y le voy a señalar”, apunta. Y añade: “Allí voy tranquilo a todos lados, pero en la ciudad no sé a qué horas puedo ir o no por determinados lados”. La teoría la corrobora su pareja, José Luis, natural de Sevilla, quien recuerda que suelen ir dados de la mano como activismo para ayudar en la normalización.

Pizarro es un pueblo de colonización fundado en los años 60 dentro del Plan Badajoz, un proyecto de regadíos en la provincia impulsado por la dictadura y que supuso la creación de una veintena de municipios y la abnegación bajo las aguas de otros tantos. El contexto, en este caso, es fundamental para Óliver: una localidad nueva, de gente joven echada “para adelante” llegada de muchos lados, sin dinero y que tuvo que construirse renovados modelos de aprendizaje, culturización e identidad: “Nos criaba la tribu, la vecina, la cuñada… Cuando estábamos en la calle había una crianza colectiva, porque todos estábamos pendientes de todos”, reflexiona.

Casi a la par vivió el proceso su amigo y paisano Jesús Murillo: “He conocido muchos casos con el nuestro y también de chicas, pero sí que es verdad que las lesbianas sufren doble discriminación”.

La dificultad de las lesbianas

Los mayores peros llegan, de hecho, desde Extremadura Entiende, asociación de lesbianas, mujeres transexuales y bisexuales. “No se puede generalizar ni determinar nada porque conocemos casos de todo tipo. Habrá algunos de éxito, sin duda, pero también otros muy sangrantes, como de mujeres que han sido desheredadas”, fija Sagrario C. Vidal, expresidenta de la asociación.

Una publicación de la Revista de Investigación en Psicología (IIPSI) de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Perú recoge el estudio ‘Bienestar de las mujeres lesbianas en el medio rural: un estudio exploratorio’. Los resultados de una encuesta entre 40 lesbianas extremeñas en 2013 son demoledores: un 77 por ciento de las interrogadas no encuentra beneficio alguno por residir en un medio rural y el resto considera que tan solo la familiaridad y aceptarse con la etiqueta además de no dar explicaciones constantemente podría ser una ventaja. Un balance, exponen las autoras de la investigación, acorde con los que describen otros estudios similares.

“El silencio y la invisibilidad han llevado a concluir que las lesbianas viven su sexualidad mejor que los gays porque de alguna forma parece que favorece el desarrollo de una vida cotidiana menos dificultosa. Este hecho aún sigue beneficiando que las mujeres sigan manteniendo su opción sexual más oculta, casi en secreto, y que no contemos con estudios sobre su situación. Si a todo esto le añadimos las dificultades que implica la estancia en el medio rural, la situación de las lesbianas se torna más compleja y con frecuencia no tan satisfactoria”, escriben Noelia Fernández-Rouco, Pablo Cantero y Rodrigo J. Carcedo.

De la muestra han sido excluidas las que viven en los cuatro principales núcleos de población de Extremadura; por eso Sagrario C. Vidal reconoce que sin duda Badajoz es el lugar de la región donde mayor visibilidad hay, pero siempre con el matiz de que es más habitual ver gays normalizados que lesbianas. La discriminación de género y el machismo también están muy presentes en la situación del colectivo lgtbi. “Falta mucho trabajo en la estima de las lesbianas, en el fortalecimiento, en el intercambio de experiencias”, analiza la expresidenta de la asociación, quien reconoce que a ella le ayudó mucho el conocer otros casos.

Desde hace algo más de un año, Extremadura Entiende desarrolla un programa de acompañamiento con lesbianas, bisexuales y transexuales que quieren normalizar sus vidas. Utilizan la red de igualdad de la Junta para que se conozca a la asociación, porque en una región como Extremadura, amplia, dispersa y despoblada, es muy difícil llegar a todos los rincones. “Estamos haciendo acompañamientos, trabajando en el fortalecimiento de relaciones, en el aporte de las experiencias, en compartir… Tenemos asesoras y psicólogas voluntarias. Esto son acciones que no cuestan dinero, pero estamos trabajando para tener un programa más continuo y consolidado”, explica por teléfono Sagrario.

Cuatro agresiones en Cáceres

Los últimos datos conocidos, ofrecidos por la Fundación Triángulo, indican que en el último año ha habido seis agresiones homófobas –denunciadas- en Extremadura, cuatro de ellas en Cáceres, es decir, en una de las pocas ciudades de la región. Otra en Badajoz y la última en Olivenza. El dato (y los lugares) invita a pensar.

Mónica reconoce que sí se ha sentido intimidada en el metro de Madrid por ir de la mano de una mujer; en cambio, no ha sufrido ningún tipo de agresión en su pueblo extremeño: “Creo que las cosas están cambiando mucho en los últimos años, el avance está siendo muy notable. Ahora es fácil ver a chicas muy jóvenes dadas de la mano en muchos sitios de Extremadura, algo impensable cuando salí del armario”.

Ya con un poco más de fuerza, Anabel tomó de nuevo el micro. Y lo hizo en la Asamblea de Extremadura, ante decenas de personas que acudieron el 17 de mayo pasado al acto institucional contra la homofobia, lesbofobia, bifobia y transfobia. “No hay que estar más tiempo escondidos, sólo quieren ser personas felices, ¿por qué se les hace sufrir?”, preguntó sosegada y tranquila después de hablar de Elsa.

Tras ella tomó la palabra Pau, transexual extremeño de 14 años: “Vengo a hablarles de un tema tabú en esta sociedad: la transexualidad. Uno de los principales problemas es el cambio de nombre y sexo en el DNI, porque deben tener la mayoría de edad y alcanzar mínimo los dos años de hormonación. ¿Cómo piensan que debe sentirse una persona al identificarse con un Documento Nacional de Identidad que no les corresponde? Porque a mí me da vergüenza mostrar el mío. Sólo pido igualdad, introducir un tercer sexo desde la infancia. Que no todo sea blanco y negro, que haya varios tonos de gris”.

Una ley pionera pero escasamente desarrollada

Desde el 10 de abril de 2015, Extremadura cuenta con una de las leyes de igualdad LGTBI más avanzadas del Estado. Un hito, fruto de un recorrido colectivo de una sociedad que partía con desventaja: había sido la última Comunidad en tener con una asociación o colectivo LGTB. Ahora esta normativa servirá de guía para otros territorios.

Es una norma “que pretende abarcar toda la vida de una persona LGBT, es decir, que parte de una perspectiva global e integral a la hora de hacer frente a la homofobia, lesbofobia, bifobia y transfobia, actuando en el ámbito educativo, apostando por la igualdad de acceso a los tratamientos sanitarios o garantizando la reasignación de sexo, apoyando la visibilidad y el fomento de espacios donde la identidad de género y la orientación sexual puedan desarrollarse con libertad y, finalmente, sancionando los comportamientos homofóbicos, lesbofóbicos, bifóbicos y transfóbicos”, recoge la exposición de motivos.

La redacción y aprobación de la ley fue un largo camino que incluso usó como atajo la coyuntura política de la región: gobernaba el Partido Popular y el presidente, José Antonio Monago, hizo varios gestos durante la legislatura para desmarcarse del Gobierno central de Mariano Rajoy. Además, necesitaba los tres votos de Izquierda Unida para aprobar muchas de sus medidas en la Asamblea extremeña. Sin duda que unos de los diputados de la formación de izquierdas, Víctor Casco, fuese activista homosexual ayudó. “Supimos aprovechar el contexto porque al PP le beneficiaba en su imagen y estuvo proactivo”, reconoce el activista Jesús Murillo. “Esto proyectaba mucho al PP extremeño en el ámbito nacional”, apunta por su parte Sagrario C. Vidal, expresidenta de Extremadura Entiende.

Esta ley, decimos, es un logro colectivo: de las asociaciones, plataformas y fundaciones LGBT extremeñas, de las instituciones que han participado en su elaboración y de la sociedad en su conjunto”, recoge también la exposición de motivos. “Partimos de ley catalana, la única referencia que había, y la ley trans de Andalucía; queríamos como mínimo eso y a partir de ahí le dimos varias vueltas incluyendo, por ejemplo, una expresión de género muy cercana a la teoría queer”, apunta Óliver Solano, una de las personas que se involucró en la redacción de la legislación.Entre otros aspectos, es la primera normativa del Estado que reconoce la bisexualidad y la bifobia. También garantiza la atención integral a transexuales, la reproducción asistida a lesbianas y bisexuales, propone una acción transversal en la sociedad, desde la educación a la sanidad, pasando por las actuaciones policiales. Sin olvidar que hace un ejercicio de memoria y justicia y acoge la creación del Observatorio Extremeño Contra la Discriminación por Orientación Sexual e Identidad de Género. “Para el colectivo ha sido muy importante porque pasa de solicitar y rogar, es decir, de una actitud de sumisión, a exigir. Ha habido un gran ejercicio de empoderamiento”, añade Solano, joven agricultor y terapeuta.

No faltan los peros: un año y medio después de su aprobación, la ley ha sido escasamente desarrollada. El texto existe pero no los fondos para dotarla de contenido real. Con la llegada del PSOE a la presidencia de la Junta de Extremadura, el asunto es recurrente en los medios de comunicación cada fecha marcada en el calendario; incluso el PP ha exigido en la Cámara regional que se desarrolle la ley. De momento, se está trabajando en las bases para la creación del observatorio contra la discriminación, como confirman desde Extremadura Entiende. “Se está haciendo un esfuerzo ahora para dotarla de contenido y que no quede en nada. Estamos trabajando con la Administración, se está yendo lento pero esperamos que en tres años esté totalmente vigente”, apunta Sagrario C. Vidal.

Palomos y culos contra la homofobia

“En Extremadura a los palomos cojos los echan pa’ otro lado”. La ‘lindeza’ la soltó en 2011 el entonces alcalde de Badajoz, Miguel Celdrán, del PP, en una entrevista en la COPE. Sus palabras provocaron que la ciudad que regía acoja desde entonces el principal festival LGTBI de Extremadura, gracias en un primer momento de la iniciativa del programa de televisión ‘El Intermedio’, emitido en La Sexta y presentado por El Gran Wyoming, que promovió una caravana de ‘palomos cojos’. Desde entonces, ‘Los Palomos’ se ha convertido en un evento imprescindible de la cultura, el ocio y el activismo en Extremadura al que acuden cada año más de 20.000 personas.

Este verano, una de las concejales del mismo consistorio, Charín Gómez de la Peña, que ya estuvo en el equipo de Celdrán, compartió en su Facebook una foto de dos hombres en el Día del Orgullo en Madrid con el siguiente texto: “Repugnantes, desagradables, repulsivos, asquerosos…”. Más allá de las denuncias en el pleno, ante la fiscalía que la archivó, del revuelo mediático y de la defensa del actual alcalde pacense –“no es homófoba, solo manifestó su rechazo a la estética mostrada por dos personas en un fotografía”, justificó Francisco Javier Fragoso-, la redes reaccionaron con la hagtag #ContraSuHomofobiaNuestrosCulos

“No sé como algo tan irrelevante como un culo, puede rechazar tanto odio. Así decidí subir una foto de mi culo, porque parece que si publicas el culo se remueve algo”, explica Jesús Murillo, el primero que tuiteó.

Armarios de paja

Este contenido forma parte de ‘Armarios de paja’, un especial en el que recopilamos vivencias, sentires y experiencias de vida LGTBI en entornos rurales, sin clichés ni estereotipos.


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