Habitando el desencuentro

Habitando el desencuentro

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24/02/2017

Texto anónimo

Una pareja heterosexual sentada en una acera sin mirarse

 Bart Booms a través de Foter.com / CC BY

Mi querido compañero:

Mi lastre histórico con el tema sexual-afectivo, no es más que el lastre histórico, de siglos, milenios, que llevamos todas las mujeres. Mi vivencia personal es una vivencia que se carga, mezcla, entrelaza, con las de todas las mujeres.

Y mi querido compañero, mi incomunicación contigo, no es más que la incomunicación que venimos acumulando todas. Esta incomunicación se expresa en lo sexual-afectivo, pero se materializa en todos los ámbitos de nuestras vidas, hasta el punto, hasta el terrible punto de que nos desconocemos, hombres y mujeres. Hasta el punto triste, profundamente triste, de que nos desconocemos tú y yo. Hasta el punto en que te tengo que escribir alejada de ti, de tu recibir o no recibir, de tu comprensión o incomprensión.

Alejada de tus impotencias, de tus incapacidades, de tus dolores para poder expresarme libremente, para que no se escondan mis palabras antes de salir porque antes de salir ya son palabras vetadas, palabras invisibilizadas, sentires anulados, desacreditados, aplastados, negados.

Porque antes de salir, tu posición, tu energía, tu fuerza, tu decisión, tu acción, tu miedo, en definitiva –a escuchar, a recibir, a aprender, a intercambiar, a bajar a mi posición, a mi estar, a mi sensibilidad, a mi sentir, a mi dolor, a mi alegría, a mi ser– tu miedo, en definitiva, a soltar tu coraza –de comodidad, de prestigio, de privilegio, de facilidad, de simplicidad, de resolución, de acción, de avance, de comodidad, de visibilidad–, ese miedo, ese miedo tuyo, ya es percibido por mi ser y tiene fuerza, mucha fuerza ante mí y mi velo. Mi velo de comprensión, de empatía, de escucha, de silencio, de sutilidad, de estar, de atender, de percibir, de oler, de percibir, de recibir. Ese velo, ese rejodido velo, tan fuerte como tu coraza, no deja expresar mi sentir ante ti. Ese velo consigue que me pierda ante ti, ante tu coraza de fuerza, de convicción, de palante, de no pasa nada, de avance, de resolución. Consigue que el escucharte, percibirte, olerte, sentirte a ti, me anulen a mi. Consigue que tu fuerza se coma mi potencia, mi luz, mi verdad, mi ser, mi sentir, mi estar en el mundo, en la vida.

Y por eso, en la distancia, alejada de esa energía, de esa posición de desigualdad que anula –que me anula, que nos anula– puedo expresarme, puedo ser.

Mi querido compañero, el lastre histórico con el tema sexual-afectivo mío, es el de todas. Y el que hemos vivido tú y yo es el que vivimos todas y todos. Esa incomunicación, ese no encontrarse, esos lenguajes diferentes que nos llevan a desconocernos, a no conocernos porque no nos encontramos.

Y tú y yo encarnamos muy fuertemente los roles, compañero. Tú el masculino, el machirulo como tú dices, que se descoloca, que siente impotencia, que se enfada, que es incapaz de asumir que no puede, que no puede leer, que no me puede leer, que no puede encontrarme, que sus herramientas son inútiles.

Que no le sale, que no hay éxito, que no es éxito, que no hay manera, que está perdido, que está perdido. Muy perdido. Perdido. Perdido. Perdido. Perdido como estamos nosotras constantemente, cada día, cada amanecer. Perdido como nos pierde a nosotras nuestra amplia mirada. Como nos pierde escuchar siempre ruido. Porque siempre está ahí el rejodido velo de la mirada comprensiva, de la mirada atenta, perceptiva, mirada potente, potencialmente transformadora, pero mirada que nos pierde. Nos pierde en este mundo de hombres. Nos pierde. Y tú. Hombre perdido. Hombre  frente al precipicio. Hombre que empieza a oler, a sentir, a percibir, a escuchar, te resistes. Te resistes-aferras a tu posición. A tus privilegios. A tu posición de reconocimiento social. Porque tienes miedo, mucho miedo. Porque no sabes qué hay, qué te espera. Porque escuchar es entrar en un mundo de no control, de descubrir, de no saber, de posibilidad, de mucha posibilidad, pero de no control. De no dirigir, de no saber, de inseguridad, de desconocimiento. Mucho desconocimiento. De aprender, de atender, de escuchar y abrirse, a aprender, reaprender, reconstruirse. Desde el no dirigir. Desde el no control.

Y tú y yo encarnamos muy fuertemente los roles, compañero. Y yo no me libro. Para nada. Yo encarno perfectamente el femenino. Muy fuertemente. Ahí estoy. Me paralizo.  Me paralizo ante la escucha, la percepción. Me pierde la escucha. Me pierde la intuición, la fuerte intuición.  La  fuerte intuición negada. El fuerte sentir. Sentir negado. El fuerte percibir negado. Fuerte oler negado. Fuerte saber negado. Mujer invisible, negada, aplastada. Paralizada. Paralizada. Perdida. Muy perdida ante el rejodido velo de la mirada comprensiva, atenta, perceptiva. Mujer perdida ante tanto ruido. Siempre navegando entre ruido, mucho ruido. Un ruido que me aboca a eso, al perfecto rol de mujer sumisa. Mujer aplastada. Negada. Invisibilizada. Mujer inexistente. Mujer que, junto a ti, no es. Mujeres, que junto a los hombres, no somos.

Juntos, encarnamos los roles. Cabezota tú. Cabezota yo. Eso lo compartimos. Lo compartimos mucho. Ahí sí nos encontramos. Y en las impotencias. Las frustraciones las hemos vivido en piel. Yo las he vivido en piel. Porque como cabecita no nos falta, cabecita no me falta, me sobra un rato, lo he vivido como en una película. Lo he visto, lo he interpretado. Lo he comprendido. Pero ahí me he quedado. En una comprensión huérfana de acción.  Atrapada en mi rol de mujer sumisa que ve lo que pasa, lo entiende, lo asume y lo vive, pero no lo explota. Pero no lo grita. Pero no lo para. Pero no lo expresa. Pero no se cree. Pero no se hace visible. Pero no se reconoce. Pero no lo expone. Pero no le da lugar, espacio. Pero no lo hace real. Pero no se implica. Pero no se implica en la construcción de la realidad. En la construcción de la relación. La tuya y la mía. La de mujeres y hombres. Que es, en definitiva, la construcción del mundo.

Porque ¿sabes? Nosotras no estamos. No estamos ahí en la construcción del mundo. Nuestro sentir, nuestro percibir, nuestra reflexión, nuestra introspección, nuestro análisis amplio, nuestro estar sutil, nuestra percepción, no está. Como no ha estado en nuestra relación, compañero. Eres tú. Son los hombres. La acción, el hacer, el control, el dirigir, eso es lo que mueve el mundo. El no estar, el no silencio, el no parar,  la no introspección, la no escucha, el no percibir, la no atención, la no empatía  permiten la acción desde la seguridad, desde el control, desde la dirección. Esa seguridad, ese control, esa dirección, de mirada acotada, mirada limitada,  que mueven el mundo. El no estar, el no silencio, el no parar, la no introspección, la no auto-reflexión, el no auto-análisis, la no auto-critica,  el no percibir, la no escucha, la no atención, permiten mantener esa posición de privilegio masculino. Esa posición que es estar ahí. Visible, en lo público, en las esferas del saber reconocido, del conocimiento reconocido. Permite que seáis vosotros, los hombres, los que construyáis el discurso. Un discurso claro, neto, sin matices, sin dudas, un discurso claro, convincente, seguro, que permite que seáis vosotros los que construyáis el discurso, y que, por lo tanto, seáis vosotros, los hombres, los que construyáis la realidad. La realidad del mundo. Y en definitiva, nuestra realidad, compañero, se ha construido desde ahí. Nuestra pequeña, minúscula, intrascendente y trascendente vivencia compartida durante un rato de nuestras vidas, se ha construido desde ahí, desde ese diálogo o no diálogo que mueve nuestros despertares.

Sin más, mi muy querido compañero, ahí está, ahí estoy, ahí estamos, pa’ seguir avanzando,

Un abrazo, como siempre, con amor,

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