Nepal, vidas después del terremoto
Hace dos años, Nepal tembló. Los escombros se han convertido en parte del paisaje porque, a pesar de la ayuda internacional, las consecuencias del terremoto son palpables. El aspecto parece de compás de espera, pero la vida sigue. Conocemos a Sakuntala Dungol, Shanti Dangol, Ganga Dew Sheresta y Susma Tamang.
Víctor de Cea, Elena de Ondarza y Rubén Omar Mendoza / Nepal
El sábado 25 de abril de 2015 un terremoto de 7,8 grados en la escala Richter sacudió Nepal dejando 9.000 personas muertas y más de 22.000 heridas. En total, más de dos millones y medio de afectadas. Barrios enteros en el suelo, pueblos completamente sepultados en las montañas. Familias que perdieron sus hogares y se encontraron aún más indefensas en un país como Nepal, que vive en una inestabilidad permanente, y en donde la ayuda internacional recibida no ha logrado la completa vuelta a la normalidad.
“Sé que no volveré a una casa normal, pero todavía soñamos con ello. Trabajamos para ahorrar y poder volver a construir, pero es muy caro”, explica Mandav Laxmi, una mujer de 63 años que vive en construcciones.
Los escombros se han convertido en parte del paisaje, el aspecto parece de compás de espera, pero la vida sigue.
Susma Tamang y el empoderamiento infantil
“Estaba cocinando y mi hijo comenzó a gritar. Le dije que corriera pero no se podía, todo se agitaba mucho”, recuerda con dolor Susma Tamang, directora de SAMA Foundation. El sábado es el día festivo en Nepal y es empleado por la mayoría para pasar tiempo con la familia y descansar. Al medio día, muchos son los que se encuentran en la cocina preparando el plato nacional: el Dal Bhat. Hace dos años no pudieron llegar a poner la comida sobre la mesa. Para Susma el seísmo fue sólo un golpe más. A sus 30 años, y a pesar de la energía y alegría que desprende, esta nepalí ha tenido que hacer frente a los complicados retos que la vida le ha puesto delante. “He sido pobre y huérfana desde mi infancia”; éste es el argumento que emplea para explicar la razón por la que creó su oenegé. ‘Sama’ quiere decir ‘igualdad’ en nepalí, y ‘buen ambiente’ en urdu, lengua hablada en Pakistán e India, dos definiciones perfectas para el proyecto. Nacida en 2010, SAMA Foundation busca empoderar y plantea hacerlo desde los más vulnerables: los niños y las niñas. “Decidimos abrir una escuela donde pudieran ir algunas horas para aprender a escribir y a leer”, y, de este modo nació, el Child Care Center. Situado en Jorpati, dentro del distrito de Katmandú, esta escuela acoge a infancia hasta los seis años, la edad a la que pueden entrar en un colegio. Actualmente cuentan con más de 20 alumnos de familias con pocos recursos incapaces de hacerse cargo de sus criaturas mientras trabajan. En el Child Care Center encuentran un lugar alejado de los peligros que amenazan la infancia en Nepal: la violencia, el abuso sexual o el tráfico de personas, problemas a los que tuvo que enfrentarse Susma durante su niñez.
Las mujeres de Shanku
Ganga Dew Sheresta lo perdió todo el día 25 de abril de 2015. Ahora lo único que tiene es un pequeño refugio, al lado del río, construido con unas chapas, conseguidas gracias a las oenegés que llegaron al pueblo para ayudar. A sus 52 años vive en un pequeño pueblo, Shanku, a escasos 17 kilómetros de Katmandú pero al que para llegar se necesitan casi dos horas. La realidad en las zonas rurales es completamente diferente, la ayuda no solo tardó más en aparecer sino que también fueron los primeros olvidados.Ganga vivía en el centro de este pequeño pueblo y trabajaba como conserje en un colegio hasta que todo se vino abajo. “Ese día, como era fiesta, me fui a pasarlo al campo con mis dos hijos. Cuando volví, mi casa estaba completamente destruida. Si nos hubiéramos quedado allí, no sé si seguiríamos vivos”, explica con detalle. Viuda desde antes del terremoto, Ganga recalca con mucha seguridad: “Antes sacaba a mis hijos adelante yo sola, después del terremoto es lo que sigo haciendo”. Como ella, un grupo de mujeres, con orígenes muy distintos pero del mismo pueblo, tuvieron que crear sus propios refugios tras el terremoto. De generaciones diferentes, con vidas distintas, dos años después todavía pelean por sobrevivir.
Shanti Dangol asegura que no va a dejar de trabajar a pesar de tener 61 años y dedicarse al campo. “Lo hacía antes del terremoto y lo sigo haciendo. Es lo único que tengo”, dice convencida y con una sonrisa en la cara. “El día del terremoto estaba trabajando cuando todo empezó. Cuando escuché el primer sonido, pensé que era un disparo, pero luego todo comenzó a temblar”, añade. Su madre y ella vivían en el centro del pueblo pero tras el temblor todo cayó y no podían continuar allí. Ahora está sola, su madre se encontraba enferma y no podía vivir en aquellas condiciones, por lo que tuvo que trasladarse a Bhaktapu: “Vivo aquí con el resto de vecinas que han perdido sus casas. Sigo trabajando en el campo y no lo voy a dejar. Es de lo que vivo”.
Con 35 años, Sakuntala Dungol aún no ha tirado la toalla a pesar de los golpes que ha recibido desde que tuvo lugar el terremoto. “Mi casa estaba completamente destruida, vivir allí era imposible. Pudimos entrar a recoger algunas cosas, pero tuvimos que salir rápidamente”. Su familia pudo sobrevivir a la catástrofe pero su vida cambió por completo: “Mi hermano no aguantó. Murió por las condiciones en las que vivimos”, asegura. “Todo temblaba un día tras otro. No sabíamos si el gran terremoto aún estaba por llegar”, continúa. Ahora, la joven y su familia viven en los refugios del pueblo y siguen trabajando en el campo. “Es lo único que tenemos, seguimos sobreviviendo. Hemos hecho comunidad, nos ayudamos unas a otras”, concluye.