Los límites del Carnaval
Los límites del carnaval esta vez no serán argumentados desde nuestros cuerpos de mujer, sino desde el delirio de nuestro sistema mundo cuando se empeña en clasificar la etnia como objeto de disfraz
Míriam Vega
“Lo que hemos observado es la historia de una opinión, en la que sólo ahora vemos, tras todas las terriblesexperiencias de nuestra época, el primer amanecer del racismo”
Hannah Arendt
‘Performar’ el cuerpo en días de carnaval es algo que a todo cuerpo le apetece experimentar. Ubicarse en la piel de otrxs, ser otrxs, transitar junto a otrxs para habitar la otredad pagana como ejercicio de libertar; nuestro cuerpo cruza hacia lo transgresor, hacia lo transversal. ‘Performar’ se vuelve un código que nos cuenta hacia dónde queremos habitar. El cuerpo hace transbordo para colocarse en lo deseado, para hacer ‘acción’ que nos legitime dentro de un espacio-tiempo informal. Retales que hacen mezcla cuando el gesto político juega al surrealismo Dadá.
En estas fechas el cuerpo se atreve a decir más, a gritar más, a colorearse más. Recordamos las chirigotas del pasado año con un Pujol y su rumbita del tres por ciento, la comparsa de ‘Los Cobardes’ rumbeando eso de: “¡Abra! ¡La policía! A su vecina María la han matao, ¡muy buenos días!”. Y es que, con esto del imperio global estamos invitadxs a un baile de máscaras violento, que danza y se impregna de las decretadas políticas de austeridad.
Podríamos hablar del brazalete morado para identificar a nuestras compas aliadas en estas noches de tránsito híbrido. De cómo se generan comandos de supervivencia para sobrevivir por el espacio público, de nuestras nuevas alianzas para combatir la vejación machista. De la vulnerabilidad entre carrozas, entre la multitud de la disco con ese ¡espera que voy al baño! , mientras te cruzas con la tropa activando tu alerta, porque sabes que el macho efectuará sin tu consentimiento tocamiento de culo a tu querida cuerpa. Cuerpa que va vestida de Xena la guerrera acompañada de su afilada espada que, en el caso de que fuera ensalzada, sería adjetivada de gesto violento y no en honor hacia tu propia dignidad. Podríamos hablar de por qué hay ‘onvres’ que deciden ponerse un par de globos como tetas, falda, tacón y medias por estas fechas. De su empeño en querer hacer burla cosificada de nuestro género, llevándonos -desde su testosterona carne- hacia la explotada figura de la femme fatale.
Podríamos hablar también de los manufacturados vestidos de enfermera sexy con talla para niñas de dos y tres años. De cómo el capital se coloca en su deseo más pedófilo, deseo que agrede y modifica ciertas subjetivaciones, para cuestionarnos dónde se establecen los límites entre mercados, deseos, realidades y rangos de edad.
Y es que los límites del carnaval esta vez no serán argumentados desde nuestros cuerpos de mujer, sino desde el delirio de nuestro sistema mundo cuando se empeña en clasificar la etnia como objeto de disfraz. La desafección de nuestrx individux hace traje del cuerpo colonizado para pasar por alto lo que llevamos puesto; el mensaje inicial. Lo hemos hecho haciendo black face para ser negras zumbonas, lo hemos hecho con el mariachi tequila en mano, con el chino mandarín, con la india sexy de trencitas, con el vestido de morita, con la gitana zíngara… en resumidas cuentas nos hemos jartado del disfraz racial.
Para estos tiempos globales-neoliberales, la fábrica de disfraces ha generado otros cuerpos deseo, otros avatares, otros diseños corporales en este espacio-tiempo de festejo que, en algún momento, entendíamos como informal, como transgresor, con cierto gesto pagano y político como ejercicio de libertad. Y es que la palabra ‘disfraz’ lleva implícito el eufemismo, la ocultación y el tapujo cuando nos ponemos encima de su significante desde Word, le damos a clicar y buscamos en la lista de sinónimos ̶hasta dónde podemos llegar ̶ antes de pasar por la http de la página Wordreference.
En plena migración forzada causada por la guerra y el horror que soporta Oriente Medio, el imperio de la compra online pone a nuestra disposición todo lo necesario para que los niñxs europexs se disfracen de refugiadxs judixs de la Segunda Guerra Mundial. Nuestro eurocentrismo invoca al cuerpo holocausto a través de nuestro sujeto-espectador y espectáculo rebasando todo código ético y moral. La imagen hace resorte en nuestras psiques, se decodifica con la atrocidad actual, mientras se hace rifa para discutir si el post era fake o era verdad.
Realidad descarnada que se pone a la venta en Amazon donde diez modelos de talla infantil aparentan ser un cuerpo judío en su versión escaparate y mercantil. Una maleta simula el desplazamiento, la huida forzada, la desaparición. Las tarjetas de identificación hechas con cartón cuelgan de sus cuellos de anuncio para invitarnos a escribir y colorear -junto a nuestrxs retoñxs- una cifra que se antepuso a todo cuerpo judío, a todo nombre no lícitos, a todo sujeto criminalizado y exterminado a favor del genocidio cada vez más normalizado. Ensalzamiento hitleriano para estos días donde -disfraz y complementos- convierten el juego en insulto, lo pagano en racismo y la memoria histórica en humillación y producto.
Y es que, ¿dónde se encuentran los límites para habitar el carnaval? ¿Cuáles son las representaciones-deseo que el capital genera para culminar nuestra desafección? ¿Dónde se encuentra nuestro límite ante la representación de lo sensible? ¿Qué vidas merecen ser contadas y cómo las contamos? Habitamos momentos en que las vidas no son un carnaval y las penas no siempre se van cantando.