Se alquilan mujeres. Razón, aquí
El negocio de los vientres de alquiler alcanza unas cifras de facturación de 140.000 millones de dólares al año en la India. Son las mujeres con menos recursos las que ponen sus cuerpos al servicio de esta empresa. ¿Qué sentido tiene el discurso de la libertad ante estas condiciones?
Diez mujeres descansan en una habitación ruinosa. Algunas conversan entre ellas, otras miran el televisor. De vez en cuando, acarician sus vientres hinchados. La mayoría espera, anhelante, que llegue el domingo, el único día que pueden recibir visitas de sus familiares. Durante estos 9 meses y, bajo contrato legal, tampoco les estará permitido abandonar el pabellón clínico en el que conviven con otras cien mujeres. Están comprometidas con un trabajo a tiempo completo: gestar un ser humano para otra persona.
Esta imagen, que pertenece a la clínica de la doctora Nayna Patel, en India, se repite en miles de ciudades de todo el mundo. Mujeres pobres que alquilan su cuerpo para ganar en un embarazo lo que no ganarían en una década. Mujeres pobres que quieren construir una casa, mantener a su familia, dar un futuro mejor a sus hijos. Aquellos folletos publicitaros de vivos colores en los que una pareja sonriente sostiene un pequeño bebe pierden brillo frente a estas cifras: las madres gestantes solo reciben 4.000 de los 25.000€ que cobran las clínicas reproductivas por cada recién nacido; una parte ínfima de un negocio que, solo en India, factura más de 140.000 millones de dólares cada año.
La celebración de la primera feria de maternidad subrogada en Madrid, prevista para este mes, ha reabierto el debate en torno a los vientres de alquiler y su posible legalización. La ética nos obliga a preguntarnos qué país estamos construyendo si permitimos la comercialización del cuerpo femenino; la política exige centrarse en cuestiones mucho más prácticas y, por tanto, más desoladoras. ¿Por qué las mujeres deciden alquilar su vientre? En la mayoría de los casos, no se trata de un acto altruista movido por la generosidad humana, sino del último recurso de supervivencia para miles de mujeres. Se alquilan cuerpos, emociones y tiempo para vender vida. Mientras alguien quiera pagarlo, las leyes las dicta el mercado. El neoliberalismo se esconde tras el eslogan ‘‘cada uno hace lo que quiere con su cuerpo’’ pero, ¿qué elección real existe cuando la alternativa es la pobreza más extrema? Y si, apelando a la regulación, damos por hecho que podría controlarse, ¿esperamos tener el mismo éxito que con la trata de blancas, el tráfico de órganos y las redes de esclavitud?
En un mundo ideal, los vientres de alquiler podrían ser un acuerdo desinteresado entre partes iguales. Sin embargo, en nuestro presente, donde las mujeres son las pobres entre los pobres, el alquiler de vientres se presenta como la última explotación del patriarcado; cientos de mujeres utilizadas como maquinas reproductoras, trabajando en auténticas ‘fábricas’ de bebes, explotando lo único que les queda: su fuerza de reproducción. Se alquilan mujeres a precios asequibles y jornada completa. Razón: la feminización de la pobreza.