Los peligros del poliamor y los femichulos
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Paula Huma González
Sucede muy a menudo que, en espacios feministas mixtos, donde supuestamente las mujeres deberíamos sentirnos más tranquilas y cómodas pues, deberían ser espacios seguros, se dan bastantes actitudes machistas. Cuando en un mismo espacio feminista coinciden hombres heterosexuales y poliamor, puede acabar todo muy mal. Esto es así porque a los femichulos (dícese del hombre que va de feminista, pero bajo esa apariencia se encuentra escondido un machirulo) no les vemos venir y hacen de comportamientos que en un ambiente no feminista tacharíamos de actitudes machistas, una red de poliamor gestionada desde los privilegios. ¿Cuántas veces nos hemos visto envueltas[1] en una red poliamorosa en la que, casualmente, el hombre se encuentra justo en el centro y somos las mujeres las que giramos en torno a él? Una relación de poliamor puede ir bien siempre que se tengan los cuidados pertinentes hacia las otras personas, siempre que haya total comunicación y siempre que la relación sea totalmente horizontal. Quería hacer hincapié en estos tres puntos, pues creo que son los tres pilares fundamentales para poder tener relaciones poliamorosas realmente sanas.
Respecto a la comunicación con la otra persona, en una relación de poliamor entran en juego más factores que en una monógama, siendo dos de los factores más condicionantes el de que no haya referentes culturales de relaciones poliamorosas, y las inseguridades que se puedan generar por el hecho de que haya más personas en la relación. Sin embargo, me centraré especialmente en el primer factor referido. Así, muchas veces partimos de cero en la construcción de estas redes y lo único que tenemos son unos pocos libros, artículos y experiencias contadas por algunas personas. Además, al ser algo no normativo, hay un terrible desconocimiento de cómo poder edificar de forma sana este tipo de relaciones. La mejor forma de salvar este problema es con la total comunicación entre las partes que conforman la relación, y con esto no solo me refiero a expresar a la otra persona todas las inseguridades, sensaciones e impresiones que se puedan tener en la relación; también me refiero a comunicar a la otra persona cuáles son las intenciones en la relación. Aquí quiero rescatar el concepto de Thomas A. Mappes de consentimiento voluntario e informado[2]. Este se basa en la idea de que para no usar sexualmente a una persona tiene que haber un flujo de información total entre ambas partes, en aquello que las atañe. Siendo las dos partes conocedoras de esa información, tiene que haber total consentimiento para que se puedan llevar a cabo las relaciones sexuales, según explica Mappes. Si uno de los dos aspectos es omitido, entonces se produce engaño y se está utilizando a la otra persona. Así, en una relación poliamorosa, para evitar caer en la utilización sexual de las otras personas, es necesario comunicar las intenciones que se tienen, aunque sea para una relación sexual esporádica o una relación sexo-afectiva prolongada.
El tema de los cuidados se encuentra íntimamente ligado al de la comunicación, ya que comunicar también es cuidar. Cada persona es un mundo, y si esto lo entendemos a la hora de establecer relaciones poliamorosas, también tendremos que asimilarlo para cuidar esas relaciones. Las personas con las que estamos manteniendo estos vínculos son distintas a nosotras y, a su vez, son distintas las unas de las otras, de modo que cada una necesitará una serie de cuidados diferentes. Comunícate con tus compañeras para saber qué es lo que esperan de la relación, qué clase de cuidados necesitan, cómo se van sintiendo, cómo son sus tiempos, qué les gusta y qué no, cuánto pueden o no pueden dar en la relación, etc. Explícale también cómo son los cuidados que necesitas, tus sensaciones, impresiones, cuánto puedes o no dar, qué te gusta y qué no. Entiendo que esto pueda resultar difícil, y más cuando desde siempre se nos ha inculcado que los sentimientos son algo íntimo y privado que tenemos que guardar para nosotras mismas. Aun así, es algo en lo que debemos trabajar para deconstruirnos y la mejor forma de hacerlo es en un entorno seguro, con personas que nos transmitan precisamente eso: seguridad.
Por último, en referencia al aspecto de la horizontalidad, quería traer a colación un extracto del libro de La insoportable levedad del ser, en el que Teresa (una de las protagonistas) le está contando a Tomás (otro de los protagonistas con el que está manteniendo una relación sexo-afectiva abierta) un sueño que tuvo con él. El sueño de Teresa describiría a la perfección lo que me vino a la cabeza al estar en una relación de poliamor mal gestionada: el hombre era el que se encontraba en el centro de la red y era quien decidía el destino de cada mujer. Es precisamente aquí dónde pueden surgir la mayoría de los problemas:
“Había una gran piscina cubierta. Seríamos unas veinte. Todas mujeres. Todas estábamos desnudas y teníamos que marchar alrededor de la piscina. Del techo colgaba un cesto y dentro de él había un hombre de pie. Llevaba un sombrero de ala ancha que dejaba en sombras su cara, pero yo sabía que eras tú. Nos dabas órdenes. Gritabas. Mientras marchábamos teníamos que cantar y hacer flexiones. Cuando alguna hacía mal la flexión, tú le disparabas con una pistola y ella caía muerta a la piscina. Y en ese momento todas empezaban a reírse y a cantar en voz aún más alta. Tú no nos quitabas los ojos de encima y, cuando alguna volvía a hacer algo mal, le disparabas. La piscina estaba llena de cadáveres que flotaban justo debajo de la superficie del agua. ¡Y yo me daba cuenta de que ya no tenía fuerza para hacer la siguiente flexión y de que me ibas a matar!”.[3]
Como hemos podido ver antes, comunicación, cuidados y horizontalidad son tres pilares en esto del poliamor y los tres se tienen que dar simultáneamente. Cuando hablo de horizontalidad, me refiero a que las partes de la relación deben estar en la misma situación y no se puede dar una asimetría de cuidados ni de información. Quizás este punto sea el más complicado de conseguir, ya que implica encontrarse en una situación equilibrada con el resto de integrantes de la red poliamorosa, pero es el más necesario.
Para conseguir esa horizontalidad debemos de tener en cuenta ciertas cosas. Para empezar, el patriarcado. Esto es algo que se nos escapa a veces: la práctica del poliamor debe incluir sí o sí una perspectiva de género. No podemos pensar que, en una relación de poliamor, hombres y mujeres estamos al mismo nivel. Los hombres heterosexuales tienen una serie actitudes y comportamientos machistas arraigados que, por mucha labor de deconstrucción que hagan, es difícil que de verdad cambien. De esta forma, es muy fácil que una red de poliamor pase a propiciar una situación en la que el hombre, por sus privilegios, se encuentre en el centro eligiendo a quién se folla y a quién no, mientras que las mujeres adoptamos una actitud totalmente sumisa y pasiva. ¿Qué sucede entonces con los femichulos? Esto es lo más preocupante por lo sutil que puede llegar a ser su actuación, debido a que los femichulos tienden a deslumbrar a las mujeres con todo su conocimiento teórico acerca del poliamor, cayendo en el famoso mansplaining[4], ‘cogiendo las riendas de la relación’ con la excusa de que ellos son los que saben, actuando así de forma paternalista y privilegiada.
El otro problema que hay es que, al igual que los hombres, las mujeres también tenemos interiorizados ciertos comportamientos machistas. Siempre se nos ha inculcado actitudes como la sumisión al hombre, la culpabilidad… Y esto es algo que juega muy en nuestra contra, ya que la mayoría de problemas en este tipo de relaciones surgen con los celos y es ahí donde, si no se gestionan bien, se quiebra la horizontalidad.
Hay que tener cuidado con las situaciones como la expuesta anteriormente en la que el hombre se encuentra como eje central alrededor del cual giran el resto de mujeres, ya que puede manipular a las mujeres de manera consciente o inconsciente y así la mujer terminará sintiéndose culpable por sentir celos por otras mujeres cuando esos celos probablemente serán el resultado de una falta de comunicación y un cúmulo de inseguridades provocadas por el mismo hombre.
Otra cosa a tener en cuenta en todo esto es el tema del lazo emocional, y esta es la parte que más me duele tener que explicar. Debemos tener cautela y no relajarnos si quiera al mantener relaciones afectivo-sexuales con un hombre. No podemos desprendernos en ningún momento de las famosas ‘gafas violetas’ que nos ponemos cuando aprendemos lo que es el feminismo porque al mantener una relación de cualquier tipo con un hombre se siguen reproduciendo, por su parte, comportamientos machistas, aunque sean muy implícitos. El hecho de tener un lazo emocional, en el caso de mantener una relación sexoafectiva, nos puede cegar bastante y nos llevará a invisibilizar de manera inconsciente esas actitudes.
Para concluir, no hay una fórmula exacta para evitar que una red de poliamor se convierta en algo nocivo y tóxico, pero al menos, debemos ser conocedoras de los peligros que podemos encontrar para intentar no cometerlos. Además, es necesario recordar la posición privilegiada en la que los hombres heterosexuales se encuentran para elaborar, como he dicho antes, una buena práctica poliamorosa desde una perspectiva feminista.
[1] El artículo está dirigido a todo el mundo, hombres, mujeres, personas no binarias… sólo que utilizo el género femenino como genérico.
[2] Thomas A. Mappes – J. S. Zembaty (eds.), Social Ethics. Morality and Social policy, N. Y., McGraw-Hill, 1987
[3] Milan Kundera – La insoportable levedad del ser, Tusquets Editores S.A. 1985, edición México (Fábula) 2002
[4] Mansplaining: explicar algo a alguien, generalmente un hombre a una mujer, de una manera considerada como condescendiente o paternalista.