‘Verano 1993’: El proceso creativo detrás de un éxito cinematográfico

‘Verano 1993’: El proceso creativo detrás de un éxito cinematográfico

Muchos medios señalan su carácter autobiográfico como el ingrediente del éxito. Nosotras preferimos destacar el talento de su directora, Carla Simón, y preguntarle cómo ha construido un proyecto que en diez días de programación alcanzó los 32.500 espectadores. ¡Ojo! La entrevista contiene 'spoilers'.

Carla Simón fotografiada por Agustí Argelí

Carla Simón fotografiada por Agustí Argelí

Es la película del momento y todo el mundo sabe de lo que va: Frida, una niña de seis años, pierde la madre enferma de sida, solo tres años después de haber perdido al padre. Abandona Barcelona tras ser acogida por la familia del tío materno y se traslada a vivir a un pueblo en las afueras, en llena naturaleza. Es el 1993 y mientras el verano llega con fuerza en este trocito de mundo y corre por las colinas, las huertas, los arboles, los ríos, las calles, los parques, Frida tiene que enfrentarse a dos retos enormes: hacerse un hueco en la nueva familia de acogida y asimilar la muerte de su madre.

‘Verano 1993’ es un diamante. Avalada en el último Festival de Berlín, presentada en la sección Generation Kplus, ha obtenido el premio a la mejor ópera prima. Los periódicos están llenos de entrevistas a Carla Simón donde, de manera casi obsesiva, se le pide que cuente si esta historia le ha servido como catarsis para superar este momento tan doloroso de su existencia. Y la respuesta es siempre la misma: “No, porque ya tenía muy asumida la muerte de mis padres.”

Es cierto: ‘Verano 1993’ tiene una nota autobiográfica, pero ¿por qué identificar en ésta el ingrediente del éxito? Estamos frente a una obra de arte minimalista donde el silencio y las miradas valen más que mil palabras, dirigida superbamente no porque se trate de una historia real, conmovedora y autobiográfica, sino porque Carla Simón es una directora de talento. Dejaremos de lado las preguntas sobre la situación personal de su creadora y tiraremos por otro lado: por entender cómo se construye – a nivel creativo – un proyecto que en diez días de programación alcanzó los 32.500 espectadores.

Hemos quedado a las 10.00, vía Skype.

Puntual, Carla sonríe en la pantalla de mi ordenador.

C: La verdad es que no me esperaba todo esto …

S: ¿No te esperabas tanto éxito?

C: No, exacto… y no sabía ni siquiera cómo funcionaba el asunto de los números, de los espectadores…

S: Ahora la peli ya anda sola. Debe ser una sensación extraña después de tanto tiempo de gestación.

C: Me di cuenta de esto el viernes pasado, cuando se estrenó en el cine. Iba de camino hacia la sala y oía a la gente hablar de la peli y allí pensé: “Ya está. ¡Se ha independizado!”

S: ¿Es complicado gestionar este proceso de separación con tu obra?

C: Genera sensaciones extrañas, porque, tengo que decirlo: me siento casi liberada de ella. Creo que quiero descansar un poco de todo esto.

S: Me imagino que estarás cansada también de escuchar siempre las mismas preguntas alrededor de tu historia, así que: ¿Si estuvieras en mi lugar, que es lo que más te llamaría la atención de una película como ‘Verano 1993’?

Carla ríe, piensa un solo un segundo la respuesta y no tarda en contestar:

C: Seguramente el tono. Creo que el tono es algo que trabajamos mucho y tiene este punto de magia que a veces es muy difícil de alcanzar. Muchos están convencidos que ese efecto de naturalidad existe en la película porque se trata de una historia personal, pero no estoy de acuerdo . Esa naturalidad ha salido porque la buscamos y trabajamos mucho, durante mucho tiempo en el set y sobre todo antes de rodar.

S: Quieres decir que podría haber sido una historia personal y podrías haberla trabajado de manera distinta, sin tener ese punto tan real que sorprende a la gente…

C: Exacto. Ese equilibrio lo alcanzamos justamente por lo contrario. Por renunciar – por mi parte – a las imágenes reales que había vivido en aquel verano de mi infancia. Parece una paradoja pero es así. No tenía que cogerme a ellas, tenía que renunciar a ellas si quería conseguir ese tono que buscábamos.

S: Es la habilidad de una buena artesana de la narración: saber trasformar una historia personal en universal. ¿Tenías recuerdos muy claros de ese momento de tu vida?

C: Tenía algún recuerdo pero pedí a la familia que me ayudara a reconstruir la memoria de esa época, hablándome de lo que pasó, de cómo fue todo el proceso, recuperando algunas fotos que teníamos y poco a poco encontré mecanismos visuales para contar el punto de vista de esa niña y empezar a escribir el guion.

S: ¿Cuánto tardaste en escribirlo?

C: Fue un proceso muy muy rápido. La búsqueda y la recogida de todo el material fue lenta pero escribir fue muy fluido. El momento más complicado fue el rodaje, sin duda.

S: ¿Cuantas semanas estuvisteis rodando?

C: Unas seis semanas, muy poco, con horarios de seis horas al día las primeras dos semanas y el resto de ocho horas al día. Trabajamos unos dos meses con los actores antes de empezar y dos semanas mas en la Garrotxa para hacer localizaciones y ver cómo grabar las escenas.

Simón da indicaciones a Laia Artigas, la actriz que interpreta a la niña protagonista, Frida./ Foto cedida por la directora

Simón da indicaciones a Laia Artigas, la actriz que interpreta a la niña protagonista, Frida./ Foto cedida por la directora

S: A propósito del rodaje y de tu papel como directora: hay dos escenas en las que las niñas lloran. La primera es la del río y la segunda es la escena final. La primera marca el punto de inflexión entre el segundo y el tercer acto y la segunda cierra la película con un clímax emotivo excepcional. ¿Cómo conseguiste grabar esas dos escenas? Es evidente que Laia y Paula lloran de verdad…

C: El tema de las niñas fue un tema muy largo, realmente. Desde el casting – buscando niñas que se parecieran a nosotras pero sobre todo que encajaran con su forma de ser en esta historia – hasta el momento de empezar a grabar. Hicimos un proceso muy intenso de ensayos y pasamos mucho tiempo juntos, los actores y yo. No ensayamos solamente las escenas de la peli, sino también escenas anteriores al verano del ’93. Por ejemplo: la escena donde Laia imita a la madre. En el ensayo la madre era yo, le hacía ver que fumaba, y le decía que estaba muy cansada, que me dolía el cuerpo, que no podía jugar. Cuando grabamos, le dije a Laia: “¿Te acuerdas aquel día, cuando yo te hacía de madre, y fumaba? Tienes que imitarme, hacer lo que hacía yo …”

S: Así que ella ya tenía en la memoria una escena existente, que había vivido fuera del set, contigo.

C: Exacto. Creamos memorias compartidas entre nostoras, antes de grabar, pasando mucho tiempo juntas: íbamos a comprar, hacíamos la comida todos juntos, incluyendo también a David y Bruna. Poco a poco se generó esa intimidad necesaria para la historia.

S: ¿Y que pasó el día del río?

C: Fue complicado. Fue el día más complicado.

S: Además es la única escena que está rodada de manera distinta: casi todas tienen planos largos de ellas actuando del inicio al final y en esa escena no.

C: Tuvimos que fragmentarla, sí. Era imposible grabar en una sola toma toda la secuencia. El agua estaba muy fría y a ellas no les gustaba nada la idea de meterse allí dentro. Rodamos la interacción entre ellas. Hubo un momento en el que la madre de Paula y David estaban jugando con ella. Se la iban pasando del uno al otro, estando de pie en el río y Paula estaba riendo mucho. A David se le ocurrió pasarla un segundo por el agua antes de devolverla a su madre y seguir con el juego y fue allí que Paula – justamente – se asustó porque no se lo esperaba y rompió a llorar. Lo grabamos y allí está ese momento. En cuanto al cierre de la película, pues tenía desde el principio la idea que el final tenía que ser así. Digamos que ese era uno de los pocos recuerdos claros de las emociones que sentí en esa época: el sentimiento de culpabilidad por no haber llorado por la muerte de mi madre. La primera vez que lo rodamos, Laia no lloró y me cuestioné el hecho de renunciar a este final. Laia es una niña que no expresa sus emociones, era muy difícil verle expresar algo. Probamos con canciones, con cuentos, con recuerdos de su familia, de la mía, pero no funcionaba. Entonces, nos dimos cuenta que lo que realmente funcionaba – entre comillas – era la frustración de no hacer bien las cosas. Así que simplemente le pedí hacer una cosa, luego le paraba diciéndole que sabía que podía hacerlo pero que no lo estaba haciendo bien. Le repetía eso y fue lo que la hizo llorar. Cuando lo conseguimos, Laia estaba muy feliz. Tuvimos una conversación, después de todo el día intentando alcanzar ese momento, porque quería que supiera que era evidente que no pensaba que lo hiciera mal. Ella lo entendió y estaba tan feliz de haberlo conseguido que todo el proceso fue en realidad muy positivo. Creo que ambas se lo pasaron muy bien durante el rodaje.

S: ¿No hubo momentos realmente complicados en el trabajo con ellas?

C: Sí que hubo momentos complicados. El del río sin duda, pero también el hecho de que al llegar al rodaje Laia se diese cuenta del poder que tenía. Eso también fue complicado de manejar.

S: ¿En que sentido?

C: Pues que de repente decía “Quiero agua” y había treinta personas listas con un vaso de agua para ella. Y al principio nos preguntábamos: ¿Cómo podemos saber dónde están sus límites? ¿Cuándo están realmente cansadas? Al principio Laia montaba dramas en plan: “Estoy muy cansada … ya no puedo más …”, así que le hablé y le pregunté si de verdad quería hacer este trabajo con nosotros, porque si no quería hacerlo, íbamos a parar y ya está. Creo que allí la comunicación paso a otro nivel. Nos entendimos y empezó a respetarme. Se creó mucha confianza.

S: ¿Ya estás trabajando en un nuevo proyecto? ¿Contendrá también un ingrediente personal?

C: Creo que he expuesto mucho a mi familia con este proyecto y creo que el siguiente será distinto. Quiero trabajar en algo que emocionalmente no sea tan fuerte. Ha sido bonito pero durante la promoción ha sido muy fuerte la exposición que esta historia me ha provocado. Ahora me apetece alejarme, no tomarme todo tan en serio, coger distancia para que pueda entrar también la diversión, el juego que implica hacer cine.

 

 

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