Sobre la culpa (y la estructura)
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Alicia G. Sierra
Hace unos días, una amiga de la infancia me recordó una de las actitudes con la que llevo peleándome desde hace años: la victimización del hombre dejado, frente a la culpabilización a la mujer que deja.
Estamos acostumbradas a oírlo: “le rompió el corazón, pobrecito, le hizo mucho daño”. Podemos añadirle un “se fue con otro”. ¿Pero qué hay detrás de esto? ¿Por qué nos duele tanto? ¿Por qué acabamos asumiéndolo?
Primero, la clara concepción de posesión asociada al amor romántico en la que estamos acostumbradas a sumergirnos. Empezamos una relación, a veces la primera de nuestra vida. ¡Cuántas novedades! ¡Y sin guía, a la improvisación! Sin un referente claro, tal vez la pareja de Disney con la que crecimos. ¿Y qué se supone que tengo que hacer ahora? ¿Le hablo? ¿O me habla él? ¿Estamos preparados para… [Inserta cualquier miedo]?
La mayoría de las veces simplemente vamos dando pasos, más o menos convencidas, pero casi siempre olvidando cuidarnos a nosotras mismas. Escucharnos, ver qué necesitamos. Así que actuamos, como sabemos, hasta que llega una decisión unilateral que probablemente tomamos porque simplemente eso es lo que queremos. Aunque la acompañemos de excusas, porque hemos crecido envolviendo nuestros pensamientos en ellas.
La culpa puede venir con “no haber dado lo suficiente”, con “no habernos entendido” o con “no haber pensado en cómo él se sentirá”. La culpa te la lanzan, no solo él, sino todo lo que te rodea: tus amigos y sus amigos, vuestros conocidos, vuestras familias… así que la acoges, como si siempre hubiese sido tuya.
Y así el relato empieza a tomar forma. Olvidas lo que pasó antes, lo que hizo que tomases esa decisión y simplemente escuchas lo que el mundo te dice: él está sufriendo. Y por supuesto, tú no quieres que sufra. Así que lo intentas todo: ser su amiga, preocuparte por él, hablar con sus amigos que aún te escuchan. Y después alejarte, porque él te lo deja claro: le haces más daño estando cerca, ahora que no te tiene.
Pero él no es malo. Te repites. Es una buena persona. Porque tú y yo sabemos que nadie victimizaría a un machirulo al uso. Pero él a veces habla de sentimientos y es un buen amigo. Así que es normal que tú, nerviosa en ocasiones, con mal carácter e histérica cuando no puedes más, acabes aceptando el papel de la mala, a pesar de que todo esto era una improvisación y nadie te avisó del final.
Con un poco de suerte, años después miras hacia atrás, igual has cambiado de país o de vida, pero su mirada sigue culpándote, sus palabras siguen clavándose en ti, incluso olvidas que llevabas la mochila hasta que vuelve a pesarte. Porque no siempre somos lo suficientemente fuertes para aguantar el peso, o continuar la carrera, y la mayoría de ocasiones tropezamos. Y cuando tropiezas, comienzas a tener miedo a hacerlo de nuevo. Quieres no volver a hacer daño a nadie y tratas de avanzar de puntillas. Olvidas que fue tu decisión, la que quisiste y necesitaste. Olvidas las dinámicas tóxicas que vinieron después e incluso la cicatriz que quedó en ti.
Lo peor de la culpa es que acaba pesando tanto que empiezas a pensar que es una parte más de ti. La victimización, sin embargo, cuando has sido socializado con determinados privilegios, se asume bien, es liviana. Y probablemente él la lleve con orgullo el resto de los años que os crucéis.
¿Cómo nos quitamos, entonces, la mochila? Solo profundizando en las dinámicas patriarcales que sostienen esta punta del iceberg podremos volver a correr. No asumas como tuyo el daño que no hiciste, o que hiciste como fruto de una relación que no elegiste.
El patriarcado te pondrá en el punto de mira miles de veces, pero la sororidad te ayudará a escapar otras tantas. Para el 2017, ojalá seamos capaces de construir las relaciones que queramos y como queramos, sin filtros patriarcales.
¿Y entre tanta basura dónde queda mi libertad? Así nos lo canta La Otra, mientras nos anima a levantarnos. Pero, qué difícil nos lo ponen a veces. Qué complicado es ser pacientes, y callar, y callar y callar hasta explotar.