Los muchos que piensan poco

Los muchos que piensan poco

Una mujer que lee sentada en un banco es foco de la mirada atenta de los hombres de su alrededor. Una narradora omnisciente revela los prejuicios de aquellos que observan la escena.

21/04/2017

asun blanco cobelo

Imagen de un banco y un ciclista que avanza durante la puesta de sol

Fotografía de Moyan_Brenn a través de Foter.com / CC BY

Le gusta sentarse en un banco al sol a leer.

Camiseta de tirantes, por aquello de asimilar vitamina D y moreno balandrista, más gafas de sol, por aquello de las arrugas y la mirada interesante, y un libro entre las manos, forrado en papel rojo cereza, por aquello de no dar pistas. Porque… ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste? Piensa ella que se preguntarán los muchos que piensan poco.

Ya que, como es bien sabido por esos muchos, una mujer sola sentada en un banco es un anuncio publicitario, un mensaje de neón que, en luces verdes parpadeantes, exhibe: Taxi libre. Y si la camiseta es de tirantes, como ocurre esta vez, no habrá sol que justifique su elección, sólo una sirena adicional que incorpore urgencia, o mayúsculas, al mensaje: taxi libre, YA.

Cruza las piernas. Pero no sabe muy bien, cómo. Modelo auditorio masculino, es decir, incomodísima postura, o modelo estoy en mí misma, es decir, se apaga la luz del taxi. Aunque el parque está vacío hoy, es muy temprano aun. Mejor, porque así no hay que preocuparse por los mensajes lumínicos, sólo olvidarse y sumergirse en ese sol cariñoso bañado por una lectura emocionante. Todo un viaje.

Desde la ventana de un edifico adyacente unos ojos la contemplan. Son unos ojos viejos traslúcidos de cataratas; han visto mucho. Su mirada sin sexo, no os lo cuento, no me da la gana, piensa en la placidez del momento de esa bella joven. Y piensa también, qué pensarán los demás, cómo verán tantas y tantas mentes diferentes aquella sencilla escena.

Piensa, porque sabe pensar, que los demás irán encajando los espontáneos actos de la joven en aquellos prejuicios en los que han sido educados desde pequeños. Desde pequeños. Enseñanzas barnizadas como razonamientos y repintadas, a su vez, en verdades defendibles bajo los más abstrusos argumentos. O bajo ningún argumento. Porque queda claro que esa joven está… está… Está leyendo un libro.

Y bueno, justo ahora se acerca hacía la plaza una mujer de mediana edad paseando a un perro, la luz del taxi fundida. Si fuera más joven, los muchos que piensan poco, pensarían que el lugar se está poniendo interesante ¡tanta oferta! pero no lo es, no es joven. Y encima el perro es callejero y puntúa menos, así que el interés se desinfla y el foco se resitúa de nuevo en ese banco al sol.

Los ojos de la ventana sonríen y continúan pensando. Piensan sobre la igualdad, sobre los prejuicios, sobre lo que nos enseñan, sobre la medicina que le toca tomar ahora… Piensan.

Y piensan porque no se puede evitar pensar cómo nos van educando a pensar. Por cierto, ¿he contado que la hermosa joven que lee en el banco al sol es negra?

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