Dejarse follar o hacer la estrellita de mar
En las relaciones heterosexuales hablar de echar un polvo sin ganas es tan común como bajar a comprar el pan con sudadera de estar por casa pero ¿qué consecuencias tiene esta práctica en nuestra vivencia personal de la sexualidad y de nuestros cuerpos?
Nuria Vázquez López
Hay un tema que me horroriza especialmente, tema que por cotidiano asusta y que por tremendo da nauseas al amor propio. Por falta de conocimiento de un término mejor –bien sea por desinformación personal o por la inexistencia de este concepto específico- vamos a llamarle aquí, entre nosotrxs, en confianza digital: dejarse follar o hacer la estrellita de mar.
¿Qué es?
¿Qué es dejarse follar? ¿Me estás hablando de hacer el perrito? ¿Del papel de sumisión en la cama? No, aunque puede que también. No nos precipitemos, decidme primero si a alguna o a alguno os suenan estas frases (no importa la procedencia):
“Qué ganas de que se acabase.”
“Estaba deseando que se corriera para parar.”
“Me estaba aburriendo en el polvo.”
“Fingí el orgasmo para ver si se corría antes.”
“Me lo tiré pero solo se corrió él.”
¿Has dicho alguna? ¿Quizás tu mejor amiga o esa colega que conociste de fiesta haciendo pis? ¿Te pasaban por la cabeza hace tiempo? ¿Te están dando rabia mis preguntas?
Con “dejarse follar” me refiero a esa obligatoriedad implícita en el sexo, en donde a pesar de no estar disfrutando, estar incómoda o incluso pasándolo mal, continuamos para bingo. Es decir, no lo estoy pasando nada bien pero bueno, sigo y cuando acabe pues mejor. Con “dejarse follar” me refiero a anular nuestro propio placer y disfrute otorgando más importancia a nuestra pareja sexual. Es decir, qué coñazo esto que hacemos pero, jo, lo está pasando tan bien que dejo hacer un rato más que no me cuesta nada. Con “dejarse follar” me refiero también a empezar la relación sexual por motivaciones del tipo “cumplir con mi pareja”, “hace mucho que no lo hacemos”, “no me apetece pero tiene una erección”. Con “dejarse follar”… bueno, ya me estáis entendiendo: el follar sin ganas de toda la vida pero con un matiz un poco más feo.
¿Estoy hablando de violación? Creo que no, pero podemos abrir el debate (motivación esencial para escribir esta mierda). En mi opinión, una violación no tiene consentimiento (implícito, explícito, verbal o no verbal) y en el “dejarse follar” es probable que sí lo haya y nosotras lo sintamos de esta forma; sería más una inapetencia que normalizamos como si fuera nuestra única posibilidad sexual, como si gozar hasta gemir de verdad no entrara en nuestros planes. A diferencia de la violación, el impacto cuando nos dejamos follar es cuantitativamente menor y no por la falta de empleo de fuerza física (lo cual sabemos que no es requisito para considerarse violación) sino porque no es lo mismo sentirnos violadas que sentir que, aunque sin ganas, sí podríamos parar. Este impacto sobre cómo nos sentimos sería más potente a corto plazo en la violación. Y en el “dejarse follar” ¿qué será lo que pasa? ¿Te sientes mal al momento? ¿Se acumula ese malestar en nuestra autoestima? ¿Afecta negativamente a nuestra vivencia de la sexualidad o a nuestro placer? Lo pensaremos durante un rato.
¿Por qué sucede?
Para empezar, creo que es probable que esto suceda en todo tipo de relaciones, con otra orientación sexual, edad e incluso identidad de género, pero me resulta más sencillo explicar las heterosexuales (en donde la que se deja follar es, lejano de la sorpresa, la mujer) por dos razones. En primer lugar, en estas el rol de género está completamente marcado (masculino vs. femenino) y a esto se le rodean una serie de mitos hacia el sexo, el placer y las prácticas sexuales que todos conocemos de las películas, las enseñanzas y, coño, de la vida. En segundo lugar, hablo de relaciones heterosexuales porque, simple y llanamente, es desde donde he escuchado estos comentarios que me han inspirado la reflexión. Por ello, la otra forma de llamarlo, así más de andar por casa, es estrellita de mar: referido a una postura corporal que recuerda a una estrella (brazos extendidos y piernas abiertas) donde la desgana sexual es total y que sucede, principalmente, durante la postura sexual del misionero.
Puede que sean estas y muchas otras las causas que, hipotéticamente, nos afectan a que suceda el “dejarse follar”:
- Rol femenino de complacer: conocido es que el rol femenino asociado a la mujer anula sus necesidades para satisfacer las del hombre en ámbitos cotidianos (que no por ser más sutiles ahora son menos importantes). En el caso que nos atañe puede que esto afecte a posicionar el placer masculino por encima del nuestro propio.
- Coitocentrismo: la sexualidad se entiende, de forma incorrecta pero muy extendida, como el coito. Más en concreto, como un coito con penetración heterosexual, olvidando así todo lo que podemos hacer con los genitales sin penetrar y, ¡oigan! todo lo que podemos hacer sexual SIN los genitales.
- Noción del coito (o polvo o polvete): en general se tiende a asociar el final del polvo al orgasmo del hombre, con la eyaculación pertinente. De esta manera, los polvos se contabilizan por las veces que se haya corrido él y no ella. Es más, puede que hayas echado 3 polvos y no te hayas acercado al orgasmo remotamente.
- Tabú de la comunicación en el sexo: también es común que nos cueste (aquí creo que puedo incluir a ambos sexos) comunicar a nuestra parejas sexual nuestros deseos, peticiones o quejas. Es decir, que si no puedo decir abiertamente a mi pareja que no me está gustando o me está molestando, probablemente continúe y se una a la primera variable: cuando se corra él ya acabará el polvo y nadie sabrá que sentía tanto placer como limándome los callos.
- Culpabilización: creo que ocurre sobre todo para que la mujer comience una relación sexual pero también, especulo, que existe más culpabilidad en general hacia la mujer si el chico no eyacula que al revés.
- Consentimiento: como dije en el primer punto, es controvertido pensar en el consentimiento cuando nos “dejamos follar” puesto que es algo muy relativo: “dejo que lo haga porque quiero complacerle, ¿eso es consentimiento?” o “no es que no quisiera, no me sentí forzada pero tampoco es que quisiera con muchas ganas, ¿eso es consentimiento?”. Lo dejo como variable que influye y a reflexión del lector/a.
¿Qué consecuencias puede tener sobre nosotras?
Al tratarse de una situación tan extendida puede que la normalización de la misma haga que las consecuencias no sean graves en lo personal. Para empezar, porque si nos ponemos a comentarlo en petit comité o en un grupo mayor, de confianza, es probable que se hable de la cuestión de echar un polvo sin ganas como bajar a comprar el pan en sudadera de andar por casa: una trivialidad, lo (in)cómodo, lo normal. Sin embargo, que sea habitual no quiere decir que las consecuencias no puedan ser negativas o importantes para nuestro desarrollo sexual o personal, y –aquí es donde me tiro a la piscina–, en nuestra lucha feminista por la igualdad.
¿Qué pasa si follamos, habitualmente, sin ganas? En primer lugar, en cuanto al terreno individual cabe reseñar que cuando estamos follando aprendemos una manera particular de relacionarnos con nuestro cuerpo, con otro cuerpo y con nuestra sexualidad. Si nos dejamos penetrar sin apetecernos, si no lo estamos pasando bien pero seguimos, como poco estamos perdiendo algo que podemos valorar como relevante: el placer. Cierto es que las motivaciones a la hora de tener relaciones sexuales son múltiples y no se circunscriben al placer físico; pero si no buscamos el placer y buscamos cuestiones como la intimidad con una persona, al menos, no finjamos que sí que tenemos dicho placer. Fingir no parece que nos aporte mucho beneficio a nosotras mismas, además de acercarnos al riesgo de estancarnos en una rutina y hábito de entender como cotidiano gemir, como actrices del método. Y para que conste, esto no es una apología del orgasmo: el placer no es solo el clímax ni es solo el físico; aunque no nos corramos, aunque no nos haya gustado algo que haya sucedido, aunque tuviéramos un sueño tremendo o unas ganas inminentes de tirarnos un pedo, estaremos en gran parte satisfechas con la relación sexual si la hemos querido por nosotras mismas, con esos más y esos menos.
En segundo lugar, ¿qué pasa en cuanto a nuestro empoderamiento como mujeres? Sí, ya es controvertido en sí mismo hablar de que lo que hacemos en la cama tenga o no repercusión en nuestra lucha por la igualdad. Pero, obviando la controversia, ¿si me estoy dejando follar, de qué manera estoy luchando? Las mujeres llevamos cargas a las espaldas en las que nuestra sexualidad ha sido invisible, castigada y nuestro placer repudiado y negado. En la actualidad, de forma más sutil pero tremendamente cruda, nos encontramos con que algunas hacemos o haremos algo que parece que aporta solo al hombre que nos la mete. Lejos de poder discernir qué pasaría si hubiese un cambio en las relaciones sexuales respecto a la igualdad de hombres y mujeres, ¿no parece de sentido común que pueda afectar en alguna medida?
¿Cómo podemos responder a esto?
Parece difícil, en principio, desmontar algo de tal profundidad y más si nos encontramos inmersas en ello, si lo aceptamos y si compartimos la vivencia con gente de nuestro alrededor. Creo que el “dejarse follar” es una cuestión que, con tiempo, reflexión, cambio de pareja, aparición del feminismo en tu vida, relaciones sexuales diferentes u otras circunstancias, puede esfumarse o metamorfosear hacia el empoderamiento. Pero, de no ser el caso, de encontrarnos en el punto de que nos identificamos con esto pero a su vez queremos revertir la situación, ¿qué hacemos las mujeres?
- PARA: sí, para. Corta el polvo, quítate ese pene de ahí. Siéntate, relájate, haz lo que quieras. Lo sé, esto no se concibe como lógico en un polvo de Hollywood: mete, mete, clímax a la vez y se para. Esto no es Hollywood. En las relaciones sexuales o íntimas no solo es que la atención se pueda ir y te pongas a pensar en otra cosa, es que el deseo es algo -aunque todavía gran desconocido- que sabemos que va y viene, no es constante. Si no estás cómoda, se te ha ido el santo al cielo, si no te está gustando esa postura, cambia y haz otra cosa.
Pero, ¿qué va a decir él? Le va a parecer mal, vamos a discutir, va a pensar que no me gusta…
- Comunicación: si piensa que no te gusta ¿qué pasa? es que igual no te gusta. Lo fácil que es hablar de la importancia de la comunicación y lo difícil que es llevarla a cabo. La teoría nos sugiere una comunicación asertiva, es decir, hablarlo con educación, teniendo en cuenta tanto al otro como a ti misma. Es obvio que a veces da vergüenza y sentimos que no vamos a ser comprendidas. En primer lugar, reflexionemos sobre si es más incómodo, vergonzoso o íntimo tener la parte del cuerpo de alguien en nuestro interior o hablar. En segundo, la comunicación puede ser progresiva: un día le comentas que te molesta una postura, otro le guías con la mano a que lo haga como quieres, otro paras con la excusa de hacer pis. Podemos encontrar conductas intermedias que sean más asequibles antes de llegar a donde queremos. Y en último lugar, si tu pareja sexual no entiende que pares porque no te gusta, que quieres cambiar de postura, que así te hace daño, que quieres correrte también (como él hace siempre), si no te entiende… ¿te compensa esa persona en tu cama?
- Ámate y muérete de amor propio: uno de nuestros lastres como mujeres es desprendernos de las inseguridades inculcadas para ser sumisas: peso, pelos, estrías, manera de movernos, actuar, complacer, ya sabéis. El punto de auto-cariño es un punto de ida y vuelta en las relaciones sexuales de dejarse follar: si no te quieres mucho puede que te dejes follar (no valoras tu opinión, tu placer, priorizas gustar a la otra persona) así como puede que al dejarte follar pierdas, gramo a gramo, un poco del amor propio al olvidar tus deseos.
- Polvo y placer: destroza los mitos de que el sexo es solo meterla, de que el placer solo está en pene y vagina. Rompe con todo y difunde que en la cama las caricias valen, la masturbación está bien si la quieres, lamer es divertido sin ser entre las piernas y un polvo no es que el tío se corra. Un polvo es lo que a ti te dé la gana de contar como polvo (¿para qué hay que contarlos por cierto?).
- Cambiemos el rol femenino: a largo plazo, sí, pero encaminadas. Hacia un rol que vamos consiguiendo en otros ámbitos al paso que podemos: tenemos opinión, tenemos placer, tenemos decisión y no tenemos miedo.
Los anteriores pseudoconsejos orientados hacia mujeres no pretenden, ni mucho menos, culpabilizarnos de la situación que relata esta reflexión; la intención es siempre empoderar inventando entre todas las herramientas. Así pues también hay apuntes para hombres:
- Escucha, pregunta, habla: las dificultades de comunicación son para ambos, sin duda. Encuentra un momento en el que estés cómodo (si no es en la relación sexual no pasa nada) como si es tomando una caña pero, si quieres, saca el tema del sexo. Ponerlo sobre la mesa es a veces divertido y no solo puedes comentar lo que te gustaría hacer como fantasía, sino lo que te ha gustado hasta ahora con esa persona, lo que no tanto, lo que podríais mejorar para estar satisfechos. Para ayudar en la desigualdad de roles en la relación sexual heterosexual para empezar, como hombre ten en cuenta todo lo anteriormente comentado de nuestra condición de mujeres. Saberlo y darnos el espacio para comunicarlo y cambiarlo a nuestra manera, es un buen primer paso.
- Despídete del ego masculino: no somos complacientes, nuestra opinión cuenta porque no somos seres inertes, tenemos placer y ganas de follar (cantidad variable de 0 a 100). Con ego masculino me refiero a centrar la relación sexual en la persona que tiene asociada este género por sus genitales. Es probable que se dañe cada vez que su pareja femenina refiera que no le apetece, que le duele la cabeza, que no quiere y punto. Pero, ¿sabéis qué pasa? No querer follar en este momento no es, invariablemente, que no me gustes, que no me excites, que no quiera estar contigo, que no te quiera; que te comunique que no quiere follar ahora solo significa una cosa: que no quiero follar ahora. Esta cuestión tiene un manejo complicado, por eso: mantenemos el mito de que los chicos siempre quieren hacerlo y nosotras no.
- Destroza los mitos y compártelo con tus amigos. Ejemplificación: “¡Hey, chicos! que he leído que hay más formas de tener sexo que meterla a lo bestia como sale en las pelis porno”. “Me han dicho que si hablo con mi chica de lo que le apetece hacer y no me enfado si no quiere follar pierdo masculinidad pero ella gana la igualdad y la vida sexual saludable, ¡cómo mola!”. Estos logos no tienen copyright, podéis hacer camisetas.
Conclusión
Dejarse follar o hacer la estrellita de mar es solo una forma de decir que, en ocasiones, las mujeres dejamos a un lado nuestro papel activo en la relación sexual, influenciadas por costumbres, presiones y, probablemente, miedos. Ser activas en la sexualidad no es adquirir un rol sádico (que como queráis, oye) sino tomar decisiones por nosotras mismas sobre cuándo empezar, cuándo parar, cuándo seguir y cómo hacerlo. Aunque, evidentemente, esto siempre está consensuado con la pareja sexual, si has llegado hasta el final de esto es que –aunque sea en parte– estás de acuerdo conmigo en que existe una tendencia en las relaciones sexuales heterosexuales, todavía hoy en día, en la que el hombre decide cuándo empezar, acabar y cómo hacer, casi todo el tiempo. Analizar esta cuestión comienza en la búsqueda del bienestar sexual y personal y, quién sabe, puede llegar a trascender a la búsqueda de la igualdad entre hombres y mujeres.
Follemos si queremos. Solo si queremos.